jueves, 10 de noviembre de 2016

Pesadilla


La lleve a mi casa y en el silencio de mi cuarto me comprendí realmente . Es extraño pero debo admitir que fue una de las peores noches que he tenido en mucho tiempo. Una noche que hasta las horas de esta madrugada me cuesta aceptar y que quiero que tu tambien comprendas.

Le dije que iba al baño y mientras tanto se metio entre mis sabanas, ya estaba desnuda cuando volvi y solo atine a darle la espalda y apilar la ropa en la silla junto a la cam, me senté en el borde de la cama durante un momento, pero la cosa era inevitable: tenía que acostarme junto a ella. 

Descansé la cabeza en la almohada y luego levanté los pies para ponerlos encima de la cama. Ella mantenía sábanas y mantas levantadas para que yo me metiera en la cama. Me tapó y se puso de cara a mí. Yo le di la espalda. Se puso a acariciarme el cuello, los hombros, y finalmente la espalda. Yo solo quería que se durmiera de una puta vez y me dejase en paz. Noté que su mano seguía espalda abajo y deseé que no pasase nada; esperaba dormirme enseguida (había creído que después de tener tantas veces sexo ya no sentiría lo mismo); tenía ganas de darme la vuelta y gritar y decirle que se fuera —dios mío, ¿cuántas veces me pasa esto cuando estoy por tener sexo ?—. Traté de pensar en algo para conseguir ignorar a esa mujer y lo que me estaba haciendo y lo que iba a pasar. Traté de concentrarme en en los libros qué había visto en esa libreria de avenida arce un viernes pasado. 

Pero todavía era consciente de que ella me tocaba el muslo. Intenté recordar todol el tramite, que estoy realizando para conseguir mi título —y la mano seguía acariciándome—. No podía hacer nada. La jodida mano. ¿Por qué mierda no me deja en paz? ¿Por qué me pasa esto siempre que voy a hacer 
el amor ?

Apreté los ojos con tanta fuerza que me dolieron, luego, de repente, rodé por encima de ella,  noto mi peso y mi mano le buscaba  clitoris…, entonces se relajó y me abrazó—. Yo le frotaba el sexo con la mano, ansioso y con rabia; hubiera querido penetrarla con fuerza, pero cuando lo intenté me arañé el glande e instintivamente me detuve durante un segundo, pero mi rabia y mi odio me empujaron a seguir y seguir hasta que al fin se la metí entero —ella se estremeció un poco y luego suspiró— y yo entraba y salía con toda la fuerza de que era capaz. Empujaba con ganas de sacarle el aparato por la boca; con ganas de que tuviera un armazón de hierro incorporado. Ella tenía las piernas alrededor de mi cuerpo y me apretó el cuello con los brazos mordiéndome la oreja y agitándose a uno y otro lado al notar como mi pene entraba más y más. Yo, en ese momento físicamente insensible, no sentía ni dolor ni placer, y me movía con la fuerza y el movimiento automático de una máquina; ahora era incapaz de formular el más mínimo pensamiento, pues mis esfuerzos por pensar quedaban ahogados por mi rabia y mi odio. Ni siquiera era capaz de determinar si le estaba haciendo daño, ignorando por completo el placer que estaba proporcionando; mi mente no me permitía alcanzar el orgasmo rápido que ansiaba para poder apartarme, y no comprendí que mi brutalidad en la cama es lo que hace que me siga buscando para otro encuentro, y que cuanto con mayor fuerza trataba de atravesarle las tripas con mi pene, más me buscaría. 

Y ella se movía a uno y otro lado casi desmayada de excitación, disfrutando de un orgasmo, de otro y otro, mientras yo continuaba entrando y empujando hasta que por fin expulse el semen y seguí con el mismo ritmo y fuerza, sin sentir nada. Por fin mi energía desapareció con la salida del semen y de repente me detuve sintiendo náuseas y un intenso desagrado. 

Me aparté rápidamente de ella y me quedé tumbado a su lado, dándole la espalda y agarrando la almohada con las dos manos, casi destrozándola, con la cara enterrada en ella, a punto de llorar; el asco me apretaba el estómago, era como una serpiente que lenta, metódicamente, me quitaba toda la vida del cuerpo, pero cada vez que llegaba al punto en que hasta la más leve presión pondría fin a todas las cosas —vida, miseria, dolor—, la presión cesaba y yo seguía allí, con el cuerpo vivo a fuerza de dolor y la mente enferma de asco. Murmuró algo y ella se tocó el hombro mientras su cuerpo seguía temblando. Ella cerró los ojos, relajó el cuerpo, y enseguida se quedó dormida mientras la mano se deslizaba poco a poco de mi hombro.


