Mi homenaje a Yolanda Bedregal
¡YOOLA!
– OOOLA
¡YOLANDA!…
landa … landa … la landa … yoo … anda – Yolanda. ¡Yolanda! ooo… aaa … aaa.
¡Las
Landas! Las tierras enormes y frías como sábanas de hielo.
¡Yo!
Estrella nueva que sólo tiene dos puntas.
¡Yolita!
Piedra de color violeta.
Yolanda:
Violante: el nombre de una constelación
Sobre
Yolanda Bedregal hablarán muchos. Muchos o casi todo de ellos, son personas
“muy” adultas, tienen ya poco pelo y mucha barba. Los anteojos se les caen por
las narices y el metal brilla entre sus dedos. Caminan no. Sus automóviles brillantes
y silenciosos los transportan del súper mercado a la oficina y luego al garaje
de sus casas. Y es ahí, donde sentados en roble, rodeados de altos libreros,
con lámparas verdes, encienden su puro y leen a la distinguida y notable
Yolanda Bedregal.
Leen
con altura y soberbia, se cautivan con la elocuencia y magnificencia de su
retórica, se acaloran en el desliz de una danza floral. Cierran sus libros
heredados de primera edición, prenden otro puro, y otro, y ese día ya no fuman
más; la poesía es para ellos, es de ellos, es con ellos. Nadie más la
comprendería. Es un duro significado; el sensible florecimiento de sus letras.
Duermen sin despeinarse.
Y
qué hay de los otros, de los que no tenemos automóviles, no tenemos casa, no
tenemos libreros y fumamos derby. No conocemos Paris ni Venecia. No tuvimos
luna de miel. Tenemos manos callosas y paspas. Alzamos los alimentos de donde
podemos y enterramos nuestros muertos en las esquinas. Nuestros anteojos están
arreglados con cinta adhesiva. Nuestros zapatos están por cuarta vez en el
zapatero. Nuestros libros piratas están acomodados donde debería estar un
televisor. Qué hay de los que viven en los tejados, de los que duermen en las
alcantarillas. Qué hay de los que tienen su asiento preferido al fondo de la
biblioteca. Qué hay de los que le escuece la mano por escribir. ¿Qué hay de los
pocos, poquísimos libros de Yolanda Bedregal en la biblioteca?
Imagino
que Yolanda era una tipa como nosotros, sin más sin menos. Delgada, piel
cetrina, adusta y con pelo negro azabache, pies diminutos y ojos y aquí quiero
poner énfasis, ojos terriblemente sinceros, imagino que cualquiera que la haya
podido ver se acuerde de ella. No creo que todos tengamos aquellos ojos, pero
al menos aquello la separaba de nosotros. Crecía y leía y crecía y escribía y
crecía. En su adolescencia fue capaz de no olvidar la infancia “Nuestra sabia ignorancia de niños embelleció
al mundo imaginario” en su adultez fue capaz de no olvidar la adolescencia.
Escribía lo que veía, no lo que miraba. Escribía lo que sentía, no lo que
pretendían que sienta. Tuvo que ser valiente a comparación de otros poetas,
ella salió de su casa y buscó donde no la llamaban, ganaba donde perdía, y sus
mitos eran de verdad mientras lloraba de alegría entre recuerdos que quizá
jamás existieron.
No
me sería nada extraño verla hoy, sentada en el parque hablándole a los árboles.
Caminando por la Rioshinio buscando margaritas amarillas. Gritando en la soledad
de la puna su nombre: ¡YOOOOLAAAAA! Paseando las calles angostas, dedicando
sonrisas, regalando su alegría, tragando melancolías sueltas. No me sería
extraño ver a Yolanda con una cámara fotográfica. Buscando ases en la luz,
dando la espalda a las moles de cemento. Concentrándose en adivinar el
siguiente paso de las palomas, la siguiente palabra de los niños en el recreo.
