lunes, 26 de marzo de 2012
Precio
Por fin la habitación se había convertido en un lugar confortable.
Sirviéndose de garrapatas y piojos había fijado las cortinas, hechas de tela de araña, en las ventanas. Aquí y allá había montoncitos de papeles con excrementos de ratones, polvo y cenizas de pipar. Sobre la mesa había una vela que proyectaba una luz dura y brillante que trazaba su sombra en las paredes descarilladas.
El escritor seguía trabajando en sus obras durante el día y la noche. No le importaba mucho descansar, pues para él la vida consistía en escribir y tenía entre manos muchas más historias que las que podía redactar o terminar. Sentado ante la mesa coja de una pata, su mano se movía, como una sierpe, de un lado para otro y su pluma se afanaba más en volar que en trazar palabras; miraba al techo para encontrar palabras perdidas entre goteras, desconchones y una maraña de mosquitos. No, no era como esos escritores de hoy acostumbrados a decir nada. Cuando encontraba la palabra justa era la palabra justa la que lo había encontrado.
Dos cucarachas sujetaban los pliegues azules del cuaderno y el cajón vacío temblaba una vez, dos veces, varias veces, imitando dulcemente el eco de las palabras halladas. Qué prodigiosa imaginación la del escritor pobre: le interesaba toda la Humanidad y todas sus ilusiones insostenibles. Todas las maravillas, cándidamente, fueron pasando por la habitación de improviso, como pasan los pájaros camino de otras tierras, sin detenerse allí. Oh, triste la vida del escritor, grande y rico cuando la Belleza queda lejos, pequeño y pobre cuando la tiene encima: - Debe ser un escritor muy pobre - dijeron de él con vejatoria solemnidad -. -Ha puesto un alto precio a la Belleza -.
La Belleza no se alcanza cuando se busca la Belleza, sino cuando se busca la Perfección.
martes, 20 de marzo de 2012
Party congenita
Me decías, entre susurros, que la música que sonaba te parecía el pleonasmo de la excitación, mientras que tus jadeos dejaban de oírse huecos, y ahora ya traspasaban las paredes y llegaban hasta la calle donde la gente apretaba el paso para no oír tal enfático, fálico (a lo Freud), regalo para sus oídos.
Indecencia, se oye murmurar. Juventud loca, demasiada libertad.
Quizá todavía creen que follar les deja ciegos, ah, no… eso era masturbarse.
La alegría de estar vivos, eso es lo que festejamos en una party congénita de la voluntad de poder (ser), ¿verdad Friedrich? La luna traspasa las miradas y se posa sobre el cuerpo desnudo, mientras que las gafas sirven de juguete. Irrigación de la cama... y no, no es agua. Y risas.
Se me queda cara de tonto al ver lo que provoca una simple melodía. Un disparo rompió la situación orgásmica. Silencio. Lejos, suenan sirenas.
sábado, 17 de marzo de 2012
TRANCE
Tengo un amigo que jamás ha escrito nada.
Pensar por cuenta propia es un placer milagroso que casi nadie se puede permitir.
Va paseando por las calles de pronto lo atraviesa la
inspiración, cualquiera de esas ideas perdidas. Entonces mentalmente elabora
una historia, de un tirón, sin tachaduras mentales ni correcciones ni
rectificaciones. A él le parecen hermosas, acabadas, perfectas. Probablemente
nunca en ninguna historia del mundo se habla tanto en ellas de la libertad. Tal
vez porque nunca hubo tan poca.
Al principio se iba a su casa para redactarlas, pero en
cuanto se ponía a escribirlas se daba cuenta de que las palabras no eran las
mismas y de que la magia ya no estaba en el papel.Pensar por cuenta propia es un placer milagroso que casi nadie se puede permitir.
