Tú, la chica que lee, me haces querer todo lo que un día leí.
Pero soy débil y te fallaré porque tú has soñado, como corresponde en estos
casos, en el amor infinito de algún alarde literario, que está claro, no
existe. Y yo, no aceptaré una vida que no sea otra, a la que mi madre solía contármela
en arrullos de poesía. No me resignaré a vivir sin pasión, tú no aceptarás algo
que no sea la perfección, y ambos deberemos llevar una vida, escapando de la
narración.
Por eso, largo de aquí, chica que lee; coge el tren que te
lleve al sur y llévate a tu Hemingway contigo. Te odio, de verdad, te odio.
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