viernes, 14 de junio de 2013

2008

Siempre necesité tiempo para mí...Pero nunca pensé que te necesitaría cuando lloro...desde que te fuiste ya no escucho las palabras que siempre necesito oír...Te hecho de menos...Todo lo que hago me recuerda a ti...Y la ropa que dejaste esta sobre el suelo...Y huele como tú...Cuando te alejaste yo conté los pasos que diste. ¿No ves cuanto te necesito ahora mismo? 

miércoles, 5 de junio de 2013

Odioso Escritor

Es hace mucho que no entablo un diálogo con ustedes, invisibles lectores (o inexistentes). Quiero disculparme por la vacuidad de algunas entradas. Antes, cuando empecé a escribir pensé que mis letras podían llegar a algún lado o por lo menos a alguien. Sin embargo, mientras más escribo más bajo caigo.

¿Qué piensan acerca de escribir cartas a alguien que no conocen? Yo lo hago  a menudo. Me presento formalmente a personas que me interesa conocer. Es una situación triste, lo sé, mucho más porque nadie me responde. ¿Qué es lo que hago mal? No me parece correcto que una relación de amistad o de lo que sea se deba iniciar con un “Ola Ke Ace”, sencillamente porque no soy un retrasado mental, pero me parece que sí sufro un cierto tipo de retardo, un retardo temporal.

Me sería más fácil mi existencia si hubiese nacido muchos años antes, digamos el año mil novecientos treinta y dos. Sí, un buen año. Los albores de la Guerra del Chaco, una creciente sociedad burgués, el proletariado levantando la cabeza. Podría escribir cartas a mis anchas, leería más de diez horas al día. Usaría sombrero de copa y traje de cola. Maravilloso.

Pero no.

Me toca vivir la escalofriante perdidas de valores. La chica que me gusta tiene más carteras que libros. Más zapatos que palabras en su vocabulario. ¿Tan difícil es decir USTED? La actual crisis de nuestra sociedad va más allá de lo económico, va más allá de sus políticos, va más allá de la codicia de sus dirigentes. No sé si llegará la hora en que tengamos que asumir que los problemas no terminarán cambiando a un alcalde, a presidente o a un partido. Hay que reconocer que el principal problema de patria, de nuestra sociedad, es la mediocridad. El resultado de una cadena que inicia en la escuela con estudiantes sesgados por la ley del colegio “el profesor siempre tiene la razón” se repite en la universidad.  Hemos creado una cultura en la que los mediocres son los alumnos más populares en el colegio, los primeros en ser ascendidos en la oficina, los que más se hacen escuchar en los medios de comunicación y a los únicos que votamos en las elecciones, sin importar lo que hagan. Porque son de los nuestros. Estamos tan acostumbrados a nuestra mediocridad que hemos terminado por aceptarla como el estado natural de las cosas.

Antes de que termine la anterior gestión un docente de Derecho Penal publicó una de sus opiniones “filosóficas” asumiendo que la crisis académica se debía a la mediocridad de aquellos estudiantes que tan solo estudian para el examen y no para la vida. Sin temor a mis actos, cogí un marcador y puse mi opinión: ¿y dónde está el dinero de los seminarios? ¿Qué hay de las constantes denuncias en contra de usted por acoso sexual? Y sin temor escribí el nombre de algunas estudiantes que aprobaron el curso después de haber pasado por la extorsión del docente. Al día siguiente el cuadro desapareció y publicaron uno nuevo dentro de las vitrinas, fuera del alcance de manos vandálicas que se atreven a decir las verdades encima de la hipocresía encarnada.

En primer año pasamos la materia de economía política, tuve la desgracia de tomarlo con un docente al que lo apodan “el loco” No lo aprobé y tuve que repetirla en verano, estoy orgullo de aquello. Estoy orgulloso de no haber sido uno de los cientos que tienen que recurrirle a trabajitos extras, orgulloso de no haber tenido que degradar mi humanidad, mi formación, mi dignidad, solo para aprobar una materia. Tranquilamente pueden preguntar, sobre todo a los que tienen cien, que es el plusvalor. Allí está nuestra mediocridad, aprobar con cien la materia de economía política y no tener la maldita idea ni la aproximación de qué es el plus valor.

