martes, 18 de noviembre de 2025

Promesas y decepciones

Nunca pensé que alguien pudiera decir tantas palabras hermosas con una boca tan capaz de destruir. Tú lo hiciste. Me hablaste de futuro, de lealtad, de un “estarás bien conmigo” que yo, ingenuo, me atreví a creer. Me hiciste sentir que tenía un lugar seguro en este mundo caótico… cuando en realidad solo estabas construyendo un escenario para verme caer.


Y lo lograses con una facilidad que todavía me sorprende.


Tus promesas eran humo desde el principio. Lo entendí tarde, cuando ya estaban marcadas en mí como cicatrices que no pedí. Yo confiaba; tú fingías. Y lo peor es que no necesitaste una gran excusa para lastimarme: te bastó la primera oportunidad para hundir la mano y girarla. Casi como si hubieras estado esperando el momento exacto para hacerlo.


Aún recuerdo cómo te escuchaba, cómo te miraba, creyendo en cada sí, en cada juramento, en cada gesto ensayado. Me hablabas como si yo fuera importante, pero lo único importante para ti era mantener esa máscara que te quedaba tan bien. Qué talento para aparentar… Qué talento para hacer daño sin temblarte ni un poco la voz.


Durante un tiempo pensé que lo que sentía contigo era inspiración. Que tu presencia me impulsaba a ser mejor, a corregir mis fallas, a vivir más recto. Qué ironía… Resulta que no eras tú: era mi esperanza disfrazada con tu nombre. Eras mi espejismo. Mi error favorito.


Hoy lo veo claro: tú nunca estuviste a mi altura, no porque yo sea más, sino porque tú jamás fuiste sincera. No se puede caer tan bajo cuando nunca se ha intentado ser genuina.


Hay algo dentro de mí que quisiera dejarte marcado. No para dañarte, sino para que no olvides lo fácil que te fue soltarme cuando yo más esperaba que me sostuvieras. Me gustaría que en tus momentos de silencio, cuando no quede nadie a quien engañar, escuches el eco de todo lo que destruiste. O al menos la sombra de lo que pudo ser y no quisiste que fuera.


Aprendí que no nací para mendigar afecto ni para sostener promesas ajenas. Aprendí que contigo luché solo, mientras tú te dedicabas a empujar. Y al final, me alejé… no porque quisiera paz, sino porque comprendí que seguir ahí era permitir que me siguieras rompiendo.


Todo lo que dije alguna vez desde el corazón… lo retiro.

Pero aquello que me enseñaste—esa cruel lección sobre confiar en quien no sabe valorar nada—me la quedo. Me pertenece. Me forjó.


Y aunque ya no siento lo que sentí, no te disculpo.

No porque te odie, sino porque tu arrepentimiento nunca valdrá lo que yo perdí creyendo en ti.



lunes, 3 de noviembre de 2025

El hombre que nunca fue

Estoy muerto. Cada mañana me despierto con un insoportable deseo de dormir, de hundirme en esa nada eterna que ya me reclama. Visto de negro porque llevo luto por mí mismo, por el eco vacío de lo que fui. Llevo luto por el hombre que podría haber sido: un ser con sueños que ardían como brasas, con risas que llenaban habitaciones, con un futuro que se extendía como un camino infinito bajo el sol. Ya no sonrío. No tengo las fuerzas suficientes para hacerlo; mis labios se han petrificado en una mueca de resignación, como una máscara funeraria que nadie se molesta en quitar. Estoy muerto y enterrado, sepultado bajo capas de rutina gris que me asfixian lentamente, en un ataúd de días idénticos donde el tiempo se pudre sin piedad.

No tendré hijos. Los muertos no se reproducen; mi semilla se ha secado en la esterilidad de mi alma, y cualquier legado se disuelve en el olvido como polvo en el viento. Soy un muerto que estrecha la mano de la gente en los cafés, con dedos helados que transmiten el frío de la tumba, mientras finjo interés en conversaciones huecas que resuenan como lamentos lejanos. Soy un muerto más bien social y muy friolero, envuelto en abrigos que no calientan el vacío interior, temblando ante el menor soplo de vida que roza mi piel marchita. Creo que soy la persona más triste que jamás he conocido, un pozo sin fondo de melancolía donde los recuerdos se ahogan en lágrimas invisibles, y el mundo entero parece un cementerio infinito donde camino solo, esperando que la tierra me trague de una vez por todas.

martes, 23 de septiembre de 2025

Solo en los sueños.

