- Juan Gabriel AyalaAsí es la vida viejo eso es trabajar bajo presión ahora entenderás xq cuando trabajas tienes dinero y no.tiempo. Y si tienes miedo pero sólo es pasajero como viste hay días que son jodidos y otros no ahí estará ti descanso. También eso te formará carácter y te ayudara mucho en el futuro viendo q nada es fácil Pero no te rindas el cuerpo humano es sorprendente podes aguantar dias sin comer y sin dormir Ubrique cuerpo aún así puede dar un 100 % no te desanimes hay niños en la calle que hacen lo q tu esta empezando. Y si realmente no podrás puedes denunciar x junio cuando realmente son serias las cosas en la u. Pero no pierdas una batalla que no empezaste en la cual puedes triunfar si renuncias que sea pa los segundos parciales
lunes, 10 de marzo de 2014
Copia Literal de una conversación en FB
- mi horario de clases en la semana es. de 7:30 a 9. de 12 a 13:30 y de 18:30 a 21:30 si bien no todos los días, es así la mayoría. Ese horario lo escogí porque en el juzgado de civil no aceptan medios tiempos. es decir que desde que despierte tipo 6:30 hasta bañarme desayunar etc, ir a clases de 7:30 salir corriendo al juzgado, salir del juzgado corriendo a las 12 para ir a clases hasta la 1:30 , comer algo apresuradamente para volver al trabajo a las 2, salir corriendo 6:30 para ir a clases y terminar el día 21:30 saliendo de la U a casa para 1. hacer los trabajos de la U 2. hacer los trabajos de juzgado (que aún no creas, quita tiempo) 3. Estudiar para U.Entonces, ¿crées que estoy haciendo lo correcto? si hago todo aquello ¿por qué lo hago? ¿Debería replantearme todo esto? o acaso tengo miedo.Hay una opción de estar un mes así con este horario ajustadísimo y tipo por mayo o antes dejar el trabajo y abocarme solo a la U.También está la opción de que ahora mismo haga un nuevo horario dónde me quede tiempo para buscar otro laburo de sólo medio tiempo.¿qué hacer buen amigo? ¿qué dictan los sabios consejos de alguien que ha trabajado muucho antes que mí? o es que acaso estoy teniendo miedo. Qué. Qué
- 20:2Además con que tiempo voy a hacer los trámites del promes, de la beca, de los certificados de notas.Con qué tiempo voy a hacer mi operación de cambio denúmerojajaaya le dijimos con el eberto a la juez que nos de tolerancia de media hora para en todos los horariosa pesar de que dijo ya, igual va a joder, hoy el Roberto llegó tarde e igual le amonestó,a ratos también no hay caso de salir más temprano
domingo, 2 de marzo de 2014
Sobre Escribir
La verdad es que no soy nada. Todo a lo
que aspiro me queda tan lejos como el hecho de que me toque la lotería. La
diferencia es que la lotería a veces toca, a unos pocos afortunados, eso sí. No
soy pianista, ni filósofo, ni buen estudiante; soy lector avispado, pero sobre
todo, y por encima de cualquier cosa, no soy escritor.
Y el caso es que desde hace no mucho
tiempo eso es lo único que me ronda por la cabeza. Escribir. Ser escritor. Y me
está costando mucho más de lo que llegué a pensar el día que me lo planteé
seriamente. Por un lado, está la parte de mí mismo que repite una y otra vez
“proyecto fracasado, nuevamente, proyecto fracasado”; por otro, está el hecho
de que no soy una persona metódica y ya he comprobado que la inspiración no
llega por arte de magia, y por último, eso de ponerse a escribir un día cuesta
tanto como desplazarse a la oficina un lunes por la mañana.
De pequeño, mi aspiración era leer y no
hacer nada más durante todo el día. Eso, de muy pequeño. Y ya de grande quise
escribir. La verdad sea dicha: nunca llegaré a ser ni Cerruto, ni Borges, ni
Preusler, ni nada por el estilo, con un poco de suerte llegaré a publicar en
los matutinos. Pero no, no nos engañemos, ni eso; sería aspirar a demasiado.
Luego, me doy cuenta que me encanta leer, el problema es que me desespero mucho
por leer, quisiera detener el tiempo y dedicarme solamente a leer. Una
biblioteca de Babel es donde habito, he llegado a ser un obseso de las listas
de libros ordenadas por todos los tipos existentes y por haber. Mi conocimiento
sobre grandes escritores de cada país es tal que basta con que me digan un
título y reconozco el autor o viceversa. Eso sí, la mayoría ni han pasado por
mis manos y si lo han hecho no hemos llegado al clímax y se han quedado con las
ganas de ser devorados por completo.
