En mi cama despierto, un amanecer melancólico,
Un visitante indeseado ha invadido mi morada.
La melancolía, un ente sombrío y sigiloso,
Se sienta en los pies de mi cama, sin tregua ni mirada.
Su presencia pesa sobre mis huesos,
Un peso invisible, pero tan denso y agudo.
Paralizado, me encuentro en un eterno reposo,
Atrapado en el abrazo de un ángel caído y mudo.
Susurra palabras de nostalgia y tristeza,
Recuerdos amargos que se deslizan por mi mente.
La luz del día se desvanece, ya no hay belleza,
Solo la sombra de un pasado quebrado y latente.
Mi voluntad se desvanece, como un eco perdido,
Mis anhelos se ahogan en un mar de desesperación.
La melancolía me abraza, se alimenta de mi sentido,
Y cada intento de liberación es en vano, sin razón.
Así pasa mi día, enclaustrado en mi cama,
Sin fuerzas para levantarme, comer o crear.
La melancolía me consume, sufriendo en mi drama,
Una marioneta sin hilos, atrapado en su oscura red.
Oh, poetas malditos, compañeros en el sufrimiento,
¿Acaso encontraron una salida de esta trampa cruel?
Quizás en el arte hallaron el alivio, el aliento,
Pero yo, aquí y ahora, me hundo en el abismo fiel.
Que la melancolía se desvanezca, que sea solo un eco,
Que mi espíritu resurja de las sombras en algún rincón.
Pero mientras tanto, me aferro a la cama, en este juego,
Y dejo que la melancolía me acune en su lúgubre canción.