La lleve a mi casa y en el silencio
de mi cuarto me comprendí realmente . Es extraño pero debo admitir que fue una
de las peores noches que he tenido en mucho tiempo. Una noche que hasta las
horas de esta madrugada me cuesta aceptar y que quiero que tu tambien comprendas.
Le dije que iba al baño y mientras
tanto se metio entre mis sabanas, ya estaba desnuda cuando volvi y solo atine a
darle la espalda y apilar la ropa en la silla junto a la cam, me senté en el
borde de la cama durante un momento, pero la cosa era inevitable: tenía que
acostarme junto a ella.
Descansé la cabeza en la almohada y luego levanté los
pies para ponerlos encima de la cama. Ella mantenía sábanas y mantas levantadas
para que yo me metiera en la cama. Me tapó y se puso de cara a mí. Yo le di la
espalda. Se puso a acariciarme el cuello, los hombros, y finalmente la espalda.
Yo solo quería que se durmiera de una puta vez y me dejase en paz. Noté que su mano
seguía espalda abajo y deseé que no pasase nada; esperaba dormirme enseguida
(había creído que después de tener tantas veces sexo ya no sentiría lo mismo);
tenía ganas de darme la vuelta y gritar y decirle que se fuera —dios mío,
¿cuántas veces me pasa esto cuando estoy por tener sexo ?—. Traté de pensar en
algo para conseguir ignorar a esa mujer y lo que me estaba haciendo y lo que
iba a pasar. Traté de concentrarme en en los libros qué había visto en esa libreria
de avenida arce un viernes pasado.
Pero todavía era consciente de que ella me
tocaba el muslo. Intenté recordar todol el tramite, que estoy realizando para
conseguir mi título —y la mano seguía acariciándome—. No podía hacer nada. La
jodida mano. ¿Por qué mierda no me deja en paz? ¿Por qué me pasa esto siempre
que voy a hacer
el amor ?
Apreté los ojos con tanta fuerza que me
dolieron, luego, de repente, rodé por encima de ella, noto mi peso y mi mano le buscaba clitoris…, entonces se relajó y me abrazó—. Yo
le frotaba el sexo con la mano, ansioso y con rabia; hubiera querido penetrarla
con fuerza, pero cuando lo intenté me arañé el glande e instintivamente me
detuve durante un segundo, pero mi rabia y mi odio me empujaron a seguir y
seguir hasta que al fin se la metí entero —ella se estremeció un poco y luego
suspiró— y yo entraba y salía con toda la fuerza de que era capaz. Empujaba con
ganas de sacarle el aparato por la boca; con ganas de que tuviera un armazón de
hierro incorporado. Ella tenía las piernas alrededor de mi cuerpo y me apretó
el cuello con los brazos mordiéndome la oreja y agitándose a uno y otro lado al
notar como mi pene entraba más y más. Yo, en ese momento físicamente
insensible, no sentía ni dolor ni placer, y me movía con la fuerza y el
movimiento automático de una máquina; ahora era incapaz de formular el más
mínimo pensamiento, pues mis esfuerzos por pensar quedaban ahogados por mi
rabia y mi odio. Ni siquiera era capaz de determinar si le estaba haciendo
daño, ignorando por completo el placer que estaba proporcionando; mi mente no me
permitía alcanzar el orgasmo rápido que ansiaba para poder apartarme, y no
comprendí que mi brutalidad en la cama es lo que hace que me siga buscando para
otro encuentro, y que cuanto con mayor fuerza trataba de atravesarle las tripas
con mi pene, más me buscaría.
Y ella se movía a uno y otro lado casi desmayada
de excitación, disfrutando de un orgasmo, de otro y otro, mientras yo
continuaba entrando y empujando hasta que por fin expulse el semen y seguí con
el mismo ritmo y fuerza, sin sentir nada. Por fin mi energía desapareció con la
salida del semen y de repente me detuve sintiendo náuseas y un intenso
desagrado.
Me aparté rápidamente de ella y me quedé tumbado a su lado, dándole
la espalda y agarrando la almohada con las dos manos, casi destrozándola, con
la cara enterrada en ella, a punto de llorar; el asco me apretaba el estómago,
era como una serpiente que lenta, metódicamente, me quitaba toda la vida del
cuerpo, pero cada vez que llegaba al punto en que hasta la más leve presión
pondría fin a todas las cosas —vida, miseria, dolor—, la presión cesaba y yo
seguía allí, con el cuerpo vivo a fuerza de dolor y la mente enferma de asco.
Murmuró algo y ella se tocó el hombro mientras su cuerpo seguía temblando. Ella
cerró los ojos, relajó el cuerpo, y enseguida se quedó dormida mientras la mano
se deslizaba poco a poco de mi hombro.