En las sombras de la noche, cuando el mundo real se desvanece como un eco lejano, regreso a ti en sueños. Allí, en ese frágil puente entre el ayer y el nunca, te encuentro de nuevo, mi amor eterno, mi ex novia que el tiempo robó de mis brazos. Sabemos que estamos en el pasado, un pasado inventado por mi alma herida, donde las reglas del presente se disuelven como niebla al amanecer. No hay barreras, no hay despedidas inevitables; solo nosotros, conscientes de la ilusión, pero dispuestos a entregarnos a ella con el fervor de quien sabe que la felicidad es efímera.

Por ti volaré, susurro en mi mente mientras corro hacia ti, atravesando calles olvidadas que huelen a jazmines marchitos y lluvias pasadas. Espera, que llegaré, como dice esa canción que resuena en mi pecho como un lamento eterno. Mi fin de trayecto eres tú, y en este sueño, por fin, puedo alcanzarte. Nos buscamos con la urgencia de los náufragos, nuestros ojos se encuentran en la penumbra, y en ese instante, el deseo despierta como una llama que ha estado ardiendo en silencio durante años. Tus labios, suaves como pétalos caídos, se unen a los míos en un beso que sabe a redención y a pérdida. Nuestros cuerpos se rozan, piel contra piel, recordando cada curva, cada suspiro que el tiempo intentó borrar. Hacemos el amor con la intensidad de lo prohibido, como antes, cuando el mundo era nuestro y el futuro parecía infinito. Tus manos en mi espalda, mi aliento en tu cuello; es un ritual de amor y anhelo, un fuego que quema sin consumir, porque sabemos que al alba se extinguirá.

Pero oh, qué melancolía envuelve este paraíso onírico. Solo aquí, en este viaje imaginario al pasado, puedo ser feliz. En el presente, la realidad me encadena con sus cadenas invisibles: distancias insalvables, vidas que se bifurcaron como ríos que nunca vuelven a unirse. Despierto cada mañana con el corazón pesado, cargando el peso de lo que fue y lo que nunca más será. Por ti volaré, repito en silencio, pero mis alas son de cristal, frágiles y rotas por el viento de la nostalgia. Nadie me detiene en el sueño, tengo el cielo inmenso, mi alma es libre; mas al abrir los ojos, regreso a la soledad, a un horizonte falto de palabras, donde falta el sol y no me rindo, pero sigo buscando en vano.

En mi corazón guardo esa pasión que me lleva al cielo, pero solo en sueños. Por vivir contigo, volaré con alas del amor, por ti volaré… aunque sea solo en la eternidad melancólica de la noche, donde el amor y el deseo se entretejen con hilos de lágrimas invisibles. Y así, noche tras noche, vuelvo a ti, sabiendo que la verdadera felicidad reside en lo imposible, en ese pasado que solo el sueño me permite habitar.

sábado, 23 de agosto de 2025

Un lienzo

Camino por estas calles grises, con el peso de un cielo que no se decide a llover, aunque siento que debería. Todo a mi alrededor está cubierto de colores, pero no los veo realmente. Son solo manchas borrosas, como si alguien hubiera derramado pintura sobre un lienzo que no entiendo. No sé a dónde voy, ni siquiera sé si quiero ir a algún lado. Todo lo que siento es este nudo en el pecho, este tono de azul que me ahoga, que me recuerda a ti en cada rincón de mi cabeza.

No hay escapatoria. Las voces a mi alrededor no paran de hablar, de gritar, de juzgar. Son demasiadas, y ninguna tiene sentido. Me piden que decida, que elija un camino, pero cada opción es una trampa, un callejón sin salida que me lleva al mismo lugar: a este vacío que no explica nada. Intento buscarte en los recuerdos, pero es inútil. Estás en un lugar al que no puedo llegar, un espacio que no tiene nombre ni forma, pero que sé que existe porque me duele tanto no estar ahí contigo.