Yo no podía hacer más que aguantar las ganas de vomitar. Tenía ganas de fumar un cigarrillo, pero tenía miedo, miedo de que el menor movimiento, incluso el de respirar profundamente, me hiciera soltar las tripas allí mismo. Conque me quedé allí tumbado con un sabor amargo en la boca y con el estómago como presionando contra el paladar y la cara apretada contra la almohada y los ojos cerrados con fuerza y concentrado en mi estómago, tratando de pensar en algo para librarme de aquel sabor amargo, de aquella presión, o por lo menos, de controlarlos. Sabía, después de años de luchar contra ello, que todas las veces perdía y terminaba vomitando en un orinal o un retrete si tenía la suficiente suerte de llegar hasta él. No podía evitarlo. Ni hacer nada, excepto llorar. Y ya no era capaz ni de llorar. Habían sido muchas las veces que me había encontrado encerrado en un cuarto de baño o en plena calle después de huir de la mujer con la que había estado, pero ahora las lágrimas ya no me venían a los ojos aunque tratara de relajarme para dejar que brotaran. Y me dolían los ojos. Los notaba hinchados y húmedos, y no conseguía que dejaran de dolerme. Igual que mi garganta, seguía en tensión y apretados con fuerza. Y allí continuaba tumbado… Si pasara algo… Me apreté contra la almohada con más fuerza; también apreté las mandíbulas con más fuerza hasta que noté un lacerante dolor en el oído y un espasmo en los músculos del cuello que me obligaron a relajarme. Mi cuerpo se estremeció leve, involuntariamente. Nada desgarraba, ni siquiera ligeramente, la oscuridad; tenía los ojos cerrados y mi cabeza estaba encerrada en un mundo de tinieblas del que no veía ni sentía los límites. Yo mismo era inexistente. No había más que oscuridad.

Contrajé los músculos de los dedos de los pies hasta sentir calambres. El dolor aumentó y traté de concentrarme en él para olvidar todo lo demás. Me parecía que los dedos de los pies se me iban a romper y luego noté como si el pie entero tuviera calambres, y luego noté calambres en las piernas, y seguí sin relajar los músculos. Por fin el dolor se hizo insoportable y tuve ganas de gritar. Sólo entonces traté de relajar los músculos pero éstos siguieron en tensión y tuve que dedicar toda mi energía en relajar los músculos antes de que el dolor me matara. Las pantorrillas todavía me dolían, aunque empezaron a perder rigidez, pero notaba como si los pies fueran a retorcérseme y los dedos a romperse. Los oídos y el cuello volvieron a dolerme después de la crispación de las mandíbulas… pero por lo menos ya no era consciente de las náuseas y desagrado. Tampoco de la presión en la garganta y del sabor a bilis…, todavía me dolían los oídos y el cuello, pero sólo era consciente de ello vagamente. Las pantorrillas se me relajaron un poco más y poco a poco los músculos perdieron la tensión y noté los dedos de los pies sueltos y fuí consciente del dolor de las mandíbulas. Luego, lentamente, también empezaron a relajarse y los calambres y el dolor desaparecieron y dejé de apretar la almohada y me quedé allí tumbado, nervioso, sudando, notando durante unos momentos únicamente debilidad. Después, poco a poco, fui consciente de mi garganta y estómago, y el desagrado y la náusea se abrieron nuevamente paso hasta mi conciencia. Si pasara algo…, las lágrimas se me agolpaban en los ojos pero no conseguía llorar…, algo…, lo que fuera…, dios mío… Dejé que se me abrieran los ojos. Concentré la mirada en la cómoda: había dos grandes colgadores, uno más pequeño encima, otro mayor a un lado; una pared. Empezaron a picarme los ojos por culpa del sudor. Me sequé la cara en la almohada. Volví ligeramente la cabeza hasta ver el techo. Ahora mi visión tenía límite. Allí arriba estaba el techo. Las paredes a los lados. Ningún misterio. Nada oculto. Había cosas que ver. Había un orden. Mis ojos me dolían menos. Ya no me picaban. No me daba miedo mirar. Ahora tenía que moverme. Mi tensión debía de haber disminuido. Todavía estaba allí, pero debía de haber disminuido. Tenía que haberlo hecho. Debería ser capaz de moverme. Tragé…, volví a hacerlo…, la garganta me quemaba debido al amargor. Me quedé tumbado. Completamente inmóvil. Sin respirar. Traté de eructar. Me palpitaba el cuello. Me ardía. Volví a tragar…, respiré. Pero no a fondo. Los latidos del cuello se apaciguaron. Tragé…, respiré…, encogí poco a poco las piernas…, dejé que se deslizasen a un lado de la cama. Me senté muy despacio. Sin respirar. Contrayendo la nariz. Soltando suavemente el aire por entre los dientes. Me froté la cara…, fui poco a poco al baño. Me senté y encendí un cigarrillo y miré por la ventana. Fumé. Nada en la calle. Nadie. Un coche aparcado al otro lado de la calle, vacío. 