Luego probó a correr al lugar más cercano, siempre con su
precavido bolígrafo en el bolsillo. Se sentaba en la mesa de un bar o de una
cafetería, cogía servilletas o tiras de papel higiénico y empezaba a
escribirlas. Pero éstas le devolvían un pálido reflejo de Ágrafa. No, no eran
esas las palabras, no eran esos los giros. Es inútil gritar que somos libres de
pensar algo distinto de lo que impera. Así que desistió.
Es posible que hoy, cuando salgas, lo encuentres, tal vez en
trance, caminando o sentado en un banco del jardín de la plaza de la Iglesia
con los ojos fijos, incluso en la cola del supermercado, dejando pasar a todo
el mundo. Está escribiendo, escribiendo una historia que se le olvidará al
instante. Una historia que nadie, nunca, leerá.jueves, 15 de marzo de 2012
Condena
La entrada que leerán, esta dedicada a Karen Sainz, amiga que desde el principio me impulso y motivo a escribir, y de las pocas, poquísimas personas que conozco, que gustan de leer.
Gracias.
CONDENA
La verdad es que no soy nada. Todo a lo que aspiro me queda tan lejos como el hecho de que me toque la lotería. La diferencia es que la lotería a veces toca, a unos pocos afortunados, eso sí. No soy pianista, ni filósofo, ni buen estudiante, soy lector avispado, pero sobretodo, y por encima de cualquier cosa, no soy escritor.
Y el caso es que desde hace no demasiado tiempo eso es lo único que me ronda por la cabeza. Escribir. Ser escritor. Y me está costando mucho más de lo que llegué a pensar el día que me lo planteé seriamente. Por un lado está la parte de mi mismo que repite una y otra vez “proyecto fracasado, nuevamente, proyecto fracasado”, por otro está el hecho de que no soy una persona metódica y ya he comprobado que la inspiración no llega por arte de magia, y por último, eso de ponerse a escribir un día cuesta tanto como desplazarse a la oficina un lunes por la mañana.
De pequeño mis aspiraciones eran las de, leer y no hacer nada más durante todo el día. Eso de muy pequeño. Y ya muy de grande quise escribir. La verdad sea dicha; nunca llegaré a ser ni Cerruto, ni Borges, ni Preusler, ni nada por el estilo, con un poco de suerte llegare a publicar en los matutinos. Pero no, no nos engañemos, ni eso. Sería aspirar a demasiado. Luego, me doy cuenta que me encanta leer, el problema es, que me desespero por mucho por leer, quisiera detener el tiempo y tenerlo para solamente leer, una biblioteca de Babel es donde habito, he llegado a ser un obseso de las listas de libros, ordenadas por todos los tipos existentes y por haber. Mi conocimiento sobre grandes escritores de cada país es tal que basta con que me digan un título y reconozco el autor o al revés. Eso sí, la mayoría ni han pasado por mis manos y si lo han hecho, no hemos llegado al clímax y se han quedado con las ganas de ser devorados por completo.
Necesito escribir por más que me cueste ponerme a ello, necesito hacerlo. Necesito contar, imaginar, ver como las letras van apareciendo una detrás de otra en la pantalla y enorgullecerme banalmente de ello. Aunque tan solo sea escribir sobre el hecho de escribir. Pero necesito hacerlo como necesito comer, como respirar, como amar y sentirse amado, o leer cada día algo de algún libro, es lo mismo.
Los grandes me dirían que me deje de tonterías. Que ya soy mayorcito. Pero a medida que voy creciendo me voy dando cuenta cada vez más lo que de verdad quiero hacer. Y eso no es otra cosa que escribir. Que linda palabra, ¿verdad? Tiene una sonoridad fuerte, a lo alemán. Casi me gusta tanto como un te quiero. Las palabras son lo esencial, decía Wittgenstein, todo empieza y acaba en ellas, lo primero que existió fue la palabra, dice la Biblia.
