"Illimani" obra de Arturo Borda
Yo nunca pude visitar La Paz y no sabía cómo era realmente,
hasta que me lo contó el niño más pequeño que he visto en mi vida, no estoy
seguro de donde vino pero parecía uno de esos chiquillos que limpian las botas
de los señores a cambio de una moneda, un pequeño lleno de sabiduría aprendida
en la calle. Me lo encontré por casualidad cuando buscaba atrapar la sonrisa de
una muchacha para guardarla en mi colección. Observé que entre la gente un
pequeño me observaba. Me guiño un ojo y me pidió que lo siguiese. Cuando dejamos
el bullicio tras nosotros se giró y me dijo “tú qué quieres visitar la ciudad
de La Paz, debes saber cómo es que esta funciona”. Le dije que sí asombrado, asustado y algo
pensativo ante la pregunta de aquel pequeñín que en ese momento se destapaba el
rostro que lo llevaba cubierto con un pasamontañas y dejo relucir unos
brillantes ojos.
“Pues abre bien los oídos y escucha”
La Paz no es como una ciudad sin más, no. Mi ciudad es mucho
más que un simple conjunto de personas que viven y trabajan juntos; La Paz se
parece a todos los que viven allí, por ejemplo cuando despierto feliz, en la
mañana todos se levantan muy temprano y a pesar del frió les gusta decir a
todos “buenos días”. A veces cuando estoy triste, la ciudad se llena de polvo y
cenizas y las casas parecen que arden en gritos, mientras lo habitantes se
pelean y gritan. A veces cuando lloro se
escucha en las noticias que el mar también crece, eso es porque las lágrimas
son saladas, y cuando la tristeza es muy grande llueve en el corazón, se inunda
y sale en formas de lágrimas que chocan la tierra y llegan hasta el mar. A
veces cuando me río en la escuela, se escucha una fuerte carcajada por toda la
ciudad y es que parece que a la gente le hacen cosquillas con una pluma. Cuando
tengo hambre, todos buscan comida e invitan a los que no tienen, como en un
ejército se reparte especialmente a los niños de las escuelas plátanos y
refrescos. Hay días muy largos que son porque los niños no quieren irse a
dormir y días tan cortos que parece que todos estaban cansados de trabajar y
querían irse a descansar. Cuando me siento solo, la calle esta como si fuera un
desierto y me siento más triste, pero cuando estoy con todos mis amigos la
gente salta feliz y baila por horas en cualquier lugar que encuentre espacio.
Cuando tengo frió todos caminan juntitos como queriendo compartir un poco de
su calor y cuando el sol se coloca en lo más alto del cielo nos volcamos a las
plazas y a los parques para ver a las margaritas despertar.
“¿Y qué pasa con el amor?” pregunté sin poder resistirme.
En La Paz todos se aman, es como el amor hacia un padre, una
madre, un hermano o un amigo, ¡ese amor, si es verdadero!, además cuando
alguien ama todos nos sentimos muy bien y cantamos por las ventanas de nuestras
casas para que todos sepan que amamos.
Cuando terminó, arrugó su frente y frunciendo la nariz
exclamó: “¡Tengo hambre! ¿Podrías sonreír, por favor?”. Cuando lo hice,
su rostro se iluminó.
Le pregunté que si le apetecía tomar algo conmigo, pero él se
limito a sonreír… y alejándose de mí dijo entre dientes:
“Yo me alimento de sonrisas y risas. Mi alimento es la
felicidad de los demás.”