Cuando el deseo se vuelve geométrico, rehuyendo la anarquía de las formas, la pasión se acomoda en su diván, exigiendo cita previa. Los besos, entonces, empiezan a olvidar su aroma; y la fugacidad del momento va transformándolos, después, en gélidos relojes de arena que desgranan con insensible dilación las horas muertas. Tristes hojas de otoño, que acaban despeñándose entre el amanecer y el alba...
Apenas recuerdo ya el paladar de tu boca.
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