La verdad es que yo creo que si existen las palabras es que existe la verdadera realidad sujeta a ellas: el hombre, la mujer, el ser humano en general. El habla, la palabra, es algo que tan solo las personas en general compartimos, cada uno en su idioma, cada uno según su nacionalidad. Ahí va, nacionalidad. Otra palabra. De las claves en muchas países. ¿A qué nación pertenezco? Algunos nacen en un país y se trasladan a otro. Y es que, por poner un ejemplo, un japonés que fue adoptado en los ochenta, ahora, a pesar de ser totalmente de su país de adopción, sin tener ni idea de japonés, no puede pasar inadvertido como un simple ciudadano más, sus rasgos le delatan. Y eso es tragicómico para los que lo padecen. Puede parecer una tontería o algo sin importancia pero sinceramente solo aclarar que la gente que es rubia y que tienen los ojos claros, no necesariamente son extranjeros. No es que me moleste que los confundan es que me inquieta la situación, y la siempre cansina aclaración “No, si soy de aquí”. Aquí. ¿Dónde? Si dijeran que son personas del mundo sería una afirmación tan banal como decir que respiro oxígeno… ¿quién no sabe eso? ¿Acaso hay algún extraterrestre infiltrado entre nosotros? Esa tonta creencia la dejo a los que creen en ovnis y en marcianos.
Pero si, yo soy del mundo, de este mundo, tan solo un pobre estudiante de Derecho localizado en un confín de La Paz. Que disfruta del Illimani cada mañana y que se acomoda cada tarde frente al computador, un café, queso y pan, miedo, suspiro, el terror me compadece, todo me pasa, todo, para escribir algo coherente. Porqué eso sí, ni lo duden, por mucho que aspire a ser escritor, seré escritor de tercera, cuarta o quinta clase, pero no importa, lo único verdaderamente importante es satisfacer esa endemoniada necesidad de escribir algo, para poder dormir un par de horas y despertarte nuevamente con ganas de coger el portátil y volver a escribir unas líneas, cualquier cosa, cosas sin importancia…
La necesidad de escribir es una condena. Es una pesada losa con la que deben cargar algunos durante su vida. Escribir no es algo divertido, ni tan siquiera algo de lo que puedas de veras disfrutar, escribir es una droga que no tiene más salidas que la de satisfacer el deseo y caer una y otra vez en sus redes. Es aquello a lo que tienes necesidad de estar sujeto, que aborreces la mayoría del tiempo pero que no puedes dejar porqué adoras el hecho de hacerlo y adoras lo que te hace sentir cuando lo haces. Es un alivio que se apodera de todo tu cuerpo, una tranquilidad que invade tu mente y que te deja meditabundo, incapaz de pronunciar palabra.
Adoro la escritura como los adictos a la maría adoran sus queridos porros de hierbas, poco medicinales y nada aromáticas. Apestan. Lo mismo ocurre con las letras. Adoras cada una de las palabras que tecleas, pero que después resulta ser poco medicinal para tu necesidad, y las frases muchas veces no son nada aromáticas y, muchas otras, simplemente, apestan. La vida de un verdadero escritor no es una vida de persona normal. Una persona normal se levanta por las mañanas, va a clases, va a la oficina o a su puesto de trabajo, come un bocadillo o si es afortunado y puede pagárselo en un restaurante o un Burguér King vuelve a casa, disfruta como puede de la familia, cena, se acuesta y nuevamente a empezar el día, tiene sus escapaditas de fines de semana, algunos viajes de vacaciones, pequeñas alegrías del día a día, y otras tantas preocupaciones que asolan el ambiente familiar, y punto.
La vida de un escritor no es nada de eso. No entiende de horarios, te puedes despertar a las 4 de la mañana con una buena idea y es tanta la necesidad de satisfacer tu instinto que no es hasta que has acabado de desarrollar todo lo que tenías en mente en una hoja de papel o a ordenador que no quedas medianamente tranquilo. A parte de los desfases de horarios, existen los desfases de memoria que son aún peores. Éstos últimos son los que hacen que los que tienen la necesidad de escribir siempre sean más despistados de lo normal, que lleven una vida más austera que los demás, pues los bienes materiales les importan más bien poco, además es frecuente que se ausenten durante unas horas o que olviden que habían quedado con alguien por esa inevitable necesidad de escribir.
