miércoles, 3 de diciembre de 2014

Otro tres de diciembre

Tres de diciembre.

Me desperezo cual felino, miro a mi alrededor y vuelvo a sumergirme en el mundo de los sueños. O lo intento, de cualquier manera hoy es mi día, por lo tanto me lo voy  a tomar como tal. Planeo levantarme tarde, hacerme un desayuno que incluya un pan con mantequilla y mermelada de fresa (mi favorita). Lo colocaré en una bandeja y desayunaré en la cama. Leeré el periódico con parsimonia, sin prisa alguna.

Me introduzco en el baño, debajo de la ducha, con el agua tan caliente como a mí me gusta. Me embadurno de espuma durante largo rato. Cuando me canso de estar mojado suavizo mi piel con aceites y me enfundo en prendas cómodas para ir a dar un largo paseo bajo los rayos del amigo soleado. En el momento en que mis pies necesiten un descanso, aposentaré mi cuerpo en cualquier sitio vestido de verde y reposaré.

Naturalmente llegará la hora de volver al hogar y lo haré nuevamente sin prisas, ni carreras, ni sofocos. Caminaré por caminos con laderas y flores, o no, mirando a las personas, a las cosas, a todo. Me llenaré de miradas, de escaparates, de colores y así, sin darme cuenta habré arribado a puerto.

Me preparo una comida sabrosa, con verduras variadas, con pescado fresco y jugoso, con ensalada aromatizada y disfruto como un niño con juguetes nuevos. Me tomaré un café con queso, no demasiado. Más bien poco, pues no soy santo de su devoción. Pero lo tomaré todo tan a gusto que la digestión será placentera, seguro.

Me acomodaré en mi sofá preferido con el último libro en mis manos y leeré hasta terminarlo.
Acabo de abrir los ojos y ¡oh, sorpresa!, miro el reloj y me doy  cuenta de que es hora de levantarme e ir a la universidad. Hasta hoy me he acostumbrado a ganar unos minutos soñando despierto. Mi vida onírica y no real.