Los días sábado tipo tres o cuatro de la tarde suelo
dirigirme a la plaza Eguino para encontrarme con un entrañable amigo de
colegio, de brillante y especial no tiene nada, sin embargo es un tipo
agradable y tranquilo, con el que se puede criticar a toda la muchedumbre
distinta.
El encuentro era en dicha plaza ya que es el punto más
cercano a la conocida “Manco Kapac” calle de tragos, bares y prostíbulos.
Cuando tenemos algo de dinero, solemos entrar al club “Zafiro”, un antro oscuro y asqueroso lleno
de la peor calaña de la ciudad, con mujeres dispuestas a escucharte,
acariciarte y demás cuanto el dinero pueda vulnerar. Compramos una jarra de ron
por cabeza, el cual nos da el derecho de tener a una dama a elección, escogemos
el mismo cubículo para dos parejas y charlamos desdeñosamente de cualquier
situación que se nos ocurra, desde profesores pervertidos hasta estupideces que
se suelen ver en el devenir de nuestra azarosa existencia, las damas fieles a
su trabajo, realizan preguntas estúpidas y se muestran interesadas mientras nos
acarician y se acarician recurriendo a nuestros más bajos instintos.
En otras ocasiones con poco dinero (y estas solían ser
más recurrentes), apenas monedas rescatadas, solemos comprar algún trago más
que barato, el que estuvo de moda en esa época fue el WALIKI y el BARADERO, que
su denigrante precio va de mano con su sabor, dos por dieciséis y media botella
de regalo. Cinco litros de bebida espirituosa suficientes para mandar al carajo
a dos personas que están dispuestas a beberlas en menos de 3 horas, porque la
intención siempre es tomar temprano para irnos temprano a casa, ya que cada uno
lleva una vida normal y tranquila para sus padres. Estas tertulias no
planificadas son mis preferidas, buscamos algún mirador o callejón poco
frecuentado y sin música, sin mujeres, y hasta a veces sin vasos, nos embriagamos
bajo los últimos soles del día, a veces echados por la policía o vecinos,
amenazados por maleantes y a la deriva de lo que traiga la nueva noche. Una vez
terminada nuestra insípida bebida y para recogernos de la mejor manera a
nuestras casas, fumamos un poco de hierba. En otras ocasiones, cuando amigos
nos invitan a alguna fiesta, bebemos gratis, lo correcto sería decir que
extorsionamos a nuestros amigos, no es por avariciosos o mala gente,
simplemente porque hay veces que las
vacas flacas se vuelven raquíticas y nuestro orgullo no nos permite aceptar que
nos falta los billetes, preferimos insistir o instigar hasta que alguien
coloque nuestra cuota.
Y así pasó este sábado. Fui hasta La Ceja en la vecina
ciudad, al cumpleaños de un próspero amigo que sacó a flote un negocio de condimentos,
no soy participe de la tradición pero sí lo soy de las cervezas gratis.
Al notar que la probabilidad de una gran borrachera
era bastante alta, busqué inmediatamente en el bolsillo de mi chaleco esa media
pastilla de flunitrazepan que siempre procuro guardarla, el coctel de drogas
apenas empezaba.
El ambiente cholo y la música chicha poco me
importaron. Varios ex compañeros de mi promoción estaban presentes, yo era el
más alegre; las conversaciones con desconocidos también avanzaban. Andaba de
chaki monótono desde hace dos días antes en un bar de la calle Potosí, andaba
un poco frustrado por un fallido intento sexual con una “amiga”. Fue allí entre
la borrosa multitud de amigos de mi prospero amigo, que se encontraba una muchacha
algo diferente de los demás. Mis errantes ojos se detuvieron ante una chica delgada
de cabello negro
liso y más
bien largo, ligeramente inclinado hacia arriba en las
puntas. Llevaba un buen moreno y delicadas facciones resaltadas con un buen
gusto por el maquillaje. Vestía una blusa negra y pantalones blancos. Sentí
cómo la sangre se aceleraba por mi cuerpo cuando esa muchacha se metió las manos en los
bolsillos, exhibiendo marcas de un bikini casi invisible. Esta mina era la
única agraciada del rostro, nadie lo era por allí, y su forma de hablar, de
vestir, de sonreír me encandilaba. Yo no estaba de pesca, menos en ese
inhóspito lugar, así que proseguí con las cervezas que llegaban según la
tradición en paridad de cajas.
Pasada la media noche la borrachera era total, Freddy
se me acercó con ese gesto y la mirada en la billetera que tan solo puede
indicar que tiene una droga pesada. Nos alejamos en un silencio de mutuo
consentimiento a un rincón del pequeño local, sacó un pequeño sobre de papel e
inmediatamente me puse a armar un canutillo con un billete de veinte
bolivianos. Me dijo que empezara yo y no me hice rogar, inhalé con mucha fuerza
el polvo blanco de su sobre e intenté aparentar tranquilidad cuando sentía que
tenía medio cuerpo adormecido y un ligero cosquilleo en la espalda. Me limpié
con una servilleta la nariz o lo que creía sentir como nariz y volví a las
bulliciosas charlas que se habían originado. Freddy no volvió hasta muchos minutos después.