Necesito escribir por más que me cueste,
necesito hacerlo. Necesito contar, imaginar, ver cómo las letras van
apareciendo una detrás de la otra en la pantalla y enorgullecerme banalmente de
ello. Aunque tan sólo sea escribir sobre el hecho de escribir; pero necesito
hacerlo como necesito comer, como respirar, como amar y como sentirse amado, o
leer cada día algo de algún libro, es lo mismo.
Los más grandes me dirían que me deje de
tonterías, que ya soy mayorcito; pero a medida que voy creciendo me voy dando
cuenta cada vez más de lo que en verdad quiero hacer y eso no es otra cosa que
escribir. Que linda palabra, ¿verdad? Tiene una sonoridad fuerte, a lo alemán. Casi me gusta tanto como un “te
quiero”. Las palabras son lo esencial, decía Wittgenstein, todo empieza y acaba
en ellas. Lo primero que existió fue la palabra, dice la Biblia.
Pero yo tan sólo soy un pobre estudiante
de Derecho localizado en un confín de la ciudad de La Paz, que disfruta del
Illimani cada mañana y que se acomoda cada tarde frente al computador con un
café, queso y pan, miedo, suspiro, el terror me compadece, todo me pasa, todo,
para escribir algo coherente. Porque eso sí, ni lo duden, por mucho que aspire a
ser escritor, seré escritor de tercera, cuarta o quinta clase, pero no importa,
lo único verdaderamente importante es satisfacer esa endemoniada necesidad de
escribir algo, para poder dormir un par de horas y despertarme nuevamente con
ganas de coger la portátil y volver a escribir unas líneas, cualquier cosa,
cosas sin importancia.
La necesidad de escribir es una condena.
Es una pesada losa con la que deben cargar algunos durante su vida. Escribir no
es algo divertido, ni tan siquiera algo de lo que puedas de veras disfrutar,
escribir es una droga que no tiene más salidas que la de satisfacer el deseo y
caer una y otra vez en sus redes. Es aquello a lo que tienes necesidad de estar
sujeto, que aborreces la mayoría del tiempo, pero que no puedes dejar porque
adoras el hecho de hacerlo y adoras lo que te hace sentir cuando lo haces. Es
un alivio que se apodera de todo tu cuerpo, una tranquilidad que invade tu
mente y que te deja meditabundo, incapaz de pronunciar una palabra.
Adoro la escritura como los adictos a la
maría adoran sus queridos porros de
hierbas, poco medicinales y nada aromáticas. Apestan. Lo mismo ocurre con las
letras. Adoras cada una de las palabras que tecleas, pero que después resultan
ser poco medicinales para tu necesidad, y las frases muchas veces no son nada
aromáticas y, muchas otras, simplemente, apestan. La vida de un verdadero
escritor no es la vida de una persona normal. Una persona normal se levanta por
las mañanas, va a clases, va a la oficina o a su puesto de trabajo, come un
bocadillo o si es afortunado y puede pagárselo en un restaurante o un platito
extra, vuelve a casa, disfruta como puede de la familia, cena, se acuesta y
nuevamente a empezar el día siguiente, tiene sus escapaditas de fines de
semana, algunos viajes de vacaciones, pequeñas alegrías del día a día y otras
tantas preocupaciones que asolan el ambiente familiar y punto.
La vida de un escritor no es nada de
eso. No entiende de horarios, se puede despertar a las 4 de la mañana con una
buena idea y es tanta la necesidad de satisfacer su instinto que no es hasta
que ha acabado de desarrollar todo lo que tenía en mente en una hoja de papel o
en una computadora que no queda medianamente tranquilo. A parte de los desfases
de horarios, existen los desfases de memoria que son aun peores. Éstos últimos
hacen que el que tiene la necesidad de escribir siempre sea más despistado de
lo normal, que lleve una vida más austera que los demás, pues los bienes
materiales le importa más bien poco, además es frecuente que se ausente durante
unas horas o que olvide que había quedado con alguien por esa inevitable
necesidad de escribir.
Además, de los que escriben, pocos
pueden vivir de ello, sólo unos pocos afortunados, y eso hace que se vea la
típica situación de gente que busca cualquier espacio mínimo temporal para
dejar fluir todo lo que tienen dentro. Muchos se levantan de madrugada, otros
se acuestan muy tarde, otros intentan escribir a cualquier hora, en cualquier
sitio, sea en una hoja o incluso en una servilleta del sitio que frecuentan
para comer. Una situación sin duda triste.
Después de todo esto pues, imaginen lo
que puede hacer un estudiante de Derecho de cuarto año que se empeña en caer en
las tentadoras garras de la escritura para poder recrearse en el fuego eterno de
las palabras. Dedicar las horas a estar sentado delante de un ordenador es tan
desalentador como intentar acariciar la luna en las noches de tristeza. Y es
que la escritura condena al hombre al autoconocimiento más profundo llegando a
un desarrollo tal que a veces no sabemos diferenciar realidad de ficción.
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