Siempre necesité tiempo para mí...Pero nunca pensé que te
necesitaría cuando lloro...desde que te fuiste ya no escucho las palabras que
siempre necesito oír...Te hecho de menos...Todo lo que hago me recuerda a
ti...Y la ropa que dejaste esta sobre el suelo...Y huele como tú...Cuando te
alejaste yo conté los pasos que diste. ¿No ves cuanto te necesito ahora mismo?
viernes, 14 de junio de 2013
miércoles, 5 de junio de 2013
Odioso Escritor
Es hace mucho que no entablo un diálogo con ustedes,
invisibles lectores (o inexistentes). Quiero disculparme por la vacuidad de
algunas entradas. Antes, cuando empecé a escribir pensé que mis letras podían
llegar a algún lado o por lo menos a alguien. Sin embargo, mientras más escribo
más bajo caigo.
¿Qué piensan acerca de escribir cartas a alguien que no
conocen? Yo lo hago a menudo. Me
presento formalmente a personas que me interesa conocer. Es una situación
triste, lo sé, mucho más porque nadie me responde. ¿Qué es lo que hago mal? No me
parece correcto que una relación de amistad o de lo que sea se deba iniciar con
un “Ola Ke Ace”, sencillamente porque no soy un retrasado mental, pero me
parece que sí sufro un cierto tipo de retardo, un retardo temporal.
Me sería más fácil mi existencia si hubiese nacido muchos
años antes, digamos el año mil novecientos treinta y dos. Sí, un buen año. Los
albores de la Guerra del Chaco, una creciente sociedad burgués, el proletariado
levantando la cabeza. Podría escribir cartas a mis anchas, leería más de diez
horas al día. Usaría sombrero de copa y traje de cola. Maravilloso.
Pero no.
Me toca vivir la escalofriante perdidas de valores. La chica
que me gusta tiene más carteras que libros. Más zapatos que palabras en su
vocabulario. ¿Tan difícil es decir USTED? La actual crisis de nuestra sociedad va
más allá de lo económico, va más allá de sus políticos, va más allá de la
codicia de sus dirigentes. No sé si llegará la hora en que tengamos que asumir
que los problemas no terminarán cambiando a un alcalde, a presidente o a un
partido. Hay que reconocer que el principal problema de patria, de nuestra
sociedad, es la mediocridad. El resultado de una cadena que inicia en la
escuela con estudiantes sesgados por la ley del colegio “el profesor siempre
tiene la razón” se repite en la universidad.
Hemos creado una cultura en la que los mediocres son los alumnos más
populares en el colegio, los primeros en ser ascendidos en la oficina, los
que más se hacen escuchar en los medios de comunicación y a los únicos que
votamos en las elecciones, sin importar lo que hagan. Porque son de los
nuestros. Estamos tan acostumbrados a nuestra mediocridad que hemos terminado
por aceptarla como el estado natural de las cosas.
Antes de que termine la anterior
gestión un docente de Derecho Penal publicó una de sus opiniones “filosóficas”
asumiendo que la crisis académica se debía a la mediocridad de aquellos
estudiantes que tan solo estudian para el examen y no para la vida. Sin temor a
mis actos, cogí un marcador y puse mi opinión: ¿y dónde está el dinero de los
seminarios? ¿Qué hay de las constantes denuncias en contra de usted por acoso
sexual? Y sin temor escribí el nombre de algunas estudiantes que aprobaron el
curso después de haber pasado por la extorsión del docente. Al día siguiente el
cuadro desapareció y publicaron uno nuevo dentro de las vitrinas, fuera del
alcance de manos vandálicas que se atreven a decir las verdades encima de la
hipocresía encarnada.
En primer año pasamos la materia de
economía política, tuve la desgracia de tomarlo con un docente al que lo apodan
“el loco” No lo aprobé y tuve que repetirla en verano, estoy orgullo de
aquello. Estoy orgulloso de no haber sido uno de los cientos que tienen que
recurrirle a trabajitos extras, orgulloso de no haber tenido que degradar mi
humanidad, mi formación, mi dignidad, solo para aprobar una materia.
Tranquilamente pueden preguntar, sobre todo a los que tienen cien, que es el plusvalor.
Allí está nuestra mediocridad, aprobar con cien la materia de economía política
y no tener la maldita idea ni la aproximación de qué es el plus valor.
