Camino por estas calles grises, con el peso de un cielo que no se decide a llover, aunque siento que debería. Todo a mi alrededor está cubierto de colores, pero no los veo realmente. Son solo manchas borrosas, como si alguien hubiera derramado pintura sobre un lienzo que no entiendo. No sé a dónde voy, ni siquiera sé si quiero ir a algún lado. Todo lo que siento es este nudo en el pecho, este tono de azul que me ahoga, que me recuerda a ti en cada rincón de mi cabeza.
No hay escapatoria. Las voces a mi alrededor no paran de hablar, de gritar, de juzgar. Son demasiadas, y ninguna tiene sentido. Me piden que decida, que elija un camino, pero cada opción es una trampa, un callejón sin salida que me lleva al mismo lugar: a este vacío que no explica nada. Intento buscarte en los recuerdos, pero es inútil. Estás en un lugar al que no puedo llegar, un espacio que no tiene nombre ni forma, pero que sé que existe porque me duele tanto no estar ahí contigo.
Los días son todos iguales ahora. Me despierto, pero no hay sueños, solo pedazos rotos de algo que nunca podré reconstruir. Cada paso que doy es un recordatorio de que tú no estás aquí, de que te fuiste y me dejaste con este azul que no se desvanece. Es como si el mundo entero se hubiera teñido de ese color, un azul frío, cruel, que no me deja olvidar. Intento seguir adelante, pero ¿cómo se supone que lo haga? Cada intento es un fracaso, cada pensamiento es un eco de tu ausencia.
No puedo más. No soporto esta carga, este silencio que grita tu nombre. Estoy atrapado en un laberinto donde todas las salidas están cerradas, donde cada decisión es un error que me hunde más. No hay luz, no hay esperanza, solo este azul que me envuelve, que me sofoca. Y lo peor es que, en el fondo, sé que este dolor es lo único que me queda de ti. Así que me aferro a él, porque dejarlo ir sería perderte para siempre. Y eso, eso no lo puedo soportar. No puedo. No puedo.
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