Los días son todos iguales ahora. Me despierto, pero no hay sueños, solo pedazos rotos de algo que nunca podré reconstruir. Cada paso que doy es un recordatorio de que tú no estás aquí, de que te fuiste y me dejaste con este azul que no se desvanece. Es como si el mundo entero se hubiera teñido de ese color, un azul frío, cruel, que no me deja olvidar. Intento seguir adelante, pero ¿cómo se supone que lo haga? Cada intento es un fracaso, cada pensamiento es un eco de tu ausencia.

No puedo más. No soporto esta carga, este silencio que grita tu nombre. Estoy atrapado en un laberinto donde todas las salidas están cerradas, donde cada decisión es un error que me hunde más. No hay luz, no hay esperanza, solo este azul que me envuelve, que me sofoca. Y lo peor es que, en el fondo, sé que este dolor es lo único que me queda de ti. Así que me aferro a él, porque dejarlo ir sería perderte para siempre. Y eso, eso no lo puedo soportar. No puedo. No puedo.

miércoles, 20 de agosto de 2025

Vacío

Me siento hundido en una penumbra que no explica nada, como si el aire mismo pesara más de lo que puedo soportar. Estoy sentado en el borde de mi cama, con las cortinas cerradas, aunque no importa; la luz no cambia nada aquí dentro. Todo es gris, siempre ha sido gris. El mundo allá afuera sigue girando, pero yo… yo solo quiero parar. Quiero que todo se detenga.

Cántame para dormir, murmuro al vacío, aunque no hay nadie que me escuche. Mi voz apenas sale, rota, como si las palabras se deshicieran antes de llegar al aire. Estoy cansado, tan cansado. No es solo el cuerpo, es algo más profundo, algo que me arrastra hacia abajo, como si mi alma estuviera hecha de plomo. Quiero irme a la cama, pero no hablo de descansar. Hablo de desaparecer, de deslizarme en un sueño del que no tenga que volver.

Cántame para dormir, repito, con los ojos fijos en la pared desconchada. Las grietas parecen venas de un mundo tan roto como yo. No quiero que intentes salvarme. No quiero tus palabras de aliento, tus promesas vacías de que mañana será mejor. Mañana no existe. Mañana es solo otro día para arrastrarme por esta existencia que no pedí. Déjame solo. Por favor, déjame solo.

Cierro los ojos y el sonido del viento se cuela por la ventana entreabierta, un lamento que parece entender lo que siento. Estaré muy lejos, pienso, aunque no sé a dónde voy. Tal vez a ningún lado. Tal vez a un lugar donde el peso de todo esto no me alcance más. Tú seguirás aquí, atrapado en tus días, en tus risas, en tu vida que no entiendo. Y está bien. O no lo está. No me importa ya.

Cántame para dormir, suplico una última vez, aunque sé que no hay nadie. Solo quiero que todo se apague, que el ruido en mi cabeza se calle, que el dolor que me atraviesa se desvanezca. No intentes despertarme por la mañana. No estaré aquí. No quiero estarlo.

martes, 17 de junio de 2025

Un Sueño

Aquella mañana desperté con el rostro empapado, las lágrimas resbalando por mis mejillas como si quisieran escapar de un dolor que no podía contener. Había tenido un sueño, uno de esos que se clavan en el pecho y te hacen sentir que el mundo se desmorona. Me dolía tanto, tanto que apenas podía respirar. En mi mente, aún veía tu imagen, tan nítida, tan cruelmente perfecta. Estabas radiante, envuelta en un vestido blanco, aquel que una vez te regalé con todo el amor que llevaba dentro. Lo escogí pensando en cómo resaltarías, cómo tus ojos brillarían al ponértelo. Y lo hacías, en mi sueño, pero no era para mí.