Como la cerveza era abundante y ya me sentía con mucha
euforia salía de rato en rato a fumar un poco de marihuana, sentía que así
lograba calmar mis nervios y mis ansias de saltar encima de los sacos de canela
y gritarles a todos lo lento que beben y hablan. En una de esas que salí a
fumar en mi pipa improvisada, hecha con una tarjeta de algún night club y un
estaño de un chicle barato, me fijé que esa muchacha que era más o menos de mi edad
se encontraba en la acera del frente esperando seguramente alguna movilidad.
Crucé la calle y ella me saludó con un débil movimiento de cabeza, yo nada
tímido en ese momento le pregunté si quería fumar un poco de weed y ella sin
cohibirse me aceptó. Prendí la pipa aspirando fuertemente y se la di, ella
aspiró suavemente pero con un evidente conocimiento fumando en pipas caseras.
Me dijo en voz muy suave que ya se iba a su casa y que si me importaba
acompañarle a tomar un taxi, le dije que claro y delicadamente bajé mi mano y
tome la suya, ella lo aceptó como si esa actitud fuera de lo más normal. En un
silencio que nos incriminaba a ambos le pase mi brazo en mi espalda y jale su
cuerpo hasta quedar uno frente del otro. Le di un beso rápido y ella me lo
respondió, justo en ese momento apareció un taxi y se detuvo, nos subimos aún
tomados de la mano. Ella le dio una dirección al taxista que era en realidad a
tres cuadras del lugar donde nos encontrábamos, no paramos de besarnos en la
movilidad y cuando el chofer nos dijo que ya habíamos llegado me di cuenta que
estábamos en una calle de puro alojamientos para parejas.
Como no tenía mucho dinero más que el billete que
había usado para inhalar coca y algunas monedas desperdigadas en el bolsillo,
le pedí que pague, que yo le invitaría unas cervezas y que además seguía
teniendo mota para invitar. Noté inmediatamente que en la misma acera se
encontraba una licorería abierta y fui con ella, compré una botella de Ron-Cola
de diez bolivianos y cigarrillos. No me importó si ella miraba con extrañeza
que haya comprado trago tan barato e infame. Le pedí que guardara la botella en
su cartera y entramos al alojamiento más cercano.
En la recepción nos pidieron nuestros documentos de
identidad, nos lo devolverían cuando devolviésemos la pieza, por quedarnos toda
la noche serían treinta bolivianos, los que podríamos pagar saliendo. La
habitación era muy pequeña con una cama de plaza y media, también había una
silla y un perchero de metal oxidado, una de las paredes tenía grabados con
bolígrafos nombres de parejas quienes habían decidido que los futuros huéspedes
conozcan su relación en aquel inhóspito lugar, el baño compartido se encontraba
al final del pasillo. La verdad es que había pisado peores alojas.
Una vez dentro se me aceleró el pulso y me puse
nervioso, torpe, preocupado por los efectos potenciales del cóctel de drogas y
alcohol sobre mi erección. Pero me di cuenta que mi acompañante estaba más bien
muy mareada y que lo disimulaba sórdidamente. Empecé a servir el Ron-Cola que
habíamos traído pero ella no quería tomar, puso unas canciones detestables
desde su celular e inicio un baile denotando la decadencia juvenil, me serví un
vaso lleno y me lo tomé seco, sentí como el amargo del alcohol me quemaba las
tripas. Hurgué en el bolsillo derecho de mi chamarra y saqué un brete de
marihuana, del otro bolsillo saqué una pastilla de vitamina “uve”con ese compuesto maravilloso que se
conoce como sildenafil. La muchacha empezaba a desvestirse y yo ya estaba por
mitad de la botella, sirviéndome el vaso lleno; como ella notó que no
despertaba un real interés en mí empezó a besarme fogosamente, la interrumpí
inmediatamente, me levanté y después de un gran sorbo del pico de la botella me
quité rápidamente el jean y la camiseta, después los tenis, los calcetines y
los boxers.
Me sentí algo cohibido porque recién me había depilado
los vellos púbicos, siempre lo he hecho, ya que aquello ayuda mucho al sexo
oral; me metí en la cama y me sentí aliviado al empalmarme viéndola desnudarse.
A diferencia mía, se tomó su tiempo, y lo hacía con completa naturalidad. Pensé
que su cuerpo tenía un aspecto estupendo. No pude evitar escuchar mentalmente
un repetido mantra futbolístico que dice “este partido lo vamos a ganar”.