Mirando siempre más allá, más aún y todavía más. Cautivada del azul, cautivada
del blanco, cautivada del Illimani y de sus nubes. Ella no miraría una “ex –
estación central”, vería vagones, ancianos de sombrero con copa y niños
tirándoles la cola del traje. Vería al fondo, entre los árboles, una joven
pareja de enamorados, los vería con sus rostros cerca el uno del otro,
murmurando frases que hasta un ciego las entendería. Para ella no existirían niños hambrientos ni
ancianos abandonados, ella sabría que aquí falta amor. Volvería a casa siempre
antes de la media noche y su padre la escucharía con cariñosa atención. En su
habitación, ella escribía a luz lunar en el alfeizar de la ventana, escribía
mientras sus nardos y gardenias trepaban en su lecho. Dudo que haya compuesto
una sola línea sin calmar su espíritu en las orillas de un mar lejano, de una
montaña congelada, en una mariposa y su aleteo, de una guerra inhóspita; pero
jamás sobre la oscuridad, ni la muerte.
Yolanda
no se hizo para los que viven arriba ni para los que viven abajo. Nos la
mandaron para que la sintamos bien dentro. Para entender, no un poco, sino
mucho sobre eso bien extraño que es El Sentir. Ella sintió, ella nació
sintiendo y siempre supo lo que es sentir. No por nada supo decir “Un dedo mío detiene el montón de acero del
ómnibus”. ¿Acaso se puede hacer una poesía de algo tan trivial como tomar
un bus? Desde Yolanda ya nada es trivial, todo tiene sed de inspiración, todo
es poesía y en ella un poema.
Y ¿qué
nos importa la poesía cubana? ¿La angustia desesperada de Neruda? ¿Las
metáforas extrañas y violentas de Huidoro? ¿La metafísica de Juana de
Ibarbourou? Ellas (y ya muchos lo dijeron) son dulces poetisas, amantes del
paisaje, la miniatura, la anécdota, el arte figurativo. Sin embargo Yolanda, es
magia de nuestra tierra, magia de nuestra realidad, de nuestro mar cautivo, de
nuestras guerras perdidas. No importa en ella el paisaje expresionista. Donde
hay una montaña en ella es el infinito. Donde hay paisajes en ella es
inmensidad. Y donde hay grandeza en ella es alma.
Ahora
no digamos que Yolanda es la más grande de las poetas en esta tierra, la más
importante y que todos deben rendirle una merecida pleitesía. No. A Yolanda hay
tan solo que detenerse un momento y rendirse. ¿Qué hacemos rindiéndonos? Solo
entregándonos en ese preciso instante (un instante que puede pasar
desapercibido) vamos a ser capaces de entender lo que ella entendía. Vamos a
poder pasar por una iglesia y no ver unas piedras amontonadas y a un Jesús al
medio, pasaríamos a ver el sol por cada poro, veríamos a los niños bostezando y
a las ancianas de puntillas concentradas en sus oraciones. Donde hay una plaza
veríamos miles de pétalos y a un par de enamorados. Seríamos capaces de
compartir nuestro silencio. De volver a casa apreciando en las puntas del
cabello de nuestras hijas un pequeño universo, donde la esperanza, la creación,
el alquitrán nocturno y el juez eterno, reflejen por un breve instante la obra
de Yolanda Bedregal.
Esa
señora, casi desconocida en las zonas, en los barrios populachos, en la villa y
en la periferia. De rostro inmune al tiempo, de poesía infinita y de poemas al
ser. Es ella quien nos enseña que no debemos ocultarnos bajo el sol, que no
debemos ocultar nuestra sombra lunar. En sus textos resbalamos cada uno de
nosotros, cada obra desde la más sencilla hasta la más extraordinaria; en sus letras
nos cobija, nos da almohadas para descansar y una fuente de agua fresca para
volver a empezar.
Hay
Yolanda Bedregal para el soldado, para el lustrabotas, para el jardinero y para
el sastre. Nos la mandaron para empezar a sentir, no es ella difícil, no es
ardua ni rebuscada. Sus poemas son para el hijo del albañil, para el conductor
del tranvía, para el padre del soldado muerto en el campo inerte. Yolanda
Bedregal es para leerlo en la plaza, en el bus hacia Oruro, en el descanso
laboral de una fábrica manufacturera en la Argentina. Es para sentirlo cuando
el ser amado posa su mano sobre la tuya, cuando te da un beso en la comisura
del labio. “Porque la Poesía es signo; y
el Verso, clave.”
