Nunca quise saber dónde habita el olvido. Uno ignora la
forma que escoge para cubrirte. Uno no reconoce la bruma invisible con que te
ata. Tal vez uno solo percibe, en un momento de un día, quizá en casa de nadie
o en la suya propia, o tal vez rodeado de almas, que la suya se ha apagado, ha
optado por desvanecerse y precipitarse colina abajo, donde habita el olvido.
Porque este no puede ser cosa elevada del espíritu. No puede esconderse entre
las nubes ni jugar con los astros. Se esconde dentro de uno mismo y germina
como una flor demente que no huele sino a carroña, que no tiene sino una sola y
monstruosa cara de fúnebres pétalos. El olvido es un tobogán de ceniza que sabe
todavía a fuego; un descenso sin freno ni arnés, una caída sin fin hacia la
nada; un rey que todo lo convierte en cero.
Es tan corto el amor y es tan largo el olvido… que se burla
el tiempo del primero y se asocia con el segundo, en una alianza sin
beneficiarios. Es tan abrumador el peso del olvido y tan leve el alivio del
amor… Tanto es así que a veces desearía olvidar el amor y amar el olvido,
amarlo para siempre y olvidar el sufrimiento. Más no puedo. Quizá en eso
consista el paraíso.
Pero lo más terrible del olvido es que es definitivo. No es
brizna pasajera ni espiga viajera. Es lo único que cabe en la definición de eterno.
Puede acecharnos, siempre hambriento, impulsado por un subterráneo viento.
Puede perseguirnos en los sueños para transformarlos en miedo.
¿Y cómo puede uno ocultarse de ese demonio de mil
cuerpos, de ese ejército de melancolía? No cabe defensa alguna porque al final
todo se olvida, todas las personas y todas las cosas, todos los recuerdos y
todos los sucesos. Todo lo que sentiste se deshace mientras se rememora y se
convierte en nostalgia, sentimiento persistente que se adhiere con un pegamento
invencible a determinadas almas. Es una barrera cuyos pinchos, que uno mismo
planta sin darse cuenta, se estrechan lentamente, cercando el futuro. Pero la
nostalgia es necesaria, pues perece un mundo, un pueblo, una mujer, un hombre,
un árbol, cuando no queda ni un motivo para recordarlo.
¿Cómo no acabar yaciendo junto al olvido, durante más días
de los que tienen los años? ¿Cómo evitar su abrazo, siempre amargo? No tengo la
respuesta. Pero escúchame bien, Olvido, dondequiera que estés (y estás en todas
partes). Escúchame bien, porque esta frase es por y para ti: te juro que pienso
luchar cada día de mi vida contra tu embrujo, contra tu filtro de desamor y tú veneno lento administrado en dosis negras. Porque no temo a la muerte; te temo
a ti, pero soy valiente.