Dicho “loco” es conocido por los pasillos como
un viejo verde acosador, basta verlo como sale por las mañanas rodeado de
muchachas y se las lleva a comer salteñas, bajo la excusa de enseñarles
Derecho, cuantas veces he visto a ese señor con mis compañeras en su auto, muy
lejos de la facultad por cierto, claro tengo que pensar que este les acompañaba
a su casa.
Un docente senil de Derecho
Constitucional me reprobó al final de su materia, a pesar de tener ya los
puntos que requieren la aprobación, porque puse en mi examen final que los
artículos 144, 145, 146 y 147 de la Ley Marco de Autonomías y la frase
contenida en la primera parte del parágrafo segundo del artículo 128 eran
inconstitucionales, esto por ser contrario, dije en mí examen, a los artículos
26.1, 116.1 y 117.1 de la CPE y 23.2 de la Convención Americana de los Derechos
Humanos. Claro el doctor, asesor de nuestro actual presidente, no pudo concebir
que un estudiante pueda querer saber más que nuestros eruditos asambleístas. El
tiempo me dio la razón con el fallo del tribunal constitucional, pero aquello
no hizo que recuperara todo el año que tuve que repetir la materia, y dejar
rezagadas las materias que ésta me abría.
¿Y qué pasa con los estudiantes? A estas
alturas de mí renegada entrada, cualquiera se preguntaría si los estudiantes
son bestias peludas que no pueden reclamar una pisca de derechos. Pero no seamos
ingenuos, qué poder podríamos tener contra aquel que tiene la capacidad de
hacerte desaparecer en sistemas, lo mejor será quedarse callados, de temor,
pasar desapercibidos y taparse el rostro al pasar por la entrada para evitar la
fulminante mirada de Franz Tamayo. De tener la oportunidad de levantar mi voz
por los oprimidos, la tengo, que apareceré en la lista roja de docentes también
puedo. Pero que arriesgando mi pellejo, mis años de estudio, los estudiantes me
harían a un lado, también pasaría. No solo se necesita un líder y un revolucionario,
también se necesitan presos, oprimidos, extorsionados que quieran salir de
allí. De otra manera solo somos locos en este mundo ya de cabeza.
Cuán distinto sería si los
estudiantes dejaran de pasar una media de tres horas al día frente a un
televisor que muestra principalmente basura. Es mediocre el país donde la
brillantez del otro provoca recelo, la creatividad es marginada -cuando no
robada impunemente- y la independencia sancionada. Un sociedad que ha hecho de
la mediocridad la gran aspiración nacional, perseguida sin complejos por esos
miles de jóvenes que buscan ocupar la próxima plaza en el concurso Gran
Hermano, por políticos que se insultan sin aportar una idea, por jefes que se
rodean de mediocres para disimular su propia mediocridad y por estudiantes que
ridiculizan al compañero que se esfuerza.
Mediocre es nuestro país que ha
permitido fomentado celebrado el triunfo de los mediocres, arrinconando la
excelencia hasta dejarle dos opciones: marcharse o dejarse engullir por la
imparable marea gris de la mediocridad.
Démonos cuenta amigos lectores que la
idea dominante sobre nosotros mismos como país es no sólo la de la
autoflagelación, sino la de que nuestra historia no es otra cosa que una suma
de horrores, saqueo, corrupción, violencia y arbitrariedad. Una especie de
camino al infierno o al suicidio, o peor aún, un camino a la nada.
Los presidentes fueron todos unos
ladrones o unos ineptos, las élites un conjunto de poderosos con el único
objetivo de enriquecerse a costa de los más pobres, los gobiernos unas gavillas
de aprovechadores reunidas para favorecer a unos pocos, los empresarios
arribistas o sanguijuelas del estado, los intelectuales loros que repiten ideas
ajenas y que las tratan de imponer en una sociedad a la que esas ideas no se
adaptan…
La consecuencia de esa lectura está a
la vista. El descreimiento general, la desconfianza como norma, la idea
preconcebida de que todo lo que hace un político o una figura pública tiene
única y exclusivamente una intención oculta para su beneficio personal. La caza
de brujas funciona porque mezcla el grano y la paja.
Nuestra percepción como colectividad
es la de la derrota y la frustración. La idea generalizada es que siempre
perdimos en los emprendimientos que encaramos, sean de construcción social,
sean de guerras internacionales, sean simples y pedestres competiciones
deportivas.
Ante la pregunta de ¿Cómo te va? En
el mejor de los casos la respuesta es “más o menos”, cuando no “mal, como
siempre”.
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