Espero
y de verdad lo espero, que se deje a Yolanda a los que la necesitan, los que
necesitan un poco de verdadera fe, de verdadero sentir. Ella, tan solo ella te
puede llevar de la mano y guiar hacía la verdadera esencia de un paceño, de un
potosino, de un soldado, de un panadero, de un despatriado, de un adolescente;
ella, solo ella.
Nació
en buena cuna, una mañana o una tarde cuando corrían los mil novecientos trece
años. Siempre tuvo a mano una valiosa biblioteca, su padre, un reconocido poeta
de renombre la armó en el espíritu de la literatura. Fue él sin duda, que
revisó sus primeros borradores, empero Yolanda fiel a su destino, continuó el
sinuoso camino del escribir fiel a lo que sentía.
Y
ahora, estos señores de larga barba, pretenden comparar su obra, comparar sus
textos, pretenderán encuadrarlas en los moldes de las posmodernidad que ellos
han inventado, la ubicaran entre su carrera de docente y su beca en el Barnard
College de la Universidad de Columbia. ¿Es así como realmente quería que la
recordaran Yolanda Bedregal? Algunos más osados, incluso hablaran de su
matrimonio con Gert Conítze (que de buena gana tradujo al alemán toda su obra).
Quizá
en el paso de los años, en la inevitable escoba del tiempo, muchas cosas han
cambiado. Los de barba blanca deben tener razón, insisten que estoy equivocado,
que Yolanda vivía en su nube puesta por su padre, que miraba con desdén a los
que no podían utilizar los cubiertos correctamente. Y su padre, dedicarán
vastas hojas para hablar de su padre. Pero no creo que este sea el caso, eso
sería hablar de más. Es más correcto (y más bonito) hablar sobre la presencia
de Yolanda Bedregal en nuestros tiempos y en nuestras calles. Y es eso lo que
pienso hacer.
Salir
a la Jaen. Pasear por Sopocachi. Escalar al montículo. Sentarse en las graditas
de la biblioteca municipal. En todos aquellos espacios que Yolanda bien
conocía, hoy se oyen murmullos diferentes; no es de poesía exactamente. Los
niños hablan sobre su programa de la televisión. Sus padres hablan de cómo
conseguir más dinero. Y los abuelos se quejan de sus achaques. Preguntar a
cualquier estudiante de nuestras escuelas sobre Yolanda Bedregal sería igual
que preguntarles sobre que hay al centro del sol. En las bibliotecas sus obras
son escasas, por no decir nulas. En los almuerzos familiares de los domingos ya
no se recitan versos como en otros tiempos (muy antiguos tiempos). Hay menos
libros y menos de esos son poemarios. Obras nacionales son inexistentes en el
noventa por ciento de los libreros (si es que hay libreros). Las universidades
prefieren olvidar su obra. Bedregal a veces se escucha, por un político de la
vieja vanguardia, un apellido viejo, angustiado. Triste.
¿Dónde
está Yolanda ahora? ¿Quién la rescata del olvido? A Yolanda hay que buscarla
con especial cuidado. Si no fuera el centenario de su nacimiento, ya estaría
olvidada. Yolanda Bedregal se ubica en lo académico, una intelectual de la
poesía latinoamericana. Su obra circunda el paisaje y la historia de la
literatura nacional. Para ella, el habitante de cada región tiene
características propias bien marcadas de acuerdo al ambiente telúrico. La gente
de alta montaña y de altiplano es igual al paisaje hosco y bravío, reconcentrado
y sobrio. El habitante del valle participa de la dulzura del campo pintoresco y
ameno. El hombre del monte, de la selva, es relativamente exuberante como la
naturaleza con bosques de maderas perfumadas, ríos y cascadas sonoras; pobladas
de alimañas, pájaros raros y brillantes mariposas.
Ella
estudió que el acento poético coincide con el ambiente, que el área minera,
agrícola o lacustre es la voz peculiar de los artistas y la misma del escritor.
