Reconozco que las intenciones no son nada buenas,
pero actuamos en conjunto. ¿El objetivo? Matarlo. ¿Quiénes somos? La
conciencia, el subconsciente; la parte más oscura de cualquier persona. Después
de todo, la conciencia también tiene su propia conciencia.
El móvil sería sencillo, ya lo habíamos determinado
con todas las emociones. Le haríamos escribir un libro, sea cual fuese su
forma: un cuento, poesía, epopeya o una novela; lo haría de tal manera que al
terminar el único camino que le quede sería la muerte mediante el
suicidio. Lo reconocemos, no fue
sencillo. Las pesadillas intentaron delatarnos. La inteligencia de su corazón
le había enseñado a cuidarse con una
delicada intuición, cosa que nosotros no controlamos. Imagínense trabajar en
una obra que es dictado por tu conciencia y darte cuenta que éste se encuentra
en medio de un complot para acabarte.
Lo ideamos con
la creatividad fuertemente manipulada por una dilatada insolencia. Día a
día le dictábamos al oído una verdad insufrible: lee y escribe. Fue sencillo
convencerlo, a pesar de que él jamás escribió nada, más que cartas inconclusas
que nunca le respondieron. Desde que fue pequeño, le marcaron un destino. El de
la lectura. Quizá el no lo eligió. Quizá no le dieron la oportunidad de vivir.
De seguro que le habría ido mejor, de haber sido de manera diferente. Tan
pequeño era él. Su madre le dio un ejemplar de un texto que no entendió, pero
la sobrada curiosidad y esos satánicos fulgores de soledad le hicieron un
adicto lector.
Un adicto, como todo lo que hizo en su vida. En vano
le procurábamos consejos, inútilmente le
infundíamos miedo, le transportábamos a su pasado, nada servía con él; tan solo
obedecía a lo que leía. Un día podía ser
un apreciado rey y al otro un drogadicto ultra violento. Pero ya acabaría todo,
le haríamos el favor, el único que pudiésemos hacerlo.
Empezamos con una trama compleja, no podíamos
permitir que se vaya dando de cuenta. Recurrimos a las hipérboles de la odiosa
gramática, no vacilamos en pretender cierta codicia literaria. Pasamos desde
familias arruinadas, ciudades desbandas, niños mutilados y violados, vimos
burlas, desprecio, racismo y odio; también amor. En repetidas veces,
colocábamos al suicidio como la mejor opción de solución. Nos resultó fácil,
después de todo, años nos alimento con la mejor dicción en el vocabulario. Una
vez leyó que para escribir una buena obra existían tan solo dos caminos: “leer
sin parar y si el talento te desborda no leer nada”. Se podría decir que
antiguas maldiciones confluían en él; primero la lectura y ahora una suicida
escritura. Pobre de él.
Tomó algo de dos meses acostumbrarlo, solíamos
desestabilizar ciertas emociones para que pueda quedarse en casa; en ocasiones
no le permitimos ni la comida. El ya estuvo acostumbrado a vivir “enganchado”.
Tienes que saber lo que es intentar dejarlo antes de poder hacerlo de verdad.
Sólo se aprende a través del fracaso, y lo que se aprende es la importancia de
la previsión. Si aún vive fue por los libros, siempre fue su salida para todo. Encontraba
fascinante la idea de poder sumergirse en la mente de otros. No se daba cuenta
que él ya no tenía mente propia.
Y fue dando resultado, dejó de vivir para escribir a
cuenta propia. Escribía siempre con un vaso lleno de vodka que no tomaba,
fumaba sí, dejó de drogarse. Tenía prioridad en continuar sus disimuladas
crónicas, destiladas en humo y lágrimas, llenas de anhelo por un amor que nunca
existió. Escribió sobre Francia y Alemania. Escribió para Miriam y Ana.
Escribió por él. No dejamos de soplarle ideas, de callar al corazón, no nos
tembló el pulso cuando su obsesiva compulsión lo desgastó físicamente, seguimos
con él plan. Y llegó
Ocurre que la realidad es desesperada y el futuro es
incalculable; lo fue incluso para nosotros. La lectura y la escritura son de
otro mundo cuyo combustible es la droga de los libros «el elixir que les da la
vida, y se la quita». Un libro donde su protagonista pasa por la miseria, la
prostitución, las enfermedades del terror humano, el silencio de una humanidad
hipócrita que no entiende más que lo efímero de su existencia, una vida corta y
decepcionante. Y entre palabra y palabra,
entre cuentos y prosa, entre violencia de alucinaciones y silencios de
amor, llegó a las últimas páginas de su libro, de su vida relatada.
No hay nada más letal que el dolor propio y el de la
angustia mental. La inanición ya era severa, la prolongada insuficiencia de
alimentos explicaba su extrema pérdida de peso. Nosotros también sentimos la
sombra de la muerte, el flujo sanguíneo en la corteza cerebral aumentó como un
desesperado intento de transportar oxígeno. Su debilidad también es nuestra
debilidad. Con un último supremo esfuerzo, pudo levantarse dejando las últimas
gotas del tintero «morir también es poesía».