Además, de los que escriben, pocos pueden vivir de ello, solo unos pocos afortunados, y eso hace que se vea la típica situación de gente que busca cualquier espacio mínimo temporal para dejar fluir todo lo que tienen dentro. Muchos se levantan de madrugada, otros se acuestan muy tarde, otros intentan escribir a cualquier hora, en cualquier sitio, sea en una hoja o incluso en una servilleta del sitio que frecuentan para comer. Una situación sin duda triste.
Después de todo esto pues, ¡imaginen lo que puede hacer un estudiante de Derecho de tercer año que se empeña en caer en las tentadoras garras de la escritura para poder recrearse en el fuego eterno de las palabras! Dedicar las horas a estar sentado delante de un ordenador es tan desalentador como intentar acariciar la luna en las noches de tristeza. Y es que la escritura condena al hombre al autoconocimiento más profundo llegando a un desarrollo tal que a veces no sabemos diferenciar realidad de ficción.
Gracias.
CONDENA
La verdad es que no soy nada. Todo a lo que aspiro me queda tan lejos como el hecho de que me toque la lotería. La diferencia es que la lotería a veces toca, a unos pocos afortunados, eso sí. No soy pianista, ni filósofo, ni buen estudiante, soy lector avispado, pero sobretodo, y por encima de cualquier cosa, no soy escritor.
Y el caso es que desde hace no demasiado tiempo eso es lo único que me ronda por la cabeza. Escribir. Ser escritor. Y me está costando mucho más de lo que llegué a pensar el día que me lo planteé seriamente. Por un lado está la parte de mi mismo que repite una y otra vez “proyecto fracasado, nuevamente, proyecto fracasado”, por otro está el hecho de que no soy una persona metódica y ya he comprobado que la inspiración no llega por arte de magia, y por último, eso de ponerse a escribir un día cuesta tanto como desplazarse a la oficina un lunes por la mañana.
De pequeño mis aspiraciones eran las de, leer y no hacer nada más durante todo el día. Eso de muy pequeño. Y ya muy de grande quise escribir. La verdad sea dicha; nunca llegaré a ser ni Cerruto, ni Borges, ni Preusler, ni nada por el estilo, con un poco de suerte llegare a publicar en los matutinos. Pero no, no nos engañemos, ni eso. Sería aspirar a demasiado. Luego, me doy cuenta que me encanta leer, el problema es, que me desespero por mucho por leer, quisiera detener el tiempo y tenerlo para solamente leer, una biblioteca de Babel es donde habito, he llegado a ser un obseso de las listas de libros, ordenadas por todos los tipos existentes y por haber. Mi conocimiento sobre grandes escritores de cada país es tal que basta con que me digan un título y reconozco el autor o al revés. Eso sí, la mayoría ni han pasado por mis manos y si lo han hecho, no hemos llegado al clímax y se han quedado con las ganas de ser devorados por completo.
Necesito escribir por más que me cueste ponerme a ello, necesito hacerlo. Necesito contar, imaginar, ver como las letras van apareciendo una detrás de otra en la pantalla y enorgullecerme banalmente de ello. Aunque tan solo sea escribir sobre el hecho de escribir. Pero necesito hacerlo como necesito comer, como respirar, como amar y sentirse amado, o leer cada día algo de algún libro, es lo mismo.
