jueves, 10 de noviembre de 2016

Pesadilla


La lleve a mi casa y en el silencio de mi cuarto me comprendí realmente . Es extraño pero debo admitir que fue una de las peores noches que he tenido en mucho tiempo. Una noche que hasta las horas de esta madrugada me cuesta aceptar y que quiero que tu tambien comprendas.

Le dije que iba al baño y mientras tanto se metio entre mis sabanas, ya estaba desnuda cuando volvi y solo atine a darle la espalda y apilar la ropa en la silla junto a la cam, me senté en el borde de la cama durante un momento, pero la cosa era inevitable: tenía que acostarme junto a ella. 

Descansé la cabeza en la almohada y luego levanté los pies para ponerlos encima de la cama. Ella mantenía sábanas y mantas levantadas para que yo me metiera en la cama. Me tapó y se puso de cara a mí. Yo le di la espalda. Se puso a acariciarme el cuello, los hombros, y finalmente la espalda. Yo solo quería que se durmiera de una puta vez y me dejase en paz. Noté que su mano seguía espalda abajo y deseé que no pasase nada; esperaba dormirme enseguida (había creído que después de tener tantas veces sexo ya no sentiría lo mismo); tenía ganas de darme la vuelta y gritar y decirle que se fuera —dios mío, ¿cuántas veces me pasa esto cuando estoy por tener sexo ?—. Traté de pensar en algo para conseguir ignorar a esa mujer y lo que me estaba haciendo y lo que iba a pasar. Traté de concentrarme en en los libros qué había visto en esa libreria de avenida arce un viernes pasado. 

Pero todavía era consciente de que ella me tocaba el muslo. Intenté recordar todol el tramite, que estoy realizando para conseguir mi título —y la mano seguía acariciándome—. No podía hacer nada. La jodida mano. ¿Por qué mierda no me deja en paz? ¿Por qué me pasa esto siempre que voy a hacer 
el amor ?

Apreté los ojos con tanta fuerza que me dolieron, luego, de repente, rodé por encima de ella,  noto mi peso y mi mano le buscaba  clitoris…, entonces se relajó y me abrazó—. Yo le frotaba el sexo con la mano, ansioso y con rabia; hubiera querido penetrarla con fuerza, pero cuando lo intenté me arañé el glande e instintivamente me detuve durante un segundo, pero mi rabia y mi odio me empujaron a seguir y seguir hasta que al fin se la metí entero —ella se estremeció un poco y luego suspiró— y yo entraba y salía con toda la fuerza de que era capaz. Empujaba con ganas de sacarle el aparato por la boca; con ganas de que tuviera un armazón de hierro incorporado. Ella tenía las piernas alrededor de mi cuerpo y me apretó el cuello con los brazos mordiéndome la oreja y agitándose a uno y otro lado al notar como mi pene entraba más y más. Yo, en ese momento físicamente insensible, no sentía ni dolor ni placer, y me movía con la fuerza y el movimiento automático de una máquina; ahora era incapaz de formular el más mínimo pensamiento, pues mis esfuerzos por pensar quedaban ahogados por mi rabia y mi odio. Ni siquiera era capaz de determinar si le estaba haciendo daño, ignorando por completo el placer que estaba proporcionando; mi mente no me permitía alcanzar el orgasmo rápido que ansiaba para poder apartarme, y no comprendí que mi brutalidad en la cama es lo que hace que me siga buscando para otro encuentro, y que cuanto con mayor fuerza trataba de atravesarle las tripas con mi pene, más me buscaría. 

Y ella se movía a uno y otro lado casi desmayada de excitación, disfrutando de un orgasmo, de otro y otro, mientras yo continuaba entrando y empujando hasta que por fin expulse el semen y seguí con el mismo ritmo y fuerza, sin sentir nada. Por fin mi energía desapareció con la salida del semen y de repente me detuve sintiendo náuseas y un intenso desagrado. 

Me aparté rápidamente de ella y me quedé tumbado a su lado, dándole la espalda y agarrando la almohada con las dos manos, casi destrozándola, con la cara enterrada en ella, a punto de llorar; el asco me apretaba el estómago, era como una serpiente que lenta, metódicamente, me quitaba toda la vida del cuerpo, pero cada vez que llegaba al punto en que hasta la más leve presión pondría fin a todas las cosas —vida, miseria, dolor—, la presión cesaba y yo seguía allí, con el cuerpo vivo a fuerza de dolor y la mente enferma de asco. Murmuró algo y ella se tocó el hombro mientras su cuerpo seguía temblando. Ella cerró los ojos, relajó el cuerpo, y enseguida se quedó dormida mientras la mano se deslizaba poco a poco de mi hombro.