Señaló
en Bolivia, al igual que en los países latinoamericanos cuatro grandes etapas
en su desarrollo cultural: Una era precolombina o indígena donde nace una
sociedad con sus leyes, costumbres, sistemas, artes grandes y menores; donde
ubica a ese periodo en el más importante ya que es donde arranca la
personalidad definida de la nación boliviana, donde, cree ella, recibe su
herencia automática y su tradición como fuente de cultura. Una segunda de un
periodo que abarca desde la conquista hasta el coloniaje español, en cual se
apaga la llama del espíritu creador nativo al destruir las instituciones
existentes o incurrir en atropellos inherentes a toda dominación. Una tercera
de pleno coloniaje, ya que esta a su vez trajo sangre, religión y lenguas
nuevas, donde la identidad propia se mezcla con lo autóctono formando un nuevo
tipo de lenguaje: el mestizo, cual conjuga el recrio temple hispano,
conquistador e individualista con el espíritu mágico, contemplativo del indio;
es esta época donde nace el rico injerto que constituye el hispo-americanismo.
Y como última etapa sigue el periodo de la revolución por la independencia,
lapso de quince alborotados años de lucha tras los cuales Bolívar y Sucre
fundaron una república libre y soberana. Como es lógico, los hechos históricos
y su influencia en la sociedad imprimen sus características a la literatura.
Yolanda
presenta en uno de sus textos dirigidos a la conservación del patrimonio
poético nacional, una exhaustiva valoración de más de doscientos artistas de la
poesía. Sin duda su referente académico, es una huella que perdura y perdurará
mientras a los bolivianos les interese oír poemas. Su recopilación contiene más
poemas que ninguna obra nacional hecha hasta el momento. Sin embargo su obra se
encuentra desgastada y con falto de hojas en la principal biblioteca del país.
Desde las oraciones al sol de Manco Qhápaj en la época precolombina y la
retórica a la muerte de Almágro por Alonso Henríquez de Guzmán, pasando por la chelicha de Daniel Campos en su obra
magistral de los expedicionarios mineros en Potosí, con los himnos patrios como
el ¡Salve Oh Patria! De José Aguirre
Acha; la nacionalidad de Tamayo, la urbanidad de Saenz, el sentimiento de su
padre Juan Francisco Bedregal y los albores de nuestra sociedad en Chirveches y
Medinacelli; su obra compilatoria se extiende en el largo patio de nuestra
tierra, con el cruceño Julio de la Vega y su inmortal Trópico Pobre, el Cochalita del querido Jorge Claros Lafuente quien
supo decir “Tu lágrima de estaño tiene
sabor de sangre y sabor de salitre y de planta marina”; el tupizeño Enrique
Baldivieso que escribía con gracia y soltura y pasó a ser vicepresidente de la
república; sin dejar de lado a Jaime Mendoza un chuquisaqueño ilustre que
conformó la primera brigada nacional de artistas en letras. En fin, la obra recopilatoria
de Yolanda, alcanza con minuciosa sencillez el talento poetizo boliviano.
Yolanda,
al regreso de su paso en el exterior, dedicó su vida a la enseñanza, entre
ellas la academia Benavides de Sucre, el Conservatorio Nacional de Música, la
Universidad Mayor de San Andrés; trabajó en el Consejo Nacional de Cultura y en
la Municipalidad de La Paz, de la que fue Oficial Mayor de Cultura. Fue
presidenta y fundadora de la Unión Nacional de Poetas, del Comité de Literatura
Infantil y de institutos binacionales, miembro de Número de la Academia
Boliviana de la Lengua y de la academia Argentina de letras, secretaria del PEN
club, miembro honorario del Comité Boliviano por la Paz y la Democracia y
representantes de Bolivia en varios congresos internacionales, además designada
como embajadora de Bolivia en España. Gesta Barbara la proclama “Yolanda de
Bolivia” y la sociedad de Argentina de Escritores “Yolanda de América”.