Te vi caminar, ligera, casi flotando, como si el suelo no mereciera tocarte. Pero no estabas sola. A tu lado iba él, aquel que un día, con una audacia que yo nunca tuve, te entregó un papel. Lo recuerdo tan claro en mi sueño: sus manos temblorosas sosteniendo una nota que decía, con palabras simples pero devastadoras, “Amor, te quiero tanto y no soporto el llanto si no me das el sí”. Esas palabras eran un golpe, una sentencia. En mi sueño, te miraba con una devoción que yo reconocía porque alguna vez fue mía. Y tú… tú sonreías, como si su presencia fuera suficiente para llenar el mundo.

Entonces, él se acercó. Vi cómo su rostro se inclinaba hacia el tuyo, buscando tus labios, y mi corazón se detuvo. Fue en ese instante, cuando el dolor amenazaba con romperme por completo, que algo me arrancó de ese tormento. Abrí los ojos, jadeando, con el corazón latiendo como si hubiera corrido una eternidad. Dios, o un ángel, o alguna fuerza que no entiendo, me despertó justo a tiempo. Ese sueño, por suerte, terminó. Pero el eco de tu vestido blanco, de tu sonrisa, de él a tu lado, se quedó conmigo, como una herida que no sé si algún día sanará.

lunes, 19 de mayo de 2025

El peso de tu ausencia

Me despierto con un peso en el pecho, como si alguien hubiera anudado mi corazón y lo apretara hasta dejarlo sin aire. No sé cómo llegué a este punto, a este vacío donde cada día se siente como una caída sin fin. Mis pasos resuenan en una casa que ya no reconozco, un lugar que solía ser nuestro pero que ahora solo guarda silencio.

Nunca planeé estar así, solo, hablando con las sombras. Pensé que tú y yo éramos eternos, que juntos podíamos enfrentar cualquier tormenta. Pero me dejé llevar, como si el mundo me arrastrara sin que pudiera hacer nada. Ahora no hay nadie que me sostenga, nadie que me mire y me diga que todo estará bien. Porque no lo está. Sin ti, nada lo está.

Por las noches, cuando el cielo se oscurece, salgo y miro hacia arriba, buscando algo, un destello, un signo de que sigues ahí, en alguna parte. Pero el cielo está vacío, igual que yo. Mis ojos se pierden en la oscuridad, buscando un rastro de lo que fuimos, pero solo encuentro más nada. Cada intento de encontrarte me hunde más, me recuerda que te fuiste y que no sé cómo pasó.

Mi corazón está roto, y no sé cómo pegarlo. Lo he intentado, juro que sí. He llenado mis días con rutinas vacías, con sonrisas que no siento, con promesas de que superaré esto. Pero es mentira. Cada noche, el silencio me aplasta, y me digo que no quiero perderte, aunque la verdad es que ya no estás. Lo único que me queda es el eco de lo que fui para ti, el recuerdo de que alguna vez me quisiste.

No sé cuánto más podré soportar. El día se desvanece, la noche llega, y tú no estás para ayudarme a pasar la tormenta. Solo espero que, donde estés, sepas que lo di todo. Que, aunque me estoy rompiendo, sigo siendo aquel que una vez amaste. Es lo único que me mantiene en pie, aunque apenas.

lunes, 12 de mayo de 2025

Herida que no cierra

No sé cómo explicarlo… es como si el aire se me escapara del pecho, como si cada latido doliera más que el anterior. Desde que te fuiste, todo en mí se rompió. Me miro al espejo y no reconozco al que está ahí, porque el que era yo se quedó contigo, en algún lugar donde ya no puedo alcanzarlo.

Cada día es un eco de tu ausencia. Cierro los ojos y te veo, pero cuando los abro, el vacío me golpea más fuerte. Es un dolor que no se explica, que no se cura. Es como si mi alma estuviera desangrándose, gota a gota, y no hay manera de parar la herida. Pienso en ti a cada instante, como si recordarte fuera lo único que me mantiene vivo, aunque cada recuerdo me mata un poco más.

No es solo que te extraño… es que sin ti, no sé quién soy. Me siento perdido, atrapado en un loop donde todo me lleva a ti, pero tú ya no estás. Intento seguir, fingir que estoy bien, pero es mentira. Estoy cayendo, lento, en un abismo donde no hay fondo. Y lo peor es saber que no vas a volver, que este amor que aún arde en mí no tiene a dónde ir.