Yo no podía hacer más que aguantar las ganas de vomitar. Tenía ganas de fumar un cigarrillo, pero tenía miedo, miedo de que el menor movimiento, incluso el de respirar profundamente, me hiciera soltar las tripas allí mismo. Conque me quedé allí tumbado con un sabor amargo en la boca y con el estómago como presionando contra el paladar y la cara apretada contra la almohada y los ojos cerrados con fuerza y concentrado en mi estómago, tratando de pensar en algo para librarme de aquel sabor amargo, de aquella presión, o por lo menos, de controlarlos. Sabía, después de años de luchar contra ello, que todas las veces perdía y terminaba vomitando en un orinal o un retrete si tenía la suficiente suerte de llegar hasta él. No podía evitarlo. Ni hacer nada, excepto llorar. Y ya no era capaz ni de llorar. Habían sido muchas las veces que me había encontrado encerrado en un cuarto de baño o en plena calle después de huir de la mujer con la que había estado, pero ahora las lágrimas ya no me venían a los ojos aunque tratara de relajarme para dejar que brotaran. Y me dolían los ojos. Los notaba hinchados y húmedos, y no conseguía que dejaran de dolerme. Igual que mi garganta, seguía en tensión y apretados con fuerza. Y allí continuaba tumbado… Si pasara algo… Me apreté contra la almohada con más fuerza; también apreté las mandíbulas con más fuerza hasta que noté un lacerante dolor en el oído y un espasmo en los músculos del cuello que me obligaron a relajarme. Mi cuerpo se estremeció leve, involuntariamente. Nada desgarraba, ni siquiera ligeramente, la oscuridad; tenía los ojos cerrados y mi cabeza estaba encerrada en un mundo de tinieblas del que no veía ni sentía los límites. Yo mismo era inexistente. No había más que oscuridad.

Contrajé los músculos de los dedos de los pies hasta sentir calambres. El dolor aumentó y traté de concentrarme en él para olvidar todo lo demás. Me parecía que los dedos de los pies se me iban a romper y luego noté como si el pie entero tuviera calambres, y luego noté calambres en las piernas, y seguí sin relajar los músculos. Por fin el dolor se hizo insoportable y tuve ganas de gritar. Sólo entonces traté de relajar los músculos pero éstos siguieron en tensión y tuve que dedicar toda mi energía en relajar los músculos antes de que el dolor me matara. Las pantorrillas todavía me dolían, aunque empezaron a perder rigidez, pero notaba como si los pies fueran a retorcérseme y los dedos a romperse. Los oídos y el cuello volvieron a dolerme después de la crispación de las mandíbulas… pero por lo menos ya no era consciente de las náuseas y desagrado. Tampoco de la presión en la garganta y del sabor a bilis…, todavía me dolían los oídos y el cuello, pero sólo era consciente de ello vagamente. Las pantorrillas se me relajaron un poco más y poco a poco los músculos perdieron la tensión y noté los dedos de los pies sueltos y fuí consciente del dolor de las mandíbulas. Luego, lentamente, también empezaron a relajarse y los calambres y el dolor desaparecieron y dejé de apretar la almohada y me quedé allí tumbado, nervioso, sudando, notando durante unos momentos únicamente debilidad. Después, poco a poco, fui consciente de mi garganta y estómago, y el desagrado y la náusea se abrieron nuevamente paso hasta mi conciencia. Si pasara algo…, las lágrimas se me agolpaban en los ojos pero no conseguía llorar…, algo…, lo que fuera…, dios mío… Dejé que se me abrieran los ojos. Concentré la mirada en la cómoda: había dos grandes colgadores, uno más pequeño encima, otro mayor a un lado; una pared. Empezaron a picarme los ojos por culpa del sudor. Me sequé la cara en la almohada. Volví ligeramente la cabeza hasta ver el techo. Ahora mi visión tenía límite. Allí arriba estaba el techo. Las paredes a los lados. Ningún misterio. Nada oculto. Había cosas que ver. Había un orden. Mis ojos me dolían menos. Ya no me picaban. No me daba miedo mirar. Ahora tenía que moverme. Mi tensión debía de haber disminuido. Todavía estaba allí, pero debía de haber disminuido. Tenía que haberlo hecho. Debería ser capaz de moverme. Tragé…, volví a hacerlo…, la garganta me quemaba debido al amargor. Me quedé tumbado. Completamente inmóvil. Sin respirar. Traté de eructar. Me palpitaba el cuello. Me ardía. Volví a tragar…, respiré. Pero no a fondo. Los latidos del cuello se apaciguaron. Tragé…, respiré…, encogí poco a poco las piernas…, dejé que se deslizasen a un lado de la cama. Me senté muy despacio. Sin respirar. Contrayendo la nariz. Soltando suavemente el aire por entre los dientes. Me froté la cara…, fui poco a poco al baño. Me senté y encendí un cigarrillo y miré por la ventana. Fumé. Nada en la calle. Nadie. Un coche aparcado al otro lado de la calle, vacío. 