Los grandes me dirían que me deje de tonterías. Que ya soy mayorcito. Pero a medida que voy creciendo me voy dando cuenta cada vez más lo que de verdad quiero hacer. Y eso no es otra cosa que escribir. Que linda palabra, ¿verdad? Tiene una sonoridad fuerte, a lo alemán. Casi me gusta tanto como un te quiero. Las palabras son lo esencial, decía Wittgenstein, todo empieza y acaba en ellas, lo primero que existió fue la palabra, dice la Biblia.
La verdad es que yo creo que si existen las palabras es que existe la verdadera realidad sujeta a ellas: el hombre, la mujer, el ser humano en general. El habla, la palabra, es algo que tan solo las personas en general compartimos, cada uno en su idioma, cada uno según su nacionalidad. Ahí va, nacionalidad. Otra palabra. De las claves en muchas países. ¿A qué nación pertenezco? Algunos nacen en un país y se trasladan a otro. Y es que, por poner un ejemplo, un japonés que fue adoptado en los ochenta, ahora, a pesar de ser totalmente de su país de adopción, sin tener ni idea de japonés, no puede pasar inadvertido como un simple ciudadano más, sus rasgos le delatan. Y eso es tragicómico para los que lo padecen. Puede parecer una tontería o algo sin importancia pero sinceramente solo aclarar que la gente que es rubia y que tienen los ojos claros, no necesariamente son extranjeros. No es que me moleste que los confundan es que me inquieta la situación, y la siempre cansina aclaración “No, si soy de aquí”. Aquí. ¿Dónde? Si dijeran que son personas del mundo sería una afirmación tan banal como decir que respiro oxígeno… ¿quién no sabe eso? ¿Acaso hay algún extraterrestre infiltrado entre nosotros? Esa tonta creencia la dejo a los que creen en ovnis y en marcianos.
Pero si, yo soy del mundo, de este mundo, tan solo un pobre estudiante de Derecho localizado en un confín de La Paz. Que disfruta del Illimani cada mañana y que se acomoda cada tarde frente al computador, un café, queso y pan, miedo, suspiro, el terror me compadece, todo me pasa, todo, para escribir algo coherente. Porqué eso sí, ni lo duden, por mucho que aspire a ser escritor, seré escritor de tercera, cuarta o quinta clase, pero no importa, lo único verdaderamente importante es satisfacer esa endemoniada necesidad de escribir algo, para poder dormir un par de horas y despertarte nuevamente con ganas de coger el portátil y volver a escribir unas líneas, cualquier cosa, cosas sin importancia…
La necesidad de escribir es una condena. Es una pesada losa con la que deben cargar algunos durante su vida. Escribir no es algo divertido, ni tan siquiera algo de lo que puedas de veras disfrutar, escribir es una droga que no tiene más salidas que la de satisfacer el deseo y caer una y otra vez en sus redes. Es aquello a lo que tienes necesidad de estar sujeto, que aborreces la mayoría del tiempo pero que no puedes dejar porqué adoras el hecho de hacerlo y adoras lo que te hace sentir cuando lo haces. Es un alivio que se apodera de todo tu cuerpo, una tranquilidad que invade tu mente y que te deja meditabundo, incapaz de pronunciar palabra.
Adoro la escritura como los adictos a la maría adoran sus queridos porros de hierbas, poco medicinales y nada aromáticas. Apestan. Lo mismo ocurre con las letras. Adoras cada una de las palabras que tecleas, pero que después resulta ser poco medicinal para tu necesidad, y las frases muchas veces no son nada aromáticas y, muchas otras, simplemente, apestan. La vida de un verdadero escritor no es una vida de persona normal. Una persona normal se levanta por las mañanas, va a clases, va a la oficina o a su puesto de trabajo, come un bocadillo o si es afortunado y puede pagárselo en un restaurante o un Burguér King vuelve a casa, disfruta como puede de la familia, cena, se acuesta y nuevamente a empezar el día, tiene sus escapaditas de fines de semana, algunos viajes de vacaciones, pequeñas alegrías del día a día, y otras tantas preocupaciones que asolan el ambiente familiar, y punto.