A veces, me pregunto si alguna vez podré olvidarte, pero la sola idea de hacerlo me aterra. Porque olvidarte sería perder lo último que me queda de ti, y aunque duela, prefiero este sufrimiento a no tener nada. Estoy roto, y no sé si algún día encontraré la forma de volver a ser entero. Hasta entonces, sigo aquí, amándote en silencio, muriendo un poco más con cada día que pasa sin ti.

viernes, 9 de mayo de 2025

TDD END

Mírame aquí, parado en el borde de mis propios recuerdos, atrapado en un tiempo que no sé si fue real o solo un sueño que me inventé para no sentirme tan solo. Antes, cuando el mundo parecía más pesado, yo era alguien más viejo, más cansado, como si los años me hubieran robado algo que ni siquiera sabía que tenía. Pero ahora, parado aquí, siento que he vuelto a ser joven, aunque no sé si eso es bueno o solo una mentira que me cuento para seguir adelante.

Todo empezó con tu rostro. ¿Sabes? Es como si cada ángulo de tu cara se hubiera grabado en mi cabeza, como una pintura que no puedo dejar de mirar, aunque me duela. De frente, de perfil, da igual. Eres el problema, la raíz de todo este desastre que llevo dentro. Y lo peor es que sé que yo también te hice daño, que mi presencia, mi manera de ser, te atrapó de alguna forma, ¿verdad? No lo niegues. Hubo un momento, una chispa, en que los dos nos miramos y el mundo se detuvo.

¿Te acuerdas de esa noche? No sé en qué mes fue, no importa. Pero fue real, ¿a poco no? Fue como si habláramos un idioma que nadie más entendía, como si nuestras almas se reconocieran en un código secreto. Nos reíamos, nos entendíamos sin esfuerzo, como si el universo entero conspirara para que estuviéramos juntos. En esos momentos, sentía que no había suelo bajo mis pies, que flotábamos en algo más grande que nosotros mismos. Pero ahora… ahora todo eso se siente como un eco lejano.

Ya no puedo seguir así, cargando tu sombra en cada rincón de mi vida. Tengo que dejar de pensar en ti, tengo que pintar de colores este gris que me dejaste. Quiero borrar tu nombre de mi cabeza, aunque una parte de mí sabe que eres la razón por la que aún siento que vale la pena respirar. Es una lucha constante, ¿sabes? Quiero odiarte, pero no puedo. Quiero olvidarte, pero cada paso que doy me recuerda que alguna vez estuvimos atados, que nuestros corazones se enredaron en un nudo que no sé cómo deshacer.

Y no me malinterpretes, no soy el primero al que le pasa esto, ni seré el último. El amor, o lo que sea que tuvimos, siempre termina dejando cicatrices. Todos pasamos por esto, ¿no? Sé que eventualmente te olvidaré, que un día tu rostro dejará de aparecer en cada sueño, en cada rincón de mi alma. Pero ese día no está cerca. No lo veo en el horizonte. Y mientras tanto, aquí estoy, atrapado entre querer soltar y no poder dejar de aferrarme a lo que fuiste.

Esa noche, ese mes, ese instante en que todo parecía perfecto… sigue vivo en mí. Y aunque me digo a mí mismo que ya basta, que tengo que seguir, que voy a escapar de este país de recuerdos, la verdad es que no sé cómo hacerlo. Porque, aunque me duela admitirlo, tú sigues siendo mi razón para vivir, aunque sea solo en los pedazos rotos de lo que alguna vez fuimos.

domingo, 6 de abril de 2025

Ciclo

Mi ciclo contigo ha terminado, ya no tengo nada más que ofrecerte, excepto más reclamos y reproches producto del agotamiento emocional en el que me encuentro.

No quiero seguir en una relación que me roba la paz y me causa más angustia que felicidad, me di cuenta de que tenía una idea de nuestra relación que no se ajustaba a la realidad, te idealicé, te soñé, te otorgué atributos que finalmente no tenías.