Encendí un nuevo cigarrillo con el primero. La garganta me picó pero se me relajó el estómago. Las náuseas ya no eran intensas. Aunque todavía seguían allí. Mal sabor de boca. Seguí fumando sentado. Miraba. Ojos húmedos. Dolor de cabeza. Nada de lágrimas. Dejé el cigarrillo en el cenicero. Me pasé la mano por la cara. Volví a la cama. Miré el techo hasta que empezaron a cerrárseme los ojos. Si pasara algo… Pero ¿qué? ¿qué? ¿Qué podía pasar? ¿Y para qué? ¿Por qué motivo? Me picaban los ojos. Los tenía húmedos. No podía mantenerlos abiertos. Mi cuerpo empezó a relajarse. La cabeza me cayó ligeramente a un lado. Busqué una posición mejor. Seguía sin mirar a ella. No había pensado en ella. Tuve un sobresalto. Apreté la cara contra la almohada. Pronto me quedé dormido.
Las arpías cayeron sobre mi y, en la oscuridad, bajo sus alas, no veía nada excepto sus ojos: pequeños, llenos de odio, unos ojos que se burlaban de mi cuando trataba de huir de ellos porque sabían que no lo conseguiría y que jugarían conmigo antes de destrozarme poco a poco. Traté de volver la cabeza pero no me podía mover. Lo intenté una vez y otra y otra hasta que me movía adelante y atrás incesantemente mientras los ojos seguían mirándome burlones y las gigantescas alas batían el aire con más fuerza alrededor mío y mi cuerpo temblaba de frío y podía notar sus picos puntiagudos y los extremos de sus plumas rozándome la cara. Intenté bajarme de la roca pero a pesar de todos mis esfuerzos siempre seguía arriba con el viento soplando con fuerza y las arpías graznando, y por encima del sonido del viento y del ruido de los graznidos oía cómo me arrancaban la carne del vientre, oía cómo se la arrancaban y luego cómo tiraban y se la quitaban poco a poco y yo aullaba y me retorcía y me ponía de pie y corría, corría y siempre seguía encima de la roca y con las arpías burlándose de mí mientras me arrancaban la piel del vientre, del pecho, y me clavaban los picos entre las costillas. De pronto me los clavaron en los ojos y me los sacaron de sus órbitas y oí el flop, flop de mis ojos dejando mi cabeza y los graznidos de las arpías que aumentaban hasta que ya no pude oír mis propios gemidos y les daba patadas y puñetazos aunque mi cuerpo se negaba a moverse y lo único que podía hacer era quedarme allí tumbado una vez más, y una vez más las arpías me arrancaban a tiras la carne del vientre y el pecho, y me clavaban los picos entre las costillas y una vez más los hundían en mis ojos.

Y estaba solo en una calle, mirando, dando vueltas en redondo, mirando, mirando a nada. Todo era ilimitado en todas las direcciones hasta que aparecieron unas paredes que parecían moverse en un triángulo excéntrico y se acercaban más y más y seguían girando y yo seguía dando vueltas en redondo y las paredes se acercaban todavía más y empecé a gritar y a llorar aunque reinaba un profundo silencio hasta cuando las paredes se me acercaban y corrí hasta chocar contra una pared y me encontré en mitad de la habitación que disminuía y pude notar la superficie suave de yeso de las paredes cuando me tocaban los brazos, la boca, la nariz, y las paredes me aplastaban poco a poco.

Mis ojos giraban y subían dando saltos colina arriba y yo los perseguía vacilante y trataba de cogerlos. Me agachaba y lo que cogía eran piedras y guijarros y trataba de metérmelos en las cuencas vacías y escupía las piedras y gritaba mientras los guijarros desgarraban aún más las cuencas que sangraban y yo seguía vacilando colina arriba y de vez en cuando los ojos se detenían y me miraban con aire de asombro esperando hasta que casi los tocaba y luego seguían rodando colina arriba y yo me metía otros dos guijarros en las cuencas y gritaba cuando me desgarraban los párpados y entonces gritaba más y más fuerte y daba vueltas a las piedras tratando de quitárselas pero mis manos llenas de sangre me impedían agarrarlas bien y mis gritos eran todavía más fuertes hasta que por fin me puso a gritar de verdad y di un salto en la cama y abrí los ojos y pasaron años antes de reconocer la cómoda y las paredes.

Ella se movió ligeramente y yo me cogí la cabeza con las manos y gemí. La pesadilla no siempre era exactamente igual pero cuando se terminaba siempre me parecía que sí lo era. Año tras año, yo salto en la cama de vez en cuando, casi loco de terror, tratando de quitarme el peso del pecho para poder respirar y luego poco a poco distinguír un objeto familiar y finalmente darme  cuenta de que ya estoy despierto. Mis ojos estaban nuevamente hinchados pero no lloraba. Me quedó allí sentado muchos minutos y luego descanse lentamente la cabeza en la almohada, secándome  la cara y cabeza con la mano y tapándome después los ojos con el brazo.


No creo que vaya a aceptar ningún dia que soy gay.

domingo, 25 de septiembre de 2016

YOLANDA BEDREGAL



Mi homenaje a Yolanda Bedregal 
¡YOOLA! – OOOLA
¡YOLANDA!… landa … landa … la landa … yoo … anda – Yolanda. ¡Yolanda! ooo… aaa … aaa.
¡Las Landas! Las tierras enormes y frías como sábanas de hielo.
¡Yo! Estrella nueva que sólo tiene dos puntas.
¡Yolita! Piedra de color violeta.
Yolanda: Violante: el nombre de una constelación