Encendí un nuevo cigarrillo con el primero. La garganta me picó pero se me relajó el estómago. Las náuseas ya no eran intensas. Aunque todavía seguían allí. Mal sabor de boca. Seguí fumando sentado. Miraba. Ojos húmedos. Dolor de cabeza. Nada de lágrimas. Dejé el cigarrillo en el cenicero. Me pasé la mano por la cara. Volví a la cama. Miré el techo hasta que empezaron a cerrárseme los ojos. Si pasara algo… Pero ¿qué? ¿qué? ¿Qué podía pasar? ¿Y para qué? ¿Por qué motivo? Me picaban los ojos. Los tenía húmedos. No podía mantenerlos abiertos. Mi cuerpo empezó a relajarse. La cabeza me cayó ligeramente a un lado. Busqué una posición mejor. Seguía sin mirar a ella. No había pensado en ella. Tuve un sobresalto. Apreté la cara contra la almohada. Pronto me quedé dormido.
Las arpías cayeron sobre mi y, en la oscuridad, bajo sus alas, no veía nada excepto sus ojos: pequeños, llenos de odio, unos ojos que se burlaban de mi cuando trataba de huir de ellos porque sabían que no lo conseguiría y que jugarían conmigo antes de destrozarme poco a poco. Traté de volver la cabeza pero no me podía mover. Lo intenté una vez y otra y otra hasta que me movía adelante y atrás incesantemente mientras los ojos seguían mirándome burlones y las gigantescas alas batían el aire con más fuerza alrededor mío y mi cuerpo temblaba de frío y podía notar sus picos puntiagudos y los extremos de sus plumas rozándome la cara. Intenté bajarme de la roca pero a pesar de todos mis esfuerzos siempre seguía arriba con el viento soplando con fuerza y las arpías graznando, y por encima del sonido del viento y del ruido de los graznidos oía cómo me arrancaban la carne del vientre, oía cómo se la arrancaban y luego cómo tiraban y se la quitaban poco a poco y yo aullaba y me retorcía y me ponía de pie y corría, corría y siempre seguía encima de la roca y con las arpías burlándose de mí mientras me arrancaban la piel del vientre, del pecho, y me clavaban los picos entre las costillas. De pronto me los clavaron en los ojos y me los sacaron de sus órbitas y oí el flop, flop de mis ojos dejando mi cabeza y los graznidos de las arpías que aumentaban hasta que ya no pude oír mis propios gemidos y les daba patadas y puñetazos aunque mi cuerpo se negaba a moverse y lo único que podía hacer era quedarme allí tumbado una vez más, y una vez más las arpías me arrancaban a tiras la carne del vientre y el pecho, y me clavaban los picos entre las costillas y una vez más los hundían en mis ojos.

Y estaba solo en una calle, mirando, dando vueltas en redondo, mirando, mirando a nada. Todo era ilimitado en todas las direcciones hasta que aparecieron unas paredes que parecían moverse en un triángulo excéntrico y se acercaban más y más y seguían girando y yo seguía dando vueltas en redondo y las paredes se acercaban todavía más y empecé a gritar y a llorar aunque reinaba un profundo silencio hasta cuando las paredes se me acercaban y corrí hasta chocar contra una pared y me encontré en mitad de la habitación que disminuía y pude notar la superficie suave de yeso de las paredes cuando me tocaban los brazos, la boca, la nariz, y las paredes me aplastaban poco a poco.

Mis ojos giraban y subían dando saltos colina arriba y yo los perseguía vacilante y trataba de cogerlos. Me agachaba y lo que cogía eran piedras y guijarros y trataba de metérmelos en las cuencas vacías y escupía las piedras y gritaba mientras los guijarros desgarraban aún más las cuencas que sangraban y yo seguía vacilando colina arriba y de vez en cuando los ojos se detenían y me miraban con aire de asombro esperando hasta que casi los tocaba y luego seguían rodando colina arriba y yo me metía otros dos guijarros en las cuencas y gritaba cuando me desgarraban los párpados y entonces gritaba más y más fuerte y daba vueltas a las piedras tratando de quitárselas pero mis manos llenas de sangre me impedían agarrarlas bien y mis gritos eran todavía más fuertes hasta que por fin me puso a gritar de verdad y di un salto en la cama y abrí los ojos y pasaron años antes de reconocer la cómoda y las paredes.

Ella se movió ligeramente y yo me cogí la cabeza con las manos y gemí. La pesadilla no siempre era exactamente igual pero cuando se terminaba siempre me parecía que sí lo era. Año tras año, yo salto en la cama de vez en cuando, casi loco de terror, tratando de quitarme el peso del pecho para poder respirar y luego poco a poco distinguír un objeto familiar y finalmente darme  cuenta de que ya estoy despierto. Mis ojos estaban nuevamente hinchados pero no lloraba. Me quedó allí sentado muchos minutos y luego descanse lentamente la cabeza en la almohada, secándome  la cara y cabeza con la mano y tapándome después los ojos con el brazo.


No creo que vaya a aceptar ningún dia que soy gay.