Va paseando por las calles de pronto lo atraviesa la
inspiración, cualquiera de esas ideas perdidas. Entonces mentalmente elabora
una historia, de un tirón, sin tachaduras mentales ni correcciones ni
rectificaciones. A él le parecen hermosas, acabadas, perfectas. Probablemente
nunca en ninguna historia del mundo se habla tanto en ellas de la libertad. Tal
vez porque nunca hubo tan poca.
Al principio se iba a su casa para redactarlas, pero en
cuanto se ponía a escribirlas se daba cuenta de que las palabras no eran las
mismas y de que la magia ya no estaba en el papel.Pensar por cuenta propia es un placer milagroso que casi nadie se puede permitir.
Luego probó a correr al lugar más cercano, siempre con su
precavido bolígrafo en el bolsillo. Se sentaba en la mesa de un bar o de una
cafetería, cogía servilletas o tiras de papel higiénico y empezaba a
escribirlas. Pero éstas le devolvían un pálido reflejo de Ágrafa. No, no eran
esas las palabras, no eran esos los giros. Es inútil gritar que somos libres de
pensar algo distinto de lo que impera. Así que desistió.
Es posible que hoy, cuando salgas, lo encuentres, tal vez en
trance, caminando o sentado en un banco del jardín de la plaza de la Iglesia
con los ojos fijos, incluso en la cola del supermercado, dejando pasar a todo
el mundo. Está escribiendo, escribiendo una historia que se le olvidará al
instante. Una historia que nadie, nunca, leerá.
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