Sobre Yolanda Bedregal hablarán muchos. Muchos o casi todo de ellos, son personas “muy” adultas, tienen ya poco pelo y mucha barba. Los anteojos se les caen por las narices y el metal brilla entre sus dedos. Caminan no. Sus automóviles brillantes y silenciosos los transportan del súper mercado a la oficina y luego al garaje de sus casas. Y es ahí, donde sentados en roble, rodeados de altos libreros, con lámparas verdes, encienden su puro y leen a la distinguida y notable Yolanda Bedregal.
Leen con altura y soberbia, se cautivan con la elocuencia y magnificencia de su retórica, se acaloran en el desliz de una danza floral. Cierran sus libros heredados de primera edición, prenden otro puro, y otro, y ese día ya no fuman más; la poesía es para ellos, es de ellos, es con ellos. Nadie más la comprendería. Es un duro significado; el sensible florecimiento de sus letras. Duermen sin despeinarse.
Y qué hay de los otros, de los que no tenemos automóviles, no tenemos casa, no tenemos libreros y fumamos derby. No conocemos Paris ni Venecia. No tuvimos luna de miel. Tenemos manos callosas y paspas. Alzamos los alimentos de donde podemos y enterramos nuestros muertos en las esquinas. Nuestros anteojos están arreglados con cinta adhesiva. Nuestros zapatos están por cuarta vez en el zapatero. Nuestros libros piratas están acomodados donde debería estar un televisor. Qué hay de los que viven en los tejados, de los que duermen en las alcantarillas. Qué hay de los que tienen su asiento preferido al fondo de la biblioteca. Qué hay de los que le escuece la mano por escribir. ¿Qué hay de los pocos, poquísimos libros de Yolanda Bedregal en la biblioteca?
Imagino que Yolanda era una tipa como nosotros, sin más sin menos. Delgada, piel cetrina, adusta y con pelo negro azabache, pies diminutos y ojos y aquí quiero poner énfasis, ojos terriblemente sinceros, imagino que cualquiera que la haya podido ver se acuerde de ella. No creo que todos tengamos aquellos ojos, pero al menos aquello la separaba de nosotros. Crecía y leía y crecía y escribía y crecía. En su adolescencia fue capaz de no olvidar la infancia “Nuestra sabia ignorancia de niños embelleció al mundo imaginario” en su adultez fue capaz de no olvidar la adolescencia. Escribía lo que veía, no lo que miraba. Escribía lo que sentía, no lo que pretendían que sienta. Tuvo que ser valiente a comparación de otros poetas, ella salió de su casa y buscó donde no la llamaban, ganaba donde perdía, y sus mitos eran de verdad mientras lloraba de alegría entre recuerdos que quizá jamás existieron.
No me sería nada extraño verla hoy, sentada en el parque hablándole a los árboles. Caminando por la Rioshinio buscando margaritas amarillas. Gritando en la soledad de la puna su nombre: ¡YOOOOLAAAAA! Paseando las calles angostas, dedicando sonrisas, regalando su alegría, tragando melancolías sueltas. No me sería extraño ver a Yolanda con una cámara fotográfica. Buscando ases en la luz, dando la espalda a las moles de cemento. Concentrándose en adivinar el siguiente paso de las palomas, la siguiente palabra de los niños en el recreo. Mirando siempre más allá, más aún y todavía más. Cautivada del azul, cautivada del blanco, cautivada del Illimani y de sus nubes. Ella no miraría una “ex – estación central”, vería vagones, ancianos de sombrero con copa y niños tirándoles la cola del traje. Vería al fondo, entre los árboles, una joven pareja de enamorados, los vería con sus rostros cerca el uno del otro, murmurando frases que hasta un ciego las entendería.  Para ella no existirían niños hambrientos ni ancianos abandonados, ella sabría que aquí falta amor. Volvería a casa siempre antes de la media noche y su padre la escucharía con cariñosa atención. En su habitación, ella escribía a luz lunar en el alfeizar de la ventana, escribía mientras sus nardos y gardenias trepaban en su lecho. Dudo que haya compuesto una sola línea sin calmar su espíritu en las orillas de un mar lejano, de una montaña congelada, en una mariposa y su aleteo, de una guerra inhóspita; pero jamás sobre la oscuridad, ni la muerte.
Yolanda no se hizo para los que viven arriba ni para los que viven abajo. Nos la mandaron para que la sintamos bien dentro. Para entender, no un poco, sino mucho sobre eso bien extraño que es El Sentir. Ella sintió, ella nació sintiendo y siempre supo lo que es sentir. No por nada supo decir “Un dedo mío detiene el montón de acero del ómnibus”. ¿Acaso se puede hacer una poesía de algo tan trivial como tomar un bus? Desde Yolanda ya nada es trivial, todo tiene sed de inspiración, todo es poesía y en ella un poema.
Y ¿qué nos importa la poesía cubana? ¿La angustia desesperada de Neruda? ¿Las metáforas extrañas y violentas de Huidoro? ¿La metafísica de Juana de Ibarbourou? Ellas (y ya muchos lo dijeron) son dulces poetisas, amantes del paisaje, la miniatura, la anécdota, el arte figurativo. Sin embargo Yolanda, es magia de nuestra tierra, magia de nuestra realidad, de nuestro mar cautivo, de nuestras guerras perdidas. No importa en ella el paisaje expresionista. Donde hay una montaña en ella es el infinito. Donde hay paisajes en ella es inmensidad. Y donde hay grandeza en ella es alma.
Ahora no digamos que Yolanda es la más grande de las poetas en esta tierra, la más importante y que todos deben rendirle una merecida pleitesía. No. A Yolanda hay tan solo que detenerse un momento y rendirse. ¿Qué hacemos rindiéndonos? Solo entregándonos en ese preciso instante (un instante que puede pasar desapercibido) vamos a ser capaces de entender lo que ella entendía. Vamos a poder pasar por una iglesia y no ver unas piedras amontonadas y a un Jesús al medio, pasaríamos a ver el sol por cada poro, veríamos a los niños bostezando y a las ancianas de puntillas concentradas en sus oraciones. Donde hay una plaza veríamos miles de pétalos y a un par de enamorados. Seríamos capaces de compartir nuestro silencio. De volver a casa apreciando en las puntas del cabello de nuestras hijas un pequeño universo, donde la esperanza, la creación, el alquitrán nocturno y el juez eterno, reflejen por un breve instante la obra de Yolanda Bedregal.
Esa señora, casi desconocida en las zonas, en los barrios populachos, en la villa y en la periferia. De rostro inmune al tiempo, de poesía infinita y de poemas al ser. Es ella quien nos enseña que no debemos ocultarnos bajo el sol, que no debemos ocultar nuestra sombra lunar. En sus textos resbalamos cada uno de nosotros, cada obra desde la más sencilla hasta la más extraordinaria; en sus letras nos cobija, nos da almohadas para descansar y una fuente de agua fresca para volver a empezar.