Fue
alguien, sin duda, a la que la marea gris de la mediocridad no embarro. Sus
logros son el trabajo de una mujer que supo trabajar para su país. Su
indiscutible talento en las letras marcaron una época dorada en nuestra patria,
un talento que la llevó a recibir premios y condecoraciones entre otros el
Premio Nacional de Novela “Erich Guttentag”, la Gran Orden de la Educación
Boliviana, Honor Cívico Pedro Domingo Murillo, Premio Nacional del Ministerio
de Cultura, Escudo de Armas de la Ciudad de La Paz por servicios distinguidos,
Caballero de la Orden de Letras y Artes de Francia, Medalla a la cultura de la
Fundación Manuel Vicente Ballivián, Medalla al Mérito de la prefectura del
Departamento de La Paz. El Estado de México le concedió el alto título de Dama
de América cuya presea es concedida por el Consejo Nacional de Derecho de la
Mujer, organización estatal de valioso renombre del país azteca. Chile le
otorgó la Medalla Gabriela Mistral y el Congreso de Bolivia le impuso la
Condecoración Parlamentaria Nacional en el grado de Banderas de Oro. Es tan
grata su huella que El Estado Boliviano, en homenaje a su vida y su obra,
instituyó el Premio Nacional de Poesía “Yolanda Bedregal”. EL municipio paceño
en el centenario de su nombre, convoca a la segunda versión de cuento infantil
“Historias Chikitas y chuk´utas”, añadiendo al nombre del concurso el de
Yolanda Bedregal; cuyos textos ganadores serán beneficiados además de la
publicación, un monto monetario.
La
poesía en Yolanda, no fue de riesgo es de apuesta, no de error es de suerte.
Entre sus contemporáneos, los tipos duros en letras le hicieron frente en el
día a día. Ella tuvo el valor suficiente para alejarse de aquellos, que
escribían en la oscuridad, tecleando en bodegas oscuras o al ritmo de camiones
o gastándose la noche en el bullicio de la muerte o con las llagas ardiendo
bajo la propia saliva; individuos nada más alejados de las buenas costumbre o
de la sombre taciturna de la intelectualidad. Yolanda Bedregal no fue una de ellos.
La
gran magia de su poesía reside para mí, discúlpeme por entrometerme amable
lector, no tanto en la música de sus ideas, como en el murmullo subterráneo,
subjetivo, subsexo, subansia que la recorre. Nos produce un sobresalto como el
rumor que anuncia un temblor y que pasa sin destruir nada, pero que agita el
corazón porque nos deja con nuestra mortalidad anudada en el cuello y nuestra
carne temblorosa, amarrada a la vida, a la angustia de sus deseos. Schopenhauer
decía: “la música nunca expresa los fenómenos, sólo el ser interior, la esencia
de los fenómenos” y la poesía hace lo mismo, no cuando intenta ser música, un
campanillo de palabras plateadas, sino cuando sus imágenes surgen en oleadas y
nos acosan en la sangre misma. La música poética de Yolanda Bedregal resuena en
nosotros cuando sus imágenes se “empavonan” ellas mismas y, antes de que sean
vistas del todo, se transmutan en sensación interna. El encuentro dialéctico
entre la imagen y lo sentido la esfuma y termina en nosotros en una vibración
tensa que gime
Para terminar, sobre Yolanda
escribirán muchos, pero pocos la conocen, hoy pocos la conocen. Su obra
acádemica no es requerida en las escuelas, sus poemarios son desconocidos y
casi inexistentes. Una Yolanda Bedregal para todos es posible, pero una Yolanda
Bedregal en los pasos que damos no. La decadencia en nuestra sociedad empieza
cuando a los niños se les compra juegos de play en lugar de libros, cuando los
padres prefieren ver la novela y el futbol que dedicarse a leerles a sus hijos,
cuando la figura política más importante del país admite que no le gusta leer.
Y esto Yolanda Bedregal seguro lo sabía, entendió en su adolescencia que la
guerra y el desamor eran a causa de una perdida de valores, una perdida de
conciencia nacional, un retroceso en los niveles académicos. Ella fue la que
hizo la antología de la poesía Boliviana tanto para la Universidad de Buenos
Aires como para la enciclopedia Boliviana de los Amigos del Libro. Además de
cientos de artículos en revistas y periódicos, también incursinó en la
literatura infantil con El Cantaro del
Angelito, El Libro de Juanito, e Historia
del Arte para Niños. La
última edición de El Cántaro del Angelito fue publicada por Editorial Gente
Común (2007), y las otras dos obras salieron como parte de las obras completas
de Yolanda Bedregal en mayo del 2009. Es posible que alcanzemos los estandares educativos cuando
decidamos leer.
Quitemos a los señores asiento de
roble su lugar privilegiado y envidioso de las letras, recuperemos nuestro
original posición de inspiración para los poetas, no nacimos para ser
observados. Y en Yolanda Bedregal nos encontremos.