martes, 7 de febrero de 2023

INSOMNE




Amada mía, disculpa la formalidad, padezco frecuentemente de insomnio que me transportan a lo retórico, lo único cierto es que estos periodos me vuelven pesado como un tronco y, al mismo tiempo, inquieto como una bestia salvaje.


Sin embargo, tengo una satisfacción: estás durmiendo bien, no puedo saberlo exactamente, ya que no he vuelto a tener la dicha de compartir la noche entera contigo; de todos modos, cuando el sueño pase junto a mí por la noche, sin detenerse, le pediré que su camino sea en tu lecho. Por otra parte sería muy tonto rebelarse, porque el sueño es la criatura más inocente y el hombre insomne, la más culpable.


Si un extraño, totalmente ajeno a la situación, leyera esa carta, pensaría: “¡Qué, hombre! ¡Parece que nació en mil novecientos treinta y dos!” Y mientras tanto ese hombre no ha hecho nada, no ha movido un dedo, se nutre con leche y cosas buenas, sin ver siempre (aunque sí a menudo) ante él “té y manzanas”, y deja que las cosas sigan su camino y que las montañas permanezcan.


En su lugar ¿Conoces la historia del primer éxito de Jaime Saenz? Es una historia que resume muchas cosas y que yo cito por comodidad, porque gira en torno a un gran hombre; pero tendría el mismo significado si fuese una historia del vecino o de alguien más próximo aún. Por otra parte, ya sólo la recuerdo en forma vaga; hasta los nombres casi se me han borrado. Cuando Saenz escribió su primera novela, vivía con un literato amigo suyo, un tal Lilo y Peña. Éste vio durante meses muchas hojas escritas sobre la mesa, pero Saenz sólo le entregó el manuscrito cuando la novela estuvo concluida. Lilo y Peña la leyó, quedó deslumbrado y sin decir nada a su amigo se la llevó al entonces célebre crítico Beltrán. A las tres de la mañana llamaron a la puerta de Saenz. Eran Lilo y Peña y Beltran. Entraron a la habitación, abrazaron y besaron a Saenz. Beltran (quien hasta ese momento no lo conocía) lo llamó esperanza de Bolivia, y pasaron una o dos horas hablando, sobre todo de la novela. Se separaron al amanecer. Saenz, quien siempre se refirió a esa noche como a la más feliz de su vida, se asomó a la ventana y los siguió con la mirada. Luego, sin poderse contener, se echó a llorar. Su sentimiento básico, que él ha descrito ya no recuerdo dónde, era: “¡Qué gente maravillosa! ¡Qué buenos y nobles son! ¡Y cuán ruin soy yo! ¡Si ellos pudieran ver dentro de mí! Si yo se los dijera, no me creerían.”


La afirmación de que Saenz se propuso emularlos es sólo mi humilde rúbrica final, un adorno, esa palabra que es preciso encontrar, sobretodo en la larga noche insomne que se me presenta.


Amor ¿llegas a captar el significado oculto de esta historia, de su aspecto inaccesible a la razón? A mi juicio, es el siguiente: en la medida en que se puede generalizar sobre estas cosas, Lilo y Peña y Beltran no eran, por cierto, más nobles que Saenz. Pero ahora dejemos la visión panorámica que tampoco Saenz tuvo aquella noche y que de nada sirve en el caso individual. Escucha solo a Saenz y te convencerá de que Lilo y Peña y Beltran eran realmente maravillosos y Saenz impuro e infinitamente ruin, que nunca alcanzaría, ni por lejos, la grandeza de Lilo y Peña y Beltrán, y que jamás podría recompensarles el enorme e inmerecido servicio que le habían prestado.

Uno los ve literalmente desde la ventana, mientras se alejan y sugieren así su inaccesibilidad. Lo lamentable es que el significado de la historia se ve desdibujado por el gran nombre de Saenz. ¿A dónde me ha llevado mi insomnio? Sin duda a nada que no se base en las mejores intenciones.