Hay Yolanda Bedregal para el soldado, para el lustrabotas, para el jardinero y para el sastre. Nos la mandaron para empezar a sentir, no es ella difícil, no es ardua ni rebuscada. Sus poemas son para el hijo del albañil, para el conductor del tranvía, para el padre del soldado muerto en el campo inerte. Yolanda Bedregal es para leerlo en la plaza, en el bus hacia Oruro, en el descanso laboral de una fábrica manufacturera en la Argentina. Es para sentirlo cuando el ser amado posa su mano sobre la tuya, cuando te da un beso en la comisura del labio. “Porque la Poesía es signo; y el Verso, clave.” 
Espero y de verdad lo espero, que se deje a Yolanda a los que la necesitan, los que necesitan un poco de verdadera fe, de verdadero sentir. Ella, tan solo ella te puede llevar de la mano y guiar hacía la verdadera esencia de un paceño, de un potosino, de un soldado, de un panadero, de un despatriado, de un adolescente; ella, solo ella.
Nació en buena cuna, una mañana o una tarde cuando corrían los mil novecientos trece años. Siempre tuvo a mano una valiosa biblioteca, su padre, un reconocido poeta de renombre la armó en el espíritu de la literatura. Fue él sin duda, que revisó sus primeros borradores, empero Yolanda fiel a su destino, continuó el sinuoso camino del escribir fiel a lo que sentía.
Y ahora, estos señores de larga barba, pretenden comparar su obra, comparar sus textos, pretenderán encuadrarlas en los moldes de las posmodernidad que ellos han inventado, la ubicaran entre su carrera de docente y su beca en el Barnard College de la Universidad de Columbia. ¿Es así como realmente quería que la recordaran Yolanda Bedregal? Algunos más osados, incluso hablaran de su matrimonio con Gert Conítze (que de buena gana tradujo al alemán toda su obra).
Quizá en el paso de los años, en la inevitable escoba del tiempo, muchas cosas han cambiado. Los de barba blanca deben tener razón, insisten que estoy equivocado, que Yolanda vivía en su nube puesta por su padre, que miraba con desdén a los que no podían utilizar los cubiertos correctamente. Y su padre, dedicarán vastas hojas para hablar de su padre. Pero no creo que este sea el caso, eso sería hablar de más. Es más correcto (y más bonito) hablar sobre la presencia de Yolanda Bedregal en nuestros tiempos y en nuestras calles. Y es eso lo que pienso hacer.
Salir a la Jaen. Pasear por Sopocachi. Escalar al montículo. Sentarse en las graditas de la biblioteca municipal. En todos aquellos espacios que Yolanda bien conocía, hoy se oyen murmullos diferentes; no es de poesía exactamente. Los niños hablan sobre su programa de la televisión. Sus padres hablan de cómo conseguir más dinero. Y los abuelos se quejan de sus achaques. Preguntar a cualquier estudiante de nuestras escuelas sobre Yolanda Bedregal sería igual que preguntarles sobre que hay al centro del sol. En las bibliotecas sus obras son escasas, por no decir nulas. En los almuerzos familiares de los domingos ya no se recitan versos como en otros tiempos (muy antiguos tiempos). Hay menos libros y menos de esos son poemarios. Obras nacionales son inexistentes en el noventa por ciento de los libreros (si es que hay libreros). Las universidades prefieren olvidar su obra. Bedregal a veces se escucha, por un político de la vieja vanguardia, un apellido viejo, angustiado. Triste.
¿Dónde está Yolanda ahora? ¿Quién la rescata del olvido? A Yolanda hay que buscarla con especial cuidado. Si no fuera el centenario de su nacimiento, ya estaría olvidada. Yolanda Bedregal se ubica en lo académico, una intelectual de la poesía latinoamericana. Su obra circunda el paisaje y la historia de la literatura nacional. Para ella, el habitante de cada región tiene características propias bien marcadas de acuerdo al ambiente telúrico. La gente de alta montaña y de altiplano es igual al paisaje hosco y bravío, reconcentrado y sobrio. El habitante del valle participa de la dulzura del campo pintoresco y ameno. El hombre del monte, de la selva, es relativamente exuberante como la naturaleza con bosques de maderas perfumadas, ríos y cascadas sonoras; pobladas de alimañas, pájaros raros y brillantes mariposas.
Ella estudió que el acento poético coincide con el ambiente, que el área minera, agrícola o lacustre es la voz peculiar de los artistas y la misma del escritor.
Señaló en Bolivia, al igual que en los países latinoamericanos cuatro grandes etapas en su desarrollo cultural: Una era precolombina o indígena donde nace una sociedad con sus leyes, costumbres, sistemas, artes grandes y menores; donde ubica a ese periodo en el más importante ya que es donde arranca la personalidad definida de la nación boliviana, donde, cree ella, recibe su herencia automática y su tradición como fuente de cultura. Una segunda de un periodo que abarca desde la conquista hasta el coloniaje español, en cual se apaga la llama del espíritu creador nativo al destruir las instituciones existentes o incurrir en atropellos inherentes a toda dominación. Una tercera de pleno coloniaje, ya que esta a su vez trajo sangre, religión y lenguas nuevas, donde la identidad propia se mezcla con lo autóctono formando un nuevo tipo de lenguaje: el mestizo, cual conjuga el recrio temple hispano, conquistador e individualista con el espíritu mágico, contemplativo del indio; es esta época donde nace el rico injerto que constituye el hispo-americanismo. Y como última etapa sigue el periodo de la revolución por la independencia, lapso de quince alborotados años de lucha tras los cuales Bolívar y Sucre fundaron una república libre y soberana. Como es lógico, los hechos históricos y su influencia en la sociedad imprimen sus características a la literatura.
