martes, 17 de junio de 2025

Un Sueño

Aquella mañana desperté con el rostro empapado, las lágrimas resbalando por mis mejillas como si quisieran escapar de un dolor que no podía contener. Había tenido un sueño, uno de esos que se clavan en el pecho y te hacen sentir que el mundo se desmorona. Me dolía tanto, tanto que apenas podía respirar. En mi mente, aún veía tu imagen, tan nítida, tan cruelmente perfecta. Estabas radiante, envuelta en un vestido blanco, aquel que una vez te regalé con todo el amor que llevaba dentro. Lo escogí pensando en cómo resaltarías, cómo tus ojos brillarían al ponértelo. Y lo hacías, en mi sueño, pero no era para mí.

Te vi caminar, ligera, casi flotando, como si el suelo no mereciera tocarte. Pero no estabas sola. A tu lado iba él, aquel que un día, con una audacia que yo nunca tuve, te entregó un papel. Lo recuerdo tan claro en mi sueño: sus manos temblorosas sosteniendo una nota que decía, con palabras simples pero devastadoras, “Amor, te quiero tanto y no soporto el llanto si no me das el sí”. Esas palabras eran un golpe, una sentencia. En mi sueño, te miraba con una devoción que yo reconocía porque alguna vez fue mía. Y tú… tú sonreías, como si su presencia fuera suficiente para llenar el mundo.

Entonces, él se acercó. Vi cómo su rostro se inclinaba hacia el tuyo, buscando tus labios, y mi corazón se detuvo. Fue en ese instante, cuando el dolor amenazaba con romperme por completo, que algo me arrancó de ese tormento. Abrí los ojos, jadeando, con el corazón latiendo como si hubiera corrido una eternidad. Dios, o un ángel, o alguna fuerza que no entiendo, me despertó justo a tiempo. Ese sueño, por suerte, terminó. Pero el eco de tu vestido blanco, de tu sonrisa, de él a tu lado, se quedó conmigo, como una herida que no sé si algún día sanará.