La vida de un escritor no es nada de eso. No entiende de horarios, te puedes despertar a las 4 de la mañana con una buena idea y es tanta la necesidad de satisfacer tu instinto que no es hasta que has acabado de desarrollar todo lo que tenías en mente en una hoja de papel o a ordenador que no quedas medianamente tranquilo. A parte de los desfases de horarios, existen los desfases de memoria que son aún peores. Éstos últimos son los que hacen que los que tienen la necesidad de escribir siempre sean más despistados de lo normal, que lleven una vida más austera que los demás, pues los bienes materiales les importan más bien poco, además es frecuente que se ausenten durante unas horas o que olviden que habían quedado con alguien por esa inevitable necesidad de escribir.
Además, de los que escriben, pocos pueden vivir de ello, solo unos pocos afortunados, y eso hace que se vea la típica situación de gente que busca cualquier espacio mínimo temporal para dejar fluir todo lo que tienen dentro. Muchos se levantan de madrugada, otros se acuestan muy tarde, otros intentan escribir a cualquier hora, en cualquier sitio, sea en una hoja o incluso en una servilleta del sitio que frecuentan para comer. Una situación sin duda triste.
Después de todo esto pues, ¡imaginen lo que puede hacer un estudiante de Derecho de tercer año que se empeña en caer en las tentadoras garras de la escritura para poder recrearse en el fuego eterno de las palabras! Dedicar las horas a estar sentado delante de un ordenador es tan desalentador como intentar acariciar la luna en las noches de tristeza. Y es que la escritura condena al hombre al autoconocimiento más profundo llegando a un desarrollo tal que a veces no sabemos diferenciar realidad de ficción.
miércoles, 14 de marzo de 2012
Vivimos lo que leemos
Esta publicación viene de mi antiguo blog, sin embargo es más
antiguo, fue la primera nota que puse en facebook (y la única); viene a ser una
respuesta a la última película de Harry Potter,y en colaboración con Manuel Ampuero director del club de fans Orden del Sol Perú, y es la respuesta a la indignación que sentía al leer y escuchar a los tantos que se decían ser fanáticos del libro y su pasión terminaba en una película, el
que lee, lee siempre, y el que se declara fanático, jamás dejara de serlo, un libro
(siete en el caso) y un lector, son el cuerpo y el alma, son términos inherentes.
En el caso de Harry Potter, los que hemos nacido bajo su sombre literaria,
entendemos que no es algo que nos podamos quitar encima, mucho más los que de
ello han hecho sus vidas (las hacen). Y es que así es un libro, JAMAS TE DEJA.
El titulo de la nota, viene de una entrevista de la revista SOMOS al (ex) club de (ex) lectura Harry Potter La Paz, hecha al que les escribe.
VIVIMOS LO QUE LEEMOS
Son MILES las veces en las que me han preguntando “Y que vas a hacer cuando se acaben los libros o las películas?”, “Qué vas a hacer ahora que ya se acabó? hasta me han preguntado”¿vas a madurar después de que acabe todo Harry ?”, entre otros mil cuestionamientos que nos hacen por creer que seguimos una moda y nada más. Este si es un mes Potter, pero de ninguna manera es el ultimo.
Soy parte de una comunidad mundial que está enamorada de un mundo que estará siempre en nuestras cabezas, corazones y en nuestro diario vivir. El mundo que creó J.K. Rowling es una experiencia, las experiencias no se olvidan porque termines de vivirlas. las experiencias nos marcan, nos hacen ser quienes somos, se quedan siempre en nuestra memoria y las aplicamos día a día. Una película o un capítulo más no es mi motivación necesariamente. Es mi mundo que ahora comparto, es la cantidad de amigos y gente que he conocido por este mundo, son los momentos críticos que de alguna u otra manera me han ayudado a sobrellevar la vida, lo que me mantiene y mantendrá SIEMPRE.