Yolanda presenta en uno de sus textos dirigidos a la conservación del patrimonio poético nacional, una exhaustiva valoración de más de doscientos artistas de la poesía. Sin duda su referente académico, es una huella que perdura y perdurará mientras a los bolivianos les interese oír poemas. Su recopilación contiene más poemas que ninguna obra nacional hecha hasta el momento. Sin embargo su obra se encuentra desgastada y con falto de hojas en la principal biblioteca del país. Desde las oraciones al sol de Manco Qhápaj en la época precolombina y la retórica a la muerte de Almágro por Alonso Henríquez de Guzmán, pasando por la chelicha de Daniel Campos en su obra magistral de los expedicionarios mineros en Potosí, con los himnos patrios como el ¡Salve Oh Patria! De José Aguirre Acha; la nacionalidad de Tamayo, la urbanidad de Saenz, el sentimiento de su padre Juan Francisco Bedregal y los albores de nuestra sociedad en Chirveches y Medinacelli; su obra compilatoria se extiende en el largo patio de nuestra tierra, con el cruceño Julio de la Vega y su inmortal Trópico Pobre, el Cochalita del querido Jorge Claros Lafuente quien supo decir “Tu lágrima de estaño tiene sabor de sangre y sabor de salitre y de planta marina”; el tupizeño Enrique Baldivieso que escribía con gracia y soltura y pasó a ser vicepresidente de la república; sin dejar de lado a Jaime Mendoza un chuquisaqueño ilustre que conformó la primera brigada nacional de artistas en letras. En fin, la obra recopilatoria de Yolanda, alcanza con minuciosa sencillez el talento poetizo boliviano.
Yolanda, al regreso de su paso en el exterior, dedicó su vida a la enseñanza, entre ellas la academia Benavides de Sucre, el Conservatorio Nacional de Música, la Universidad Mayor de San Andrés; trabajó en el Consejo Nacional de Cultura y en la Municipalidad de La Paz, de la que fue Oficial Mayor de Cultura. Fue presidenta y fundadora de la Unión Nacional de Poetas, del Comité de Literatura Infantil y de institutos binacionales, miembro de Número de la Academia Boliviana de la Lengua y de la academia Argentina de letras, secretaria del PEN club, miembro honorario del Comité Boliviano por la Paz y la Democracia y representantes de Bolivia en varios congresos internacionales, además designada como embajadora de Bolivia en España. Gesta Barbara la proclama “Yolanda de Bolivia” y la sociedad de Argentina de Escritores “Yolanda de América”.
Fue alguien, sin duda, a la que la marea gris de la mediocridad no embarro. Sus logros son el trabajo de una mujer que supo trabajar para su país. Su indiscutible talento en las letras marcaron una época dorada en nuestra patria, un talento que la llevó a recibir premios y condecoraciones entre otros el Premio Nacional de Novela “Erich Guttentag”, la Gran Orden de la Educación Boliviana, Honor Cívico Pedro Domingo Murillo, Premio Nacional del Ministerio de Cultura, Escudo de Armas de la Ciudad de La Paz por servicios distinguidos, Caballero de la Orden de Letras y Artes de Francia, Medalla a la cultura de la Fundación Manuel Vicente Ballivián, Medalla al Mérito de la prefectura del Departamento de La Paz. El Estado de México le concedió el alto título de Dama de América cuya presea es concedida por el Consejo Nacional de Derecho de la Mujer, organización estatal de valioso renombre del país azteca. Chile le otorgó la Medalla Gabriela Mistral y el Congreso de Bolivia le impuso la Condecoración Parlamentaria Nacional en el grado de Banderas de Oro. Es tan grata su huella que El Estado Boliviano, en homenaje a su vida y su obra, instituyó el Premio Nacional de Poesía “Yolanda Bedregal”. EL municipio paceño en el centenario de su nombre, convoca a la segunda versión de cuento infantil “Historias Chikitas y chuk´utas”, añadiendo al nombre del concurso el de Yolanda Bedregal; cuyos textos ganadores serán beneficiados además de la publicación, un monto monetario.
La poesía en Yolanda, no fue de riesgo es de apuesta, no de error es de suerte. Entre sus contemporáneos, los tipos duros en letras le hicieron frente en el día a día. Ella tuvo el valor suficiente para alejarse de aquellos, que escribían en la oscuridad, tecleando en bodegas oscuras o al ritmo de camiones o gastándose la noche en el bullicio de la muerte o con las llagas ardiendo bajo la propia saliva; individuos nada más alejados de las buenas costumbre o de la sombre taciturna de la intelectualidad.  Yolanda Bedregal no fue una de ellos.
La gran magia de su poesía reside para mí, discúlpeme por entrometerme amable lector, no tanto en la música de sus ideas, como en el murmullo subterráneo, subjetivo, subsexo, subansia que la recorre. Nos produce un sobresalto como el rumor que anuncia un temblor y que pasa sin destruir nada, pero que agita el corazón porque nos deja con nuestra mortalidad anudada en el cuello y nuestra carne temblorosa, amarrada a la vida, a la angustia de sus deseos. Schopenhauer decía: “la música nunca expresa los fenómenos, sólo el ser interior, la esencia de los fenómenos” y la poesía hace lo mismo, no cuando intenta ser música, un campanillo de palabras plateadas, sino cuando sus imágenes surgen en oleadas y nos acosan en la sangre misma. La música poética de Yolanda Bedregal resuena en nosotros cuando sus imágenes se “empavonan” ellas mismas y, antes de que sean vistas del todo, se transmutan en sensación interna. El encuentro dialéctico entre la imagen y lo sentido la esfuma y termina en nosotros en una vibración tensa que gime
Para terminar, sobre Yolanda escribirán muchos, pero pocos la conocen, hoy pocos la conocen. Su obra acádemica no es requerida en las escuelas, sus poemarios son desconocidos y casi inexistentes. Una Yolanda Bedregal para todos es posible, pero una Yolanda Bedregal en los pasos que damos no. La decadencia en nuestra sociedad empieza cuando a los niños se les compra juegos de play en lugar de libros, cuando los padres prefieren ver la novela y el futbol que dedicarse a leerles a sus hijos, cuando la figura política más importante del país admite que no le gusta leer. Y esto Yolanda Bedregal seguro lo sabía, entendió en su adolescencia que la guerra y el desamor eran a causa de una perdida de valores, una perdida de conciencia nacional, un retroceso en los niveles académicos. Ella fue la que hizo la antología de la poesía Boliviana tanto para la Universidad de Buenos Aires como para la enciclopedia Boliviana de los Amigos del Libro. Además de cientos de artículos en revistas y periódicos, también incursinó en la literatura infantil con El Cantaro del Angelito, El Libro de Juanito, e Historia del Arte para  Niños. La última edición de El Cántaro del Angelito fue publicada por Editorial Gente Común (2007), y las otras dos obras salieron como parte de las obras completas de Yolanda Bedregal en mayo del 2009. Es posible que alcanzemos los estandares educativos cuando decidamos leer.