Yo estaba contento con mi erección, no sabría decir si
ella estaba impresionada. Empezaron las caricias, ella parecía disfrutar
con los
preliminares. Mi entusiasmo por
esta faceta resultaba un cambio agradable respecto de la mayoría de
tipos que prefieren saltar directamente a las embestidas, al sentir mis dedos
en su vagina se tensó, apartándome la mano. -Estoy lo bastante lubricada-, me
dijo. Esto hizo que me sintiera un poco entumecido, de puro frío y mecánico que
me resultaba. En cierto momento pensé incluso que mi erección había comenzado a
apaciguarse, pero no, se asentaba sobre ella, y, milagro de milagros en estas
situaciones, se mantenía firme.
Y comenzó el juego de dos. Yo lo estaba disfrutando y
ella gemía suavemente. Empezamos a movernos juntos lentamente, penetrando más.
Sentí su lengua en mi boca y sus manos me acariciaban suavemente. Parecía, y
así era, que había pasado mucho rato; pensé que me correría rápidamente pero no fue así, y la escuché
gemir, aquello me elevó demasiado y empecé con el control, no quería que esto
acabase pensé para mis adentros. Dejé de acariciarle y me levanté de la cama
dejándola con ansias de llegar al punto crítico. Busqué en el bolsillo de mi
pantalón el sobre de hierba y la pipa improvisada, preparé la hierba tomándome
un tiempo perentoriamente corto. Lo prendí y ella no desaprovechó nada del
pitillo que le di, procuré no mostrarle que me sobraba un poco más en mi brete.
Ella aprovechó
la oportunidad y me cabalgó hasta alcanzar el clímax, conmigo ahí tumbado como
un consolador, mordiéndose el dedo índice, intentando ahogar los chillidos que
prorrumpió al llegar a su orgasmo, con la otra mano en mi pecho, hizo que yo
desista de todo intento de control y logró que también llegara a la meta.
Cuando empecé a eyacular, pensé que nunca pararía. Chorreé como una pistola de
agua en manos de un niño permanentemente travieso. La abstinencia había hecho
subir el recuento espermático hasta el tejado.
Mientras se me desmontaba, caí en una maravillosa
somnolencia, resuelto a despertarme durante la noche y darle más al sexo.
Estaría más relajado, pero
más activo también,
y le enseñaría
de lo que
era capaz ahora
que acababa de
romper aquella mala
racha. Me comparé
con un delantero que acababa de
superar una temporada de vacas flacas frente a la meta, y ahora no podía
esperar a que llegara el siguiente partido.
Pero me quedé totalmente cortado cuando se puso a
tener arcadas, me levanté para pasarle el basurero y que no ensuciara toda la
cama. Se puso a escupir un líquido amarillento bastante hediondo, la vi con
bastante repulsión, totalmente asqueado por esa asquerosa escena que
protagonizaba esa muchacha a la que no recordaba bien su nombre. Después de
escupir volteó su cabeza hacía la almohada y se quedó dormida, llevaba los
labios morados, el cabello totalmente desbaratado y unas ojeras que denotaban
el maquillaje barato chorreado acompañaban esa horripilante escena. Bajé la
vista y vi el esperma escurrirse por el interior de sus muslos. Por primera vez
empecé a pensar en el sexo sin protección con penetración incluida y el riesgo
del virus.
Me hice la prueba hace mucho tiempo después de la
última vez que compartí con una prostituta, así que sé que estaba fuera de
peligro. Ella sin embargo me preocupaba; pensé que cualquier persona capaz de
acostarse con alguien que apenas sabe su nombre era capaz de estar contagiada. De
sentirme un impasible semental pasé a ser un tembloroso inepto en un espacio de
tiempo deprimentemente corto. Pensé que sería muy propio de mí, coger el Sida
de un solo
tire después de
haber compartido con putas
durante años.
Supe en ese instante mi instante actuar, me vestí
intentando no causar ruido, oculté la botella de Ron-Kola bajo el colchón,
empecé a buscar en los bolsillos de la chamarra de la muchacha, sólo había
algunas monedas, las cogí todas. En el pequeño bolso que llevaba encontré
desperdigados en los bolsillos varios billetes que sumados hicieron algo de
ciento cincuenta bolivianos, además estaba el cargador y los audífonos de su
celular cual encontré en la pequeña silla e inmediatamente procuré guardármelo.
Volví a dejar las monedas en su chamarra y le tapé con una frazada que había
caído al suelo como único acto de consideración. Salí de la habitación y recogí
mi documento en la recepción, pagué los treinta bolivianos y le dije que la
señorita se quedaría a dormir. No recuerdo muy bien lo que me respondieron pero
no me importó, ya tenía mi documento y podía volver así a la fiesta.
Encontré la tienda cerrada y una calle vacía, sentía
que las piernas me flaqueaban y apenas podía distinguir una línea en el
horizonte de colores. Puse todo mi empeño en volver a La Paz sin ser asaltado
por muchos de los malandros que se aprovechan de los valientes, valientes como
yo.
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