jueves, 23 de enero de 2014
estrellas
A veces, cuando hundo la cabeza en la almohada, me gustaría que el colchón se empiece a sumergir en el piso hasta llegar a un lugar bien oscuro y silencioso como una cripta, pero sin toda esa apariencia macabra. Una cripta en donde esté todo oscuro y mis pensamientos, uno por uno vayan saliendo de mi cabeza y se acumulen por todo el lugar formando pequeñas estrellas.
lunes, 13 de enero de 2014
¿INTERRUPCIÓN?
Siempre creí entender que cada situación, cada objeto, cada
persona, todo aquello que nos rodea y que creamos tiene su propia esencia, su
propia manera de ser, de estar, tiene su fin único y especial. Y así fue cuando
la conocí en la jardinera de la universidad. Ella tarareaba alguna canción
mientras sus amigas discutían sobre los trabajos y exámenes que tenían encima,
me les había acercado para saludar a un par de amigas que tenía en ese grupo,
me presentaron al resto del grupo y yo a modo que se relajen aquellas muchachas
tan angustiadas les dije que deberían ser como aquella que tarareaba alguna
melodía para disentir la angustia que la época final del año académico
conllevaba.
Fue a partir de ese momento que empezó un terrible viaje
inmoral, debo admitir que en mi historial de vida amorosa jamás fui serio,
jamás intenté que mi relación fuera duradera, si había soñado y vacilado mucho
acerca de querer afianzarme y poner algo de mi parte; pero no es lo mío -o así
pienso hasta ahora- y no hay razón porque quiera cambiar.
La agregue al Facebook, resulta que coincidíamos en algunas
clases, al principio solo eran pequeños saludos, luego largas conversaciones,
definitivamente nos entendíamos de manera irreal. Empezaron las citas para
tomar café, alguna salidita al cine, unos cigarrillos para quitar el estres;
habíamos creado en un mes una cuasi relación de amistad.
Fue una tarde en el sol de Febrero. La relación había sido
hasta ahora lo bastante críptico como para poner un “noviazgo” en la agenda de
temas negociables, pero al mismo tiempo lo bastante perentoriamente como para
dar a entender lo contrario. Estábamos a
la salida de la cinemateca, ya la había tomado la mano antes de entrar y
salimos de la misma manera; en ese pequeño mirador con vista al lado este de la
ciudad la besé. Nunca he sido participe de esta extraña forma de expresión,
pero en ésta fue especial, sentí fuego, sentí aromas, sentí un extraño
cosquilleo en algún lugar bajo del estómago. Me avergüenza incluso reconocerlo,
pero sencillamente fue hermoso. Al
separarnos, perdidos del tiempo y con gestos que tan solo los dos entendíamos
empezamos con nuestra relación adúltera; ella estaba comprometida y la boda se
fijaba en dos meses.
Entiendo mi irresponsabilidad, estaba arruinando una futura
familia. Pero ¿Qué hay de mí? Yo también merezco ser feliz. Esa mujer tan
distante a los demás es lo que yo deseaba. Lo sabía, no por su belleza, ni su
distinción de la gente común, ni porque me trastornaba el aire de sus suspiros
y el oro de su risa; lo sabía por aquella mujer me desordenaba el corazón y con
besos de cisne al alba yo desordenaba el suyo.
Ocurrió al día siguiente, la invité al cenar y ella aceptó
con la condición de que ella iba a pagar su plato como correspondía. Nos
encontramos después de clases y fuimos a restaurante donde antes habíamos
coincidido que servían la mejor carne a la parrilla. Antes de terminar le volví
a tomar de la mano y ella me la soltó suavemente. Tengo que casarme y lo sabes,
me dijo. La dureza de sus palabras me devolvió a la realidad, pero no dejé que
esto acabe con mi suerte. Insistí suavemente volver a tomarle de la mano y ella
lo aceptó. Salimos apurados, como si el tiempo tuviera limite. Llegamos a mi
cuarto en el centro de la ciudad y en el puro silencio bien conocido por mis
paredes, nos entregamos.
Toda la semana nos evitamos en los pasillos, como que a
propósito como que con indiferencia, ausentes del mundo que habíamos decididos
crear, esperando, quizá, un momento siquiera en que por destino se nos topen
las palabras correctas, ella orgullosa, yo tímido, como salidos de un cuento
ajeno. Fue el viernes en que en la clase de Integración nos devolvimos el
saludo, no nos entendíamos que estaba pasando, como si fuéramos dos chiquillos
aventurados. Me cansé del propio orgullo y a la salida de clases me interpuse
en su camino, al verme desvió los ojos, saqué un par de cigarrillos y se los ofrecí, cogió uno y salimos a
caminar a las calles desiertas que bien conocíamos.
Me pidió perdón por aquella noche, perdón por dejar que
pasase. Le dije que para mí no había tal perdón, que ambos habíamos sentido lo
mismo. La tome de la mano y nuestros rostros se acercaron lentamente, mis ojos
no se desprendían de ellos, como si con eso estuviera leyendo un poema.
Nuestros labios, una vez más se juntaron, tan suaves, tan delicados, fue un
beso que llegaba bien profundo en nuestras almas, un beso que transportaba a un
universo distinto, donde todo es tranquilidad y paz, donde no existe demasiados
sonidos ni demasiados colores, donde todo es la medida de lo exacto. No sé
cuánto tiempo estuvimos entregados a ese estado de Nirvana absoluto, todo pasó
como en una nube larga y blanda que aparecimos de nuevo en mi habitación,
entregados a una pasión desconocida para mí, no era el contacto físico lo que
me causaba placer, sino había un paso más, era el contacto espiritual que daba
placer al contacto físico. En medio de la noche, cuando nuestros cuerpos
transpirados respiraban a un mismo compás, ella falleció.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)