Quitemos a los señores asiento de roble su lugar privilegiado y envidioso de las letras, recuperemos nuestro original posición de inspiración para los poetas, no nacimos para ser observados. Y en Yolanda Bedregal nos encontremos.

miércoles, 20 de julio de 2016

Heridas Cerradas II -octubre-



Marchita el sol de primavera
pululan los trabajadores hacia su casa
sin remedio buscan lo que jamás encuentran
el remedio de tanta agonía
medida en su propia ignorancia

Sin luz astral la noche es
se cabe hasta  diez en el peor lupanar
Alcohol con coca, canelita con suerte
sentado con hediondos y arapientos;
sólo las moscas saben que ya hemos muerto

La vida no es más que una noche lluviosa
Y es mejor que ahora todo ya ha pasado.

Su nombre, importa.
Mi origen no.
Ni mi sexo.
Ni me edad.
Si soy viejo o niño.
Si soy del sur o del norte.
No importa.
de donde vengo,
a donde voy.

No tiene importancia si estoy de pie sobre las estrellas
escribiendo sin detenerme
asfixiándome de manera violenta
estallando con los huesos en recipientes oscuros.
Ella lo sabe, no me importan ustedes,
no bebo ni escribo para todos;
vengo aullando en la ráfaga negra
de todos los vientos por todos los caminos de la tierra.

Estoy borracho y despellejado
iluminándome con tierra de cementerio
a la altura de los disparos de muerte
que no me alcanzan
estoy encerrado en los rascacielos de la droga
escondiendo cuchillos entre los dientes
salvando al mundo de sus monumentos vacíos
y fertilizando sus bosques con sangre.