Se agotaron los libros, se agotarán las películas, cerrarán el Wizarding World, J.K. terminará sus días en algún momento, pero la experiencia de revivir la magia que llevamos dentro, o conocerla por primera vez, jamás nos dejará. “Aquello que amamos nunca nos deja en realidad”.
sábado, 10 de marzo de 2012
Sobre mi palabra ganada.
Me emociona ver que un niño de doce meses empieza a balbucear y a jugar con las palabras. Me emociona observar cómo aprende los planes sintácticos y semánticos del mundo, y cómo su madre le tranquiliza hablándole, "como si supiera desde siempre el secreto de todos los ruidos". Me sorprende que leer " Debajo de la hoja de la verbena / tengo a mi amante malo / Jesús qué pena", una combinación verbal disparatada, me contagie una lejana, inocente y enigmática alegría. Me admira la noble austeridad verbal de la poesia de Rilke:
El caminante tampoco trae, de la ladera de la sierra al valle, un puñado de tierra, indecible para todos, sino una palabra ganada, pura: geneciana amarilla y azul. Quizá estamos aquí para decir: casa, puente, cisterna, puerta, vaso, árbol frutal, ventana, a lo sumo: columna torre."Una palabra ganada", qué bella expresión y qué necesaria cuando todos gastamos tantas y desgatamos tantas.
Discúlpenme la pomposidad, cuando lo que quiero decir es una sincera simpleza. Vivo dando vueltas sobre los mismos temas, sobre las mismas cosas. No para decir lo mismo, felizmente. Es para decir más jaranas, deconstruyendo otra vez lo enunciado y volviendo a arreglarlo para decirlo "again".
Escribir es mi acto de liberación en el que lanzo las tabas al aire, en momentos de crisis, en lugares aburridos, en noches de insomnio llegando a casa, luego de un día agotador. Cada idea vuelta a mostrar es como estar agitando el brazo en alto, dedito acusador de tonto abandonado. Otras veces ha sido como vomitar hasta sacar el alma en pleno ejercicio, un acto de rabia descontrolada en el que las palabras afiladas han sacado a los corazones de sus pechos, para lanzarlos por la borda que es esta vida loca, locaza.
Puedo escribir para matar algo que está afuera o adentro; para decir “basta” o para impedir que muera (pero siguió muriendo); con toda o sin ninguna vacilación, venida a menos. Díganme, entonces, si tener la posibilidad de esta droga de bajo costo y tan alta permanencia, no es perfecta para seguir viviendo. Imagino que ese ha de ser el súper secreto de los escritores, están absolutamente intoxicados, pegados al teclado o la pluma o lo que sea, con lo que apeteciera enumerar lo que la mente fantasea
.
Perdónenme el enredo, pero es pertinente mostrar que, en este mundo, en el que habita mi mente, hay una Legión, un pasadizo, una nación , un Gordo y un Lobo . Casi nunca interactúan y siempre volverán a ser parte de este cuento, sea para crucificar o para poder decir que yo ahí, camino, corro, me congelo, ahí vivo.
Tal vez mi fascinación, o mi capricho, o mi simple curiosidad de querer entender lo intrinseco, de poder pasar de una cronica a poder pasar a las insospechadas posibilidades de expresión y no limitarme a la desapacionada relacion de los hechos. O no es acaso que cuando uno escribe el espiritu despierta, el alma asume formas palpables, y de ocultas profundidades, de espacios de hielo y de fuego, emerge la fuerza destructora y con esta amenza, la carne y el hueso se complacen; ¿ pero complacerse de qué? ¿y quién se complace de escribir en un blog? Un blog destinado a quedarse por siempre jamas en las redes, vunerable a que pocos o nadie lo lea. De todos modos seguiría siendo una forma de escribir, con los beneficios o sin ellos que de ello depara. ¿ Y que tal escribir para mi mismo? Escribir es escribir y con esto me complazco yo.
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