Le di muchas oportunidades a esta relación porque me aferré a mis buenos recuerdos y a mi idea de un futuro contigo.

Te dejo ir y cierro este capítulo.

Comprendo que el amor no se pide y tampoco se debe forzar, dejo esta relación, para enfocarme en la relación más importante del mundo:

La relación conmigo mismo.

lunes, 31 de marzo de 2025

Ansiedad

Me siento atrapado en mi propia mente.

A veces, de la nada, me asaltan pensamientos que no entiendo: ¿Y si pierdo el control? ¿Y si un día ya no vuelvo a ser yo? Intento aferrarme a la lógica, pero hay un miedo que se arrastra por debajo, como si mi cerebro fuera un vaso a punto de derramarse.

Mi cuerpo parece estar en mi contra: el corazón acelerado sin razón, la sensación de irrealidad—como si mirara el mundo a través de un vidrio—, o ese hormigueo en las manos que me hace preguntarme: ¿Es esto el principio de algo peor?

Lo más frustrante es la duda constante: ¿Estoy exagerando? ¿O realmente hay algo mal en mí? Busco señales en todo: si me distraigo un momento, si olvido una palabra, si mi risa suena forzada… Es agotador.

Incluso el silencio me asusta. Cuando todo está tranquilo, mi mente parece gritar más fuerte. Y luego llega la culpa: Otros pasan por cosas peores, ¿por qué no puedo controlar esto?

sábado, 8 de marzo de 2025

Intento



Debo escribir sobre la poesía de mi vida. En otro tiempo, quizás habría preferido la penumbra de mi vida, aunque más por un deseo de llamar la atención, o por imaginar que sentía lo que en realidad no sentía.


He mirado mis propios sentimientos en retrospectiva y siempre los encuentro pobres, pequeños. He amado, o al menos he creído amar, pero cuando lo observo desde la distancia, todo parece un eco fugaz de lo que podría ser el gran amor.


Solo me atrevo a llamar amor a aquello que no comprendo. Y como no comprendo tanto, prefiero seguir sin entender. Es entonces cuando todo me parece conocido, salvo el amor, que no se parece en nada a lo que creo haber sentido.


He asumido la misión de revisar mi antiguo blog, aquel que escribía y publicaba en 2012, cuando, en un arranque de absurdo entusiasmo, llegué a creerme escritor. La gran pasión jamás descubierta, el sueño latente del lector obsesivo. ¿No es, después de todo, el lector quien anhela vivir la aventura tanto como aquel que la escribió?


Pero lo que escribía apenas lo había vivido. Me limitaba a construir historias con palabras, a fabricar sentimientos que nunca me atreví a experimentar. Intentaba contar una historia que no tenía el valor de protagonizar, una que solo podía entrever desde mi refugio. Porque vivir implica riesgos, cicatrices, heridas reales. Es más fácil la distancia segura de la página en blanco, donde el dolor es solo una metáfora y el amor no puede destruirte.

Aquel que escribe.


Ahora sentir parece más difícil. Es más sencillo decir que se siente que descifrar qué es, en verdad, lo que se siente.


Han transcurrido trece años desde que comencé mi blog de escritura, una vía de escape de la cotidianidad que, sin darme cuenta, me iba consumiendo. Sentía que debía soltar algo, que si no encontraba una forma de vaciarme, terminaría desmenuzando el teclado de mi viejo iPod, golpeando letra por letra con la desesperación de quien teme ahogarse en sus propios pensamientos.


Escribir no era solo un acto de creatividad, sino de supervivencia. Cada palabra que plasmaba era un intento de dar forma a lo que me habitaba, a esos torbellinos que, de permanecer en mi mente, habrían terminado devorándome. Pero, ¿qué buscaba realmente? ¿Era la necesidad de expresar o la necesidad de ser escuchado? ¿Escribía para entenderme o para que alguien, en algún rincón desconocido, encontrara en mis palabras un reflejo de sí mismo?


Han pasado trece años, y me pregunto si aquellos torbellinos se han disipado o si solo aprendí a convivir con ellos. Tal vez la escritura no fue la puerta de escape que imaginé, sino el lugar donde decidí quedarme atrapado.