Yo no podía hacer más que aguantar
las ganas de vomitar. Tenía ganas de fumar un cigarrillo, pero tenía miedo,
miedo de que el menor movimiento, incluso el de respirar profundamente, me
hiciera soltar las tripas allí mismo. Conque me quedé allí tumbado con un sabor
amargo en la boca y con el estómago como presionando contra el paladar y la
cara apretada contra la almohada y los ojos cerrados con fuerza y concentrado
en mi estómago, tratando de pensar en algo para librarme de aquel sabor amargo,
de aquella presión, o por lo menos, de controlarlos. Sabía, después de años de
luchar contra ello, que todas las veces perdía y terminaba vomitando en un
orinal o un retrete si tenía la suficiente suerte de llegar hasta él. No podía
evitarlo. Ni hacer nada, excepto llorar. Y ya no era capaz ni de llorar. Habían
sido muchas las veces que me había encontrado encerrado en un cuarto de baño o
en plena calle después de huir de la mujer con la que había estado, pero ahora
las lágrimas ya no me venían a los ojos aunque tratara de relajarme para dejar
que brotaran. Y me dolían los ojos. Los notaba hinchados y húmedos, y no
conseguía que dejaran de dolerme. Igual que mi garganta, seguía en tensión y
apretados con fuerza. Y allí continuaba tumbado… Si pasara algo… Me apreté
contra la almohada con más fuerza; también apreté las mandíbulas con más fuerza
hasta que noté un lacerante dolor en el oído y un espasmo en los músculos del
cuello que me obligaron a relajarme. Mi cuerpo se estremeció leve,
involuntariamente. Nada desgarraba, ni siquiera ligeramente, la oscuridad;
tenía los ojos cerrados y mi cabeza estaba encerrada en un mundo de tinieblas
del que no veía ni sentía los límites. Yo mismo era inexistente. No había más
que oscuridad.
Contrajé los músculos de los dedos de
los pies hasta sentir calambres. El dolor aumentó y traté de concentrarme en él
para olvidar todo lo demás. Me parecía que los dedos de los pies se me iban a
romper y luego noté como si el pie entero tuviera calambres, y luego noté
calambres en las piernas, y seguí sin relajar los músculos. Por fin el dolor se
hizo insoportable y tuve ganas de gritar. Sólo entonces traté de relajar los
músculos pero éstos siguieron en tensión y tuve que dedicar toda mi energía en
relajar los músculos antes de que el dolor me matara. Las pantorrillas todavía me
dolían, aunque empezaron a perder rigidez, pero notaba como si los pies fueran
a retorcérseme y los dedos a romperse. Los oídos y el cuello volvieron a dolerme
después de la crispación de las mandíbulas… pero por lo menos ya no era
consciente de las náuseas y desagrado. Tampoco de la presión en la garganta y
del sabor a bilis…, todavía me dolían los oídos y el cuello, pero sólo era
consciente de ello vagamente. Las pantorrillas se me relajaron un poco más y
poco a poco los músculos perdieron la tensión y noté los dedos de los pies
sueltos y fuí consciente del dolor de las mandíbulas. Luego, lentamente,
también empezaron a relajarse y los calambres y el dolor desaparecieron y dejé
de apretar la almohada y me quedé allí tumbado, nervioso, sudando, notando
durante unos momentos únicamente debilidad. Después,
poco a poco, fui consciente de mi garganta y estómago, y el desagrado y la
náusea se abrieron nuevamente paso hasta mi conciencia. Si pasara algo…, las
lágrimas se me agolpaban en los ojos pero no conseguía llorar…, algo…, lo que
fuera…, dios mío… Dejé que se me abrieran los ojos. Concentré la mirada en la
cómoda: había dos grandes colgadores, uno más pequeño encima, otro mayor a un
lado; una pared. Empezaron a picarme los ojos por culpa del sudor. Me sequé la
cara en la almohada. Volví ligeramente la cabeza hasta ver el techo. Ahora mi
visión tenía límite. Allí arriba estaba el techo. Las paredes a los lados.
Ningún misterio. Nada oculto. Había cosas que ver. Había un orden. Mis ojos me
dolían menos. Ya no me picaban. No me daba miedo mirar. Ahora tenía que moverme.
Mi tensión debía de haber disminuido. Todavía estaba allí, pero debía de haber
disminuido. Tenía que haberlo hecho. Debería ser capaz de moverme. Tragé…, volví
a hacerlo…, la garganta me quemaba debido al amargor. Me quedé tumbado.
Completamente inmóvil. Sin respirar. Traté de eructar. Me palpitaba el cuello. Me
ardía. Volví a tragar…, respiré. Pero no a fondo. Los latidos del cuello se
apaciguaron. Tragé…, respiré…, encogí poco a poco las piernas…, dejé que se
deslizasen a un lado de la cama. Me senté muy despacio. Sin respirar. Contrayendo
la nariz. Soltando suavemente el aire por entre los dientes. Me froté la cara…,
fui poco a poco al baño. Me senté y encendí un cigarrillo y miré por la
ventana. Fumé. Nada en la calle. Nadie. Un coche aparcado al otro lado de la
calle, vacío.
Encendí un nuevo cigarrillo con el primero. La garganta me picó
pero se me relajó el estómago. Las náuseas ya no eran intensas. Aunque todavía
seguían allí. Mal sabor de boca. Seguí fumando sentado. Miraba. Ojos húmedos.