Escribiendo
Disparando
Soñando y bebiendo
Fumando y babeando
Muriendo y volando
Soñando y escribiendo
Disparando bebiendo
Llorando naciendo


Naciendo en ti

sábado, 28 de mayo de 2016

Heridas Cerradas I



En la mañanita de septiembre
horas antes del mercado y su bulla
me tenderé en la puerta de la municipalidad
ebrio hasta las patas
buscando que no se me caiga la puta cabeza;
sé que no tengo que vomitar

El sol sale y cuarto pero el calor
no llega hasta el medio día
me gustaría levantar el teléfono
y decirte que me estoy desmoronando
que ya no puedo
que temo más que nunca
que esta ciudad en donde vivo exiliado
se caiga conmigo a pedazos
y sólo querría preguntarte
si también en la otra vida seremos infinitamente miserables
o podremos escapar a tiempo antes de cumplir los 20 años

La cruda me desentornilla el coco
un hilo de sangre gotea desde mi oreja;
Una mañana de septiembre
y la borrachera no se me pasa

A eso de las dos
cuando ya pueda pararme
saldré a caminar por mi pueblo
con el viento en mi espalda
bajo ese sol espléndido
que ilumina las calles
(incluso después de nosotros)
 mi perro por su parte
seguirá compartiendo
 el pan y el mismo plato de agua
que una arrugada me dejó

Mis vecinos al verme
me dirán:
 —buenos días, doctor—
confundiéndome con mi padre
o con mi abuelo
y todo por un segundo parecerá estar en su lugar correcto

Puta borrachera; y déjame que te diga
que ahora estoy en una tarde de septiembre tan ebrio como puedo
y que me levantaré mañana no sé en qué siglo
donde podré recordar en silencio
lo felices que éramos
buscando una palabra
en medio de la casa destruida
cuando creíamos como ciegos en nuestro pacto
para asesinar a la miseria
cuando entendimos
que la única respuesta correcta

consistía en olvidar la pregunta

sábado, 23 de abril de 2016

Cerradas


Todo se comenzará a quedar en silencio
Apagarse con la seguridad de un “para siempre”,
A fundirse con la nada,
a moverse sólo gracias al viento de la muerte que andará como gato rabioso
recorriendo los barrios,
con la felicidad que antes podíamos ver sólo en algunos cangrejos,
así se irá meciendo como esa arena invisible
que duerme tranquila en los parajes olvidados de la casa
y al final parecerá que ninguno de nosotros estuvo aquí

Tú y yo no somos de esa gente buena que aparece en los poemas,
ya que estamos hechos de la misma materia que incrementa los incendios
de la misma sustancia que le escurre por la nariz a los conejos muertos a palos
tengo la seguridad de que tenemos el mismo tipo de sangre podrida
—somos la cal que asesina todo—
el viento envenenado que se pega a la piel de las manzanas
esto apenas comienza y te aclaro que no es un poema sino un borbotón de pus en medio de las piernas
levántame el rostro por un segundo
por favor
que quiero fumar
antes de que también esto se venga abajo

La carne
la célula ajena
yo en un carnaval de llanto
por un vaso de leche que me manche los labios
el Jack Daniels
el tinto sobre las toallas
la tina vacía
los calendarios digitales
los tranquilizantes azules
la comida americana
los sobresitos de té
el alimento de los peces
la cerveza en vasos de colores
y la perra que te muerde la mano con todas sus fuerzas
¿no era eso lo que querías?
¿no era acaso el agua revuelta lo que buscabas?
la sangre revuelta
el dolor en la espalda
la sonrisa destrozada
los ojos rojos
los analgésicos perdidos
¿la tarde tan inflamada como una ...?
para este momento ya nadie entiende lo que está pasando
—y hay que empezar de nuevo a escribir este puto poema—
DESDE OTRA CIUDAD

    CON LAS HERIDAS aparentemente cerradas

    DESDE OTRA CIUDAD
 
DIRÉ que nada ha pasado


martes, 22 de marzo de 2016

Hasta me olvido

Ya te la llevaste a la cama, ya se termino todo el interés, ya te da igual buscarla o que ella te busque, ya no te importa si te llama o te escribe. No eres insistente, ya no le preguntas: ¿cuándo te voy a ver? . Lograste lo que querías, una noche con un cuerpo nuevo, una más en la lista, un "CULO NUEVO" del cual puedes decir: Yo sé lo metí. Donde quedaron todas esas terapias de: "Que hermosa sales en esa foto" "Estas bien bonita" "Si yo pudiera estar con una mujer como tú" "Todos no son iguales, es que aún tú no estás con uno como yo" "Yo no haré eso", que más da ya no vale nada esa mujer. Te es aburrido, el que ahora ella esté atrás de ti, porque confío en ti y en todo lo que le dijiste pero no fuiste tan hombre como para cumplir una de las cosas que ibas creando en tu mente, solo para que ella fuera tuya. Ya no la celas, mientras menos te escriba mejor, quieres salir pero ya no es con ella. Pero siéntate y piensa, si estuvieras en su lugar y supieras que el hombre solo quiere comerte y dejarte, y quieres creer que no todos son iguales y le das la oportunidad a uno, pensando que será diferente, entregando todo, dejando tu cuerpo y alma al desnudo, dejando todos tus miedos, sueños, deseos y secretos abiertos. ¿Cómo te sentirías si luego de abrirte tanto con una persona, esa persona se va como si no fueras nada? ¿Qué harías si tuvieras una hija y te contara que la usaron? ¿Piensas que es correcto seguir disfrutando de noches locas? ¿Piensas que es correcto seguir comiendo en todos lados, llenando cabezas de mentiras, sueños y promesas que muy bien sabes que no cumplirás? ¿Es correcto usar a una persona que no te está haciendo daño y que tú eres quien llega a su vida como lobo disfrazado de oveja? Mejor piénsalo dos veces antes de seguir con el juego de prometer, ilusionar, enamorar, comerte y irte.