 Dicho “loco” es conocido por los pasillos como un viejo verde acosador, basta verlo como sale por las mañanas rodeado de muchachas y se las lleva a comer salteñas, bajo la excusa de enseñarles Derecho, cuantas veces he visto a ese señor con mis compañeras en su auto, muy lejos de la facultad por cierto, claro tengo que pensar que este les acompañaba a su casa.

Un docente senil de Derecho Constitucional me reprobó al final de su materia, a pesar de tener ya los puntos que requieren la aprobación, porque puse en mi examen final que los artículos 144, 145, 146 y 147 de la Ley Marco de Autonomías y la frase contenida en la primera parte del parágrafo segundo del artículo 128 eran inconstitucionales, esto por ser contrario, dije en mí examen, a los artículos 26.1, 116.1 y 117.1 de la CPE y 23.2 de la Convención Americana de los Derechos Humanos. Claro el doctor, asesor de nuestro actual presidente, no pudo concebir que un estudiante pueda querer saber más que nuestros eruditos asambleístas. El tiempo me dio la razón con el fallo del tribunal constitucional, pero aquello no hizo que recuperara todo el año que tuve que repetir la materia, y dejar rezagadas las materias que ésta me abría.

¿Y qué pasa con los estudiantes? A estas alturas de mí renegada entrada, cualquiera se preguntaría si los estudiantes son bestias peludas que no pueden reclamar una pisca de derechos. Pero no seamos ingenuos, qué poder podríamos tener contra aquel que tiene la capacidad de hacerte desaparecer en sistemas, lo mejor será quedarse callados, de temor, pasar desapercibidos y taparse el rostro al pasar por la entrada para evitar la fulminante mirada de Franz Tamayo. De tener la oportunidad de levantar mi voz por los oprimidos, la tengo, que apareceré en la lista roja de docentes también puedo. Pero que arriesgando mi pellejo, mis años de estudio, los estudiantes me harían a un lado, también pasaría. No solo se necesita un líder y un revolucionario, también se necesitan presos, oprimidos, extorsionados que quieran salir de allí. De otra manera solo somos locos en este mundo ya de cabeza.

Cuán distinto sería si los estudiantes dejaran de pasar una media de tres horas al día frente a un televisor que muestra principalmente basura. Es mediocre el país donde la brillantez del otro provoca recelo, la creatividad es marginada -cuando no robada impunemente- y la independencia sancionada. Un sociedad que ha hecho de la mediocridad la gran aspiración nacional, perseguida sin complejos por esos miles de jóvenes que buscan ocupar la próxima plaza en el concurso Gran Hermano, por políticos que se insultan sin aportar una idea, por jefes que se rodean de mediocres para disimular su propia mediocridad y por estudiantes que ridiculizan al compañero que se esfuerza.

Mediocre es nuestro país que ha permitido fomentado celebrado el triunfo de los mediocres, arrinconando la excelencia hasta dejarle dos opciones: marcharse o dejarse engullir por la imparable marea gris de la mediocridad.

Démonos cuenta amigos lectores que la idea dominante sobre nosotros mismos como país es no sólo la de la autoflagelación, sino la de que nuestra historia no es otra cosa que una suma de horrores, saqueo, corrupción, violencia y arbitrariedad. Una especie de camino al infierno o al suicidio, o peor aún, un camino a la nada.

Los presidentes fueron todos unos ladrones o unos ineptos, las élites un conjunto de poderosos con el único objetivo de enriquecerse a costa de los más pobres, los gobiernos unas gavillas de aprovechadores reunidas para favorecer a unos pocos, los empresarios arribistas o sanguijuelas del estado, los intelectuales loros que repiten ideas ajenas y que las tratan de imponer en una sociedad a la que esas ideas no se adaptan…

La consecuencia de esa lectura está a la vista. El descreimiento general, la desconfianza como norma, la idea preconcebida de que todo lo que hace un político o una figura pública tiene única y exclusivamente una intención oculta para su beneficio personal. La caza de brujas funciona porque mezcla el grano y la paja.

Nuestra percepción como colectividad es la de la derrota y la frustración. La idea generalizada es que siempre perdimos en los emprendimientos que encaramos, sean de construcción social, sean de guerras internacionales, sean simples y pedestres competiciones deportivas.

Ante la pregunta de ¿Cómo te va? En el mejor de los casos la respuesta es “más o menos”, cuando no “mal, como siempre”.