Dolor de cabeza. Nada de lágrimas. Dejé el cigarrillo en el cenicero. Me pasé
la mano por la cara. Volví a la cama. Miré el techo hasta que empezaron a
cerrárseme los ojos. Si pasara algo… Pero ¿qué? ¿qué? ¿Qué podía pasar? ¿Y para
qué? ¿Por qué motivo? Me picaban los ojos. Los tenía húmedos. No podía
mantenerlos abiertos. Mi cuerpo empezó a relajarse. La cabeza me cayó
ligeramente a un lado. Busqué una posición mejor. Seguía sin mirar a ella. No
había pensado en ella. Tuve un sobresalto. Apreté la cara contra la almohada.
Pronto me quedé dormido.
Las arpías cayeron sobre mi y, en la oscuridad, bajo
sus alas, no veía nada excepto sus ojos: pequeños, llenos de odio, unos ojos
que se burlaban de mi cuando trataba de huir de ellos porque sabían que no lo
conseguiría y que jugarían conmigo antes de destrozarme poco a poco. Traté de
volver la cabeza pero no me podía mover. Lo intenté una vez y otra y otra hasta
que me movía adelante y atrás incesantemente mientras los ojos seguían mirándome
burlones y las gigantescas alas batían el aire con más fuerza alrededor mío y mi
cuerpo temblaba de frío y podía notar sus picos puntiagudos y los extremos de
sus plumas rozándome la cara. Intenté bajarme de la roca pero a pesar de todos mis
esfuerzos siempre seguía arriba con el viento soplando con fuerza y las arpías graznando,
y por encima del sonido del viento y del ruido de los graznidos oía cómo me
arrancaban la carne del vientre, oía cómo se la arrancaban y luego cómo tiraban
y se la quitaban poco a poco y yo aullaba y me retorcía y me ponía de pie y
corría, corría y siempre seguía encima de la roca y con las arpías burlándose
de mí mientras me arrancaban la piel del vientre, del pecho, y me clavaban los
picos entre las costillas. De pronto me los clavaron en los ojos y me los
sacaron de sus órbitas y oí el flop, flop de mis ojos dejando mi cabeza y los
graznidos de las arpías que aumentaban hasta que ya no pude oír mis propios
gemidos y les daba patadas y puñetazos aunque mi cuerpo se negaba a moverse y
lo único que podía hacer era quedarme allí tumbado una vez más, y una vez más
las arpías me arrancaban a tiras la carne del vientre y el pecho, y me clavaban
los picos entre las costillas y una vez más los hundían en mis ojos.
Y estaba solo en una calle, mirando, dando vueltas en
redondo, mirando, mirando a nada. Todo era ilimitado en todas las direcciones
hasta que aparecieron unas paredes que parecían moverse en un triángulo
excéntrico y se acercaban más y más y seguían girando y yo seguía dando vueltas
en redondo y las paredes se acercaban todavía más y empecé a gritar y a llorar
aunque reinaba un profundo silencio hasta cuando las paredes se me acercaban y corrí
hasta chocar contra una pared y me encontré en mitad de la habitación que
disminuía y pude notar la superficie suave de yeso de las paredes cuando me
tocaban los brazos, la boca, la nariz, y las paredes me aplastaban poco a poco.
Mis ojos giraban y subían dando saltos colina arriba y
yo los perseguía vacilante y trataba de cogerlos. Me agachaba y lo que cogía
eran piedras y guijarros y trataba de metérmelos en las cuencas vacías y
escupía las piedras y gritaba mientras los guijarros desgarraban aún más las
cuencas que sangraban y yo seguía vacilando colina arriba y de vez en cuando
los ojos se detenían y me miraban con aire de asombro esperando hasta que casi
los tocaba y luego seguían rodando colina arriba y yo me metía otros dos
guijarros en las cuencas y gritaba cuando me desgarraban los párpados y
entonces gritaba más y más fuerte y daba vueltas a las piedras tratando de
quitárselas pero mis manos llenas de sangre me impedían agarrarlas bien y mis
gritos eran todavía más fuertes hasta que por fin me puso a gritar de verdad y
di un salto en la cama y abrí los ojos y pasaron años antes de reconocer la
cómoda y las paredes.
Ella se movió ligeramente y yo me cogí la cabeza con
las manos y gemí. La pesadilla no siempre era exactamente igual pero cuando se
terminaba siempre me parecía que sí lo era. Año tras año, yo salto en la cama
de vez en cuando, casi loco de terror, tratando de quitarme el peso del pecho
para poder respirar y luego poco a poco distinguír un objeto familiar y
finalmente darme cuenta de que ya estoy
despierto. Mis ojos estaban nuevamente hinchados pero no lloraba. Me quedó allí
sentado muchos minutos y luego descanse lentamente la cabeza en la almohada,
secándome la cara y cabeza con la mano y
tapándome después los ojos con el brazo.
No creo que vaya a aceptar ningún dia que soy gay.