sábado, 17 de marzo de 2012

TRANCE

Tengo un amigo que jamás ha escrito nada.

Va paseando por las calles de pronto lo atraviesa la inspiración, cualquiera de esas ideas perdidas. Entonces mentalmente elabora una historia, de un tirón, sin tachaduras mentales ni correcciones ni rectificaciones. A él le parecen hermosas, acabadas, perfectas. Probablemente nunca en ninguna historia del mundo se habla tanto en ellas de la libertad. Tal vez porque nunca hubo tan poca.
Al principio se iba a su casa para redactarlas, pero en cuanto se ponía a escribirlas se daba cuenta de que las palabras no eran las mismas y de que la magia ya no estaba en el papel.

Pensar por cuenta propia es un placer milagroso que casi nadie se puede permitir.

Luego probó a correr al lugar más cercano, siempre con su precavido bolígrafo en el bolsillo. Se sentaba en la mesa de un bar o de una cafetería, cogía servilletas o tiras de papel higiénico y empezaba a escribirlas. Pero éstas le devolvían un pálido reflejo de Ágrafa. No, no eran esas las palabras, no eran esos los giros. Es inútil gritar que somos libres de pensar algo distinto de lo que impera. Así que desistió.
Es posible que hoy, cuando salgas, lo encuentres, tal vez en trance, caminando o sentado en un banco del jardín de la plaza de la Iglesia con los ojos fijos, incluso en la cola del supermercado, dejando pasar a todo el mundo. Está escribiendo, escribiendo una historia que se le olvidará al instante. Una historia que nadie, nunca, leerá.


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