viernes, 30 de junio de 2023

MELANCOLÍA

 


En mi cama despierto, un amanecer melancólico,

Un visitante indeseado ha invadido mi morada.

La melancolía, un ente sombrío y sigiloso,

Se sienta en los pies de mi cama, sin tregua ni mirada.


Su presencia pesa sobre mis huesos,

Un peso invisible, pero tan denso y agudo.

Paralizado, me encuentro en un eterno reposo,

Atrapado en el abrazo de un ángel caído y mudo.


Susurra palabras de nostalgia y tristeza,

Recuerdos amargos que se deslizan por mi mente.

La luz del día se desvanece, ya no hay belleza,

Solo la sombra de un pasado quebrado y latente.


Mi voluntad se desvanece, como un eco perdido,

Mis anhelos se ahogan en un mar de desesperación.

La melancolía me abraza, se alimenta de mi sentido,

Y cada intento de liberación es en vano, sin razón.


Así pasa mi día, enclaustrado en mi cama,

Sin fuerzas para levantarme, comer o crear.

La melancolía me consume, sufriendo en mi drama,

Una marioneta sin hilos, atrapado en su oscura red.


Oh, poetas malditos, compañeros en el sufrimiento,

¿Acaso encontraron una salida de esta trampa cruel?

Quizás en el arte hallaron el alivio, el aliento,

Pero yo, aquí y ahora, me hundo en el abismo fiel.


Que la melancolía se desvanezca, que sea solo un eco,

Que mi espíritu resurja de las sombras en algún rincón.

Pero mientras tanto, me aferro a la cama, en este juego,

Y dejo que la melancolía me acune en su lúgubre canción.

martes, 7 de febrero de 2023

INSOMNE




Amada mía, disculpa la formalidad, padezco frecuentemente de insomnio que me transportan a lo retórico, lo único cierto es que estos periodos me vuelven pesado como un tronco y, al mismo tiempo, inquieto como una bestia salvaje.


Sin embargo, tengo una satisfacción: estás durmiendo bien, no puedo saberlo exactamente, ya que no he vuelto a tener la dicha de compartir la noche entera contigo; de todos modos, cuando el sueño pase junto a mí por la noche, sin detenerse, le pediré que su camino sea en tu lecho. Por otra parte sería muy tonto rebelarse, porque el sueño es la criatura más inocente y el hombre insomne, la más culpable.


Si un extraño, totalmente ajeno a la situación, leyera esa carta, pensaría: “¡Qué, hombre! ¡Parece que nació en mil novecientos treinta y dos!” Y mientras tanto ese hombre no ha hecho nada, no ha movido un dedo, se nutre con leche y cosas buenas, sin ver siempre (aunque sí a menudo) ante él “té y manzanas”, y deja que las cosas sigan su camino y que las montañas permanezcan.


En su lugar ¿Conoces la historia del primer éxito de Jaime Saenz? Es una historia que resume muchas cosas y que yo cito por comodidad, porque gira en torno a un gran hombre; pero tendría el mismo significado si fuese una historia del vecino o de alguien más próximo aún. Por otra parte, ya sólo la recuerdo en forma vaga; hasta los nombres casi se me han borrado. Cuando Saenz escribió su primera novela, vivía con un literato amigo suyo, un tal Lilo y Peña. Éste vio durante meses muchas hojas escritas sobre la mesa, pero Saenz sólo le entregó el manuscrito cuando la novela estuvo concluida. Lilo y Peña la leyó, quedó deslumbrado y sin decir nada a su amigo se la llevó al entonces célebre crítico Beltrán. A las tres de la mañana llamaron a la puerta de Saenz. Eran Lilo y Peña y Beltran. Entraron a la habitación, abrazaron y besaron a Saenz. Beltran (quien hasta ese momento no lo conocía) lo llamó esperanza de Bolivia, y pasaron una o dos horas hablando, sobre todo de la novela. Se separaron al amanecer. Saenz, quien siempre se refirió a esa noche como a la más feliz de su vida, se asomó a la ventana y los siguió con la mirada. Luego, sin poderse contener, se echó a llorar. Su sentimiento básico, que él ha descrito ya no recuerdo dónde, era: “¡Qué gente maravillosa! ¡Qué buenos y nobles son! ¡Y cuán ruin soy yo! ¡Si ellos pudieran ver dentro de mí! Si yo se los dijera, no me creerían.”


La afirmación de que Saenz se propuso emularlos es sólo mi humilde rúbrica final, un adorno, esa palabra que es preciso encontrar, sobretodo en la larga noche insomne que se me presenta.


Amor ¿llegas a captar el significado oculto de esta historia, de su aspecto inaccesible a la razón? A mi juicio, es el siguiente: en la medida en que se puede generalizar sobre estas cosas, Lilo y Peña y Beltran no eran, por cierto, más nobles que Saenz. Pero ahora dejemos la visión panorámica que tampoco Saenz tuvo aquella noche y que de nada sirve en el caso individual. Escucha solo a Saenz y te convencerá de que Lilo y Peña y Beltran eran realmente maravillosos y Saenz impuro e infinitamente ruin, que nunca alcanzaría, ni por lejos, la grandeza de Lilo y Peña y Beltrán, y que jamás podría recompensarles el enorme e inmerecido servicio que le habían prestado.

Uno los ve literalmente desde la ventana, mientras se alejan y sugieren así su inaccesibilidad. Lo lamentable es que el significado de la historia se ve desdibujado por el gran nombre de Saenz. ¿A dónde me ha llevado mi insomnio? Sin duda a nada que no se base en las mejores intenciones. 

viernes, 10 de junio de 2022

Esperando agosto





Es grande la tristeza

que me arropa esta noche.

Sin embargo, 

no serán estos versos

los más tristes que podré escribir.


Pues ni ella, ni nadie, los merecen.

Así como tampoco,

para dejar las cosas en claro, 

merece mis lágrimas,

ni mucho menos mi sangre.


Aún así lloro,

más no son mis ojos

el opaco manantial,

de donde brotan las lágrimas.


Es mi corazón el que llora,

cargando en si la agonía de mártil,

en la hora en que mis huesos

se enfrentan al fuego de la melancolía.


¿Quién desprende uno a uno

pedazos de su carne?

¿Lentamente y sin piedad?


Y es así como mi alma se deshace,

perdiéndose en un sollozo clandestino

que late en mi pecho herido,

ahogándose como grito de cárcel.


Quisiera poder volver a la tierra

en un fugaz instante,

pero para poder hacer esto

necesitaría tener intacta el alma,

para poder entregarla 

y así pagar el boleto

del necesario viaje.


Sin embargo no puedo, 

pues esta se volvió humo

y flota en una negra nube.

Resultado de churrasco,

que es ahora mi carme


miércoles, 27 de enero de 2021

Me vas a extrañar ¿Me vas a extrañar?


Justo cuando has decidido marcharte

tenía pensado entregarte

-en una fuente de albahaca-

mi corazón palpitante.

Habría escrito noventa y seis versos, 

tres por cada día

que vivimos, que nos dimos vida.

En unos pondría melancolía,

en otros, las flores que te enviaría

y me aguardo algunos, vaya a saber lo que te diría.


Dejando de lado el verso, dejando de lado el canto,

guardando mi espera, guardando mi llanto,

al ver tu partida

te diremos adiós, yo y mi melancolía.


No te inquietes, has elegido la vida,

dejaste pasar el navegar a mi lado,

el conocer el fondo del océano.

Ya no tendremos los años de conversaciones, de risas

y compañía que podían habernos aguardado.

Espero que no sea una elección de la nada

que nuestra vida no sea malgastada.

A nosotros que podía sucedernos todo y 

nos sucedió la nada de nuestro tiempo.

O quizá la espera sin esperanza.


Presiento que me vas a extrañar,

no sé,

tal vez mi extraña forma de amar,

esa que no comprendiste.


Sí, me vas a extrañar,

porque te he querido sin buscar nada para intercambiar.

Me vas a extrañar cuando salgas en busca de la verdad,

y será al fondo, al fondo de mis ojos donde la hallarás.

Me vas a extrañar porque nadie te ha querido

con sólo mirarte pasar, conformándose con tu sombrea,

con tu risa,

toda tú, sin maquillar.


Creo saber que llegará la mañana,

que mirando de soslayo, y a los lados, 

esperarás mi carta, mi mirada,

y quién sabe, tal vez esa mañana

no esté para una carta destinada.

Quién sabe tal vez las cartas se amargaron

y se fueron a la cama.


Creo saber que una tarde,

-ojalá que no muy tarde-

cuando camines sin rumbo,

sin preocuparte el destino, 

y tu mente se ponga en blanco,

-y olvides por un minuto, tu pasado, tu futuro-

verás al fondo una imagen

y me encontrarás perdido

pero no será que te espero,

estaré esperando la vida.


Ciertamente me vas a extrañar,

porque es difícil olvidar

a alguien

que tan sólo te quiso mirar.

miércoles, 5 de agosto de 2020

El tiempo no es medicamento.



Traigo herida la razón 
y hueco el sentimiento.

Extrañar es una enfermedad
que a cualquier edad
es difícil de curar.

Hoy ya no llego a enero,
me baja la presión,
estoy cayendo en shock
signos vitales desapareciendo.

Llevo tiempo en el intento
y aún no aprendo a olvidar,
me enevena la certeza
de que no regresará.

Ya se que pensarla es necedad,
el deseo es necio y no se va.

lunes, 9 de julio de 2018

Nunca me fui


El año pasado me prometí terminar de escribir mi primer libro de cuentos, en realidad serían una recopilación de cuentos escritos en  mi blog por 5 años. He visto en este tiempo que muchas novelas y cuentos han salido a la luz y yo todavía no he escrito nada. Apenas la primera letra de un bosque en el que me pierdo como un náufrago.
El sentido de lo que escribo es la permanencia del cambio. El desvarío de una palabra que no tenía pareja de baile en el festival del diccionario y se puso a escribir libros para desahogarse.
Hemos olvidado el esfuerzo de lo manual. Cada palabra es una penitencia extraña, cada frase un desfallecimiento súbito.
Alcohol, chocolate y escritura… tres placeres traicioneros que se vuelven en tu contra. Aunque el chocolate es el más noble. 
La extrañeza es una sensación continua que me asalta y me despelleja sin contemplaciones. El viento quiere que pase página. El chocolate desea testimoniar su presencia en el papel. Pero a mí me gustaría seguir escribiendo para siempre en esta misma página, que por desgracia se acaba.
Tal vez no sea capaz de escribir sobre las cosas que de verdad me importan. La escritura es un acto de fe que no cree en divinidades. Si escribir me da pereza, ¿estaré perdiendo mi vocación? Hemingway estaba convencido de que, por encima de todas las borracheras, permanecían los recuerdos importantes. Yo no lo tengo tan claro. Mis palabras son ramas secas que se desmoronan ante el rugido del viento.  
¿Qué demonios significa ser escritor? Quizá el día que lo comprenda podré dormir tranquilo, sin mayores pretensiones que sentir los latidos de mi corazón. En todo caso, la vida vale la pena. Los suicidas son autómatas que desfilan en una pasarela macabra para los filósofos.

Busco a la vez la excitación y el ensimismamiento. Me adelanto a la letra siguiente. Empieza mi figura a reflejarse en el fondo de esta carta. Veo misticismos por todas partes. Me los invento y digo que son míos. La pereza y el aburrimiento tal vez sean las verdaderas fuerzas creativas, la necesaria contención en este lío y el imprescindible acicate para los comienzos.
El único viaje importante es el espiritual. Mover el cuerpo carece de sentido. Las debilidades de la espalda son una cordillera que escalo en monopatín. He añadido la música a este momento que, de tanta efervescencia, se queda en un intento fútil de evanescencia. Quisiera poder hacer música con el tintineo de un teclado.
Lo único seguro es que quiero seguir recibiendo tus cartas, y responderlas hasta apurar la última letra. Escribiré aunque ya no quede nada más que el recuerdo del deseo, el olvido cerniéndose sobre nosotros como un manto de estrellas disecadas.


sábado, 18 de noviembre de 2017

ZAFIRO


Los días sábado tipo tres o cuatro de la tarde suelo dirigirme a la plaza Eguino para encontrarme con un entrañable amigo de colegio, de brillante y especial no tiene nada, sin embargo es un tipo agradable y tranquilo, con el que se puede criticar a toda la muchedumbre distinta.

El encuentro era en dicha plaza ya que es el punto más cercano a la conocida “Manco Kapac” calle de tragos, bares y prostíbulos. Cuando tenemos algo de dinero, solemos entrar al club  “Zafiro”, un antro oscuro y asqueroso lleno de la peor calaña de la ciudad, con mujeres dispuestas a escucharte, acariciarte y demás cuanto el dinero pueda vulnerar. Compramos una jarra de ron por cabeza, el cual nos da el derecho de tener a una dama a elección, escogemos el mismo cubículo para dos parejas y charlamos desdeñosamente de cualquier situación que se nos ocurra, desde profesores pervertidos hasta estupideces que se suelen ver en el devenir de nuestra azarosa existencia, las damas fieles a su trabajo, realizan preguntas estúpidas y se muestran interesadas mientras nos acarician y se acarician recurriendo a nuestros más bajos instintos.

En otras ocasiones con poco dinero (y estas solían ser más recurrentes), apenas monedas rescatadas, solemos comprar algún trago más que barato, el que estuvo de moda en esa época fue el WALIKI y el BARADERO, que su denigrante precio va de mano con su sabor, dos por dieciséis y media botella de regalo. Cinco litros de bebida espirituosa suficientes para mandar al carajo a dos personas que están dispuestas a beberlas en menos de 3 horas, porque la intención siempre es tomar temprano para irnos temprano a casa, ya que cada uno lleva una vida normal y tranquila para sus padres. Estas tertulias no planificadas son mis preferidas, buscamos algún mirador o callejón poco frecuentado y sin música, sin mujeres, y hasta a veces sin vasos, nos embriagamos bajo los últimos soles del día, a veces echados por la policía o vecinos, amenazados por maleantes y a la deriva de lo que traiga la nueva noche. Una vez terminada nuestra insípida bebida y para recogernos de la mejor manera a nuestras casas, fumamos un poco de hierba. En otras ocasiones, cuando amigos nos invitan a alguna fiesta, bebemos gratis, lo correcto sería decir que extorsionamos a nuestros amigos, no es por avariciosos o mala gente, simplemente porque  hay veces que las vacas flacas se vuelven raquíticas y nuestro orgullo no nos permite aceptar que nos falta los billetes, preferimos insistir o instigar hasta que alguien coloque nuestra cuota.

Y así pasó este sábado. Fui hasta La Ceja en la vecina ciudad, al cumpleaños de un próspero amigo que sacó a flote un negocio de condimentos, no soy participe de la tradición pero sí lo soy de las cervezas gratis.

Al notar que la probabilidad de una gran borrachera era bastante alta, busqué inmediatamente en el bolsillo de mi chaleco esa media pastilla de flunitrazepan que siempre procuro guardarla, el coctel de drogas apenas empezaba.

El ambiente cholo y la música chicha poco me importaron. Varios ex compañeros de mi promoción estaban presentes, yo era el más alegre; las conversaciones con desconocidos también avanzaban. Andaba de chaki monótono desde hace dos días antes en un bar de la calle Potosí, andaba un poco frustrado por un fallido intento sexual con una “amiga”. Fue allí entre la borrosa multitud de amigos de mi prospero amigo, que se encontraba una muchacha algo diferente de los demás. Mis errantes ojos se detuvieron ante una chica  delgada  de  cabello  negro  liso  y  más  bien  largo,  ligeramente inclinado hacia arriba en las puntas. Llevaba un buen moreno y delicadas facciones resaltadas con un buen gusto por el maquillaje. Vestía una blusa negra y pantalones blancos. Sentí cómo la sangre se aceleraba por mi cuerpo cuando  esa muchacha se metió las manos en los bolsillos, exhibiendo marcas de un bikini casi invisible. Esta mina era la única agraciada del rostro, nadie lo era por allí, y su forma de hablar, de vestir, de sonreír me encandilaba. Yo no estaba de pesca, menos en ese inhóspito lugar, así que proseguí con las cervezas que llegaban según la tradición en paridad de cajas.

Pasada la media noche la borrachera era total, Freddy se me acercó con ese gesto y la mirada en la billetera que tan solo puede indicar que tiene una droga pesada. Nos alejamos en un silencio de mutuo consentimiento a un rincón del pequeño local, sacó un pequeño sobre de papel e inmediatamente me puse a armar un canutillo con un billete de veinte bolivianos. Me dijo que empezara yo y no me hice rogar, inhalé con mucha fuerza el polvo blanco de su sobre e intenté aparentar tranquilidad cuando sentía que tenía medio cuerpo adormecido y un ligero cosquilleo en la espalda. Me limpié con una servilleta la nariz o lo que creía sentir como nariz y volví a las bulliciosas charlas que se habían originado. Freddy  no volvió hasta muchos minutos después.

Como la cerveza era abundante y ya me sentía con mucha euforia salía de rato en rato a fumar un poco de marihuana, sentía que así lograba calmar mis nervios y mis ansias de saltar encima de los sacos de canela y gritarles a todos lo lento que beben y hablan. En una de esas que salí a fumar en mi pipa improvisada, hecha con una tarjeta de algún night club y un estaño de un chicle barato, me fijé que esa muchacha que era más o menos de mi edad se encontraba en la acera del frente esperando seguramente alguna movilidad. Crucé la calle y ella me saludó con un débil movimiento de cabeza, yo nada tímido en ese momento le pregunté si quería fumar un poco de weed y ella sin cohibirse me aceptó. Prendí la pipa aspirando fuertemente y se la di, ella aspiró suavemente pero con un evidente conocimiento fumando en pipas caseras. Me dijo en voz muy suave que ya se iba a su casa y que si me importaba acompañarle a tomar un taxi, le dije que claro y delicadamente bajé mi mano y tome la suya, ella lo aceptó como si esa actitud fuera de lo más normal. En un silencio que nos incriminaba a ambos le pase mi brazo en mi espalda y jale su cuerpo hasta quedar uno frente del otro. Le di un beso rápido y ella me lo respondió, justo en ese momento apareció un taxi y se detuvo, nos subimos aún tomados de la mano. Ella le dio una dirección al taxista que era en realidad a tres cuadras del lugar donde nos encontrábamos, no paramos de besarnos en la movilidad y cuando el chofer nos dijo que ya habíamos llegado me di cuenta que estábamos en una calle de puro alojamientos para parejas.

Como no tenía mucho dinero más que el billete que había usado para inhalar coca y algunas monedas desperdigadas en el bolsillo, le pedí que pague, que yo le invitaría unas cervezas y que además seguía teniendo mota para invitar. Noté inmediatamente que en la misma acera se encontraba una licorería abierta y fui con ella, compré una botella de Ron-Cola de diez bolivianos y cigarrillos. No me importó si ella miraba con extrañeza que haya comprado trago tan barato e infame. Le pedí que guardara la botella en su cartera y entramos al alojamiento más cercano.

En la recepción nos pidieron nuestros documentos de identidad, nos lo devolverían cuando devolviésemos la pieza, por quedarnos toda la noche serían treinta bolivianos, los que podríamos pagar saliendo. La habitación era muy pequeña con una cama de plaza y media, también había una silla y un perchero de metal oxidado, una de las paredes tenía grabados con bolígrafos nombres de parejas quienes habían decidido que los futuros huéspedes conozcan su relación en aquel inhóspito lugar, el baño compartido se encontraba al final del pasillo. La verdad es que había pisado peores alojas.

Una vez dentro se me aceleró el pulso y me puse nervioso, torpe, preocupado por los efectos potenciales del cóctel de drogas y alcohol sobre mi erección. Pero me di cuenta que mi acompañante estaba más bien muy mareada y que lo disimulaba sórdidamente. Empecé a servir el Ron-Cola que habíamos traído pero ella no quería tomar, puso unas canciones detestables desde su celular e inicio un baile denotando la decadencia juvenil, me serví un vaso lleno y me lo tomé seco, sentí como el amargo del alcohol me quemaba las tripas. Hurgué en el bolsillo derecho de mi chamarra y saqué un brete de marihuana, del otro bolsillo saqué una pastilla de vitamina “uve”con ese compuesto maravilloso que se conoce como sildenafil. La muchacha empezaba a desvestirse y yo ya estaba por mitad de la botella, sirviéndome el vaso lleno; como ella notó que no despertaba un real interés en mí empezó a besarme fogosamente, la interrumpí inmediatamente, me levanté y después de un gran sorbo del pico de la botella me quité rápidamente el jean y la camiseta, después los tenis, los calcetines y los boxers.

Me sentí algo cohibido porque recién me había depilado los vellos púbicos, siempre lo he hecho, ya que aquello ayuda mucho al sexo oral; me metí en la cama y me sentí aliviado al empalmarme viéndola desnudarse. A diferencia mía, se tomó su tiempo, y lo hacía con completa naturalidad. Pensé que su cuerpo tenía un aspecto estupendo. No pude evitar escuchar mentalmente un repetido mantra futbolístico que dice “este partido lo vamos a ganar”.

Yo estaba contento con mi erección, no sabría decir si ella estaba impresionada. Empezaron las caricias, ella parecía disfrutar con  los  preliminares. Mi  entusiasmo por esta faceta resultaba  un  cambio agradable respecto de la mayoría de tipos que prefieren saltar directamente a las embestidas, al sentir mis dedos en su vagina se tensó, apartándome la mano. -Estoy lo bastante lubricada-, me dijo. Esto hizo que me sintiera un poco entumecido, de puro frío y mecánico que me resultaba. En cierto momento pensé incluso que mi erección había comenzado a apaciguarse, pero no, se asentaba sobre ella, y, milagro de milagros en estas situaciones, se mantenía firme.

Y comenzó el juego de dos. Yo lo estaba disfrutando y ella gemía suavemente. Empezamos a movernos juntos lentamente, penetrando más. Sentí su lengua en mi boca y sus manos me acariciaban suavemente. Parecía, y así era, que había pasado mucho rato; pensé que me correría  rápidamente pero no fue así, y la escuché gemir, aquello me elevó demasiado y empecé con el control, no quería que esto acabase pensé para mis adentros. Dejé de acariciarle y me levanté de la cama dejándola con ansias de llegar al punto crítico. Busqué en el bolsillo de mi pantalón el sobre de hierba y la pipa improvisada, preparé la hierba tomándome un tiempo perentoriamente corto. Lo prendí y ella no desaprovechó nada del pitillo que le di, procuré no mostrarle que me sobraba un poco más en mi brete.

 Ella aprovechó la oportunidad y me cabalgó hasta alcanzar el clímax, conmigo ahí tumbado como un consolador, mordiéndose el dedo índice, intentando ahogar los chillidos que prorrumpió al llegar a su orgasmo, con la otra mano en mi pecho, hizo que yo desista de todo intento de control y logró que también llegara a la meta. Cuando empecé a eyacular, pensé que nunca pararía. Chorreé como una pistola de agua en manos de un niño permanentemente travieso. La abstinencia había hecho subir el recuento espermático hasta el tejado.


Mientras se me desmontaba, caí en una maravillosa somnolencia, resuelto a despertarme durante la noche y darle más al sexo. Estaría más  relajado,  pero  más  activo  también,  y  le  enseñaría  de  lo  que  era  capaz  ahora  que  acababa  de  romper  aquella  mala  racha.  Me  comparé  con  un delantero que acababa de superar una temporada de vacas flacas frente a la meta, y ahora no podía esperar a que llegara el siguiente partido.

Pero me quedé totalmente cortado cuando se puso a tener arcadas, me levanté para pasarle el basurero y que no ensuciara toda la cama. Se puso a escupir un líquido amarillento bastante hediondo, la vi con bastante repulsión, totalmente asqueado por esa asquerosa escena que protagonizaba esa muchacha a la que no recordaba bien su nombre. Después de escupir volteó su cabeza hacía la almohada y se quedó dormida, llevaba los labios morados, el cabello totalmente desbaratado y unas ojeras que denotaban el maquillaje barato chorreado acompañaban esa horripilante escena. Bajé la vista y vi el esperma escurrirse por el interior de sus muslos. Por primera vez empecé a pensar en el sexo sin protección con penetración incluida y el riesgo del virus.

Me hice la prueba hace mucho tiempo después de la última vez que compartí con una prostituta, así que sé que estaba fuera de peligro. Ella sin embargo me preocupaba; pensé que cualquier persona capaz de acostarse con alguien que apenas sabe su nombre era capaz de estar contagiada. De sentirme un impasible semental pasé a ser un tembloroso inepto en un espacio de tiempo deprimentemente corto. Pensé que sería muy propio de mí, coger el  Sida  de  un  solo  tire  después  de  haber  compartido con putas durante  años.

Supe en ese instante mi instante actuar, me vestí intentando no causar ruido, oculté la botella de Ron-Kola bajo el colchón, empecé a buscar en los bolsillos de la chamarra de la muchacha, sólo había algunas monedas, las cogí todas. En el pequeño bolso que llevaba encontré desperdigados en los bolsillos varios billetes que sumados hicieron algo de ciento cincuenta bolivianos, además estaba el cargador y los audífonos de su celular cual encontré en la pequeña silla e inmediatamente procuré guardármelo. Volví a dejar las monedas en su chamarra y le tapé con una frazada que había caído al suelo como único acto de consideración. Salí de la habitación y recogí mi documento en la recepción, pagué los treinta bolivianos y le dije que la señorita se quedaría a dormir. No recuerdo muy bien lo que me respondieron pero no me importó, ya tenía mi documento y podía volver así a la fiesta.

Encontré la tienda cerrada y una calle vacía, sentía que las piernas me flaqueaban y apenas podía distinguir una línea en el horizonte de colores. Puse todo mi empeño en volver a La Paz sin ser asaltado por muchos de los malandros que se aprovechan